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está donde esté el rey, y el monarca itinera por su reino a su gusto. Alfonso X pasó años en Sevilla mientras que su hijo Sancho IV el Bravo prefirió Toledo, por ejemplo. El asentamiento definitivo de una capital supone el reconocimiento también de un cierto prestigio a lo emanado de ella. Por eso, en el XVII será Madrid quien represente soluciones lingüísticas que se tendrán por prestigiosas y propias del buen español. También desde el XVI y al menos hasta el XVIII, Sevilla, como capital espiritual y logística de las Indias castellanas, fue otro modelo de norma lingüística, lo que explica que el seseo o la continuidad en la aspiración de h- (hambre con h sonando) se mantuvieran en Andalucía occidental.

      ¡La de cambios lingüísticos que se desencadenaron con la decisión del antecesor de Felipe VI!

      Menú medieval: de primero, pizza

      Ya sé que es poco creíble. La idea que uno tiene de banquete medieval es la de un gran salón con bóvedas, en un castillo, con bandejas donde los costillares de carne asada se acumulan como en pirámide y los personajes de la corte comen pan a mordiscazos más bien rudos. Si la película sobre la Edad Media que uno tiene en la cabeza es más de calleja infame, la comida que se imagina será sopa de rancho en escudilla cutre. Ya sé que no sería posible ver a la gente en Castilla comiendo pizza en la Edad Media (sobre todo teniendo en cuenta que el pomodoro, el tomate de la pizza, vino de América cuando la Edad Media ya había terminado). Pero entiéndame el lector: necesito que trabajemos con la palabra pizza para poder explicar el mayor y más complejo cambio en los sonidos que ha sufrido el español desde que existe. Tiene sentido que después leas en orden las de lasaña y sushi que le siguen.

      Si pronuncias pizza en español haces sonar algo como pitsa, ese sonido (que vamos a representar como /ts/) existía en la Edad Media, y se solía escribir con esa letra que llamamos ce con cedilla, y que se escribe ç. Es una letra rara esta, ¿verdad? La tiene el catalán (donde el Barcelona es el Barça) y el español la tuvo pero ya no la tiene (la quitó del alfabeto español la Academia en 1726, al publicar su primer diccionario). Empezó a usarse en los orígenes de nuestro idioma para representar a un sonido nuevo, ese de la /ts/. Cuando se empezó a escribir en castellano, se escribía plaça, y se pronunciaba como la ts de la pizza actual.

      Un sonido como este, tan interesante y característico del castellano medieval, no tenía su futuro asegurado. Quién lo tiene, ¿verdad? Empezó a perderse por efecto de su proximidad con la s. Había, sí, peligro de confusión entre /ts/ y /s/ porque están muy cerca en la boca. Por eso, el personal empezó a tratar de arreglar la situación. ¿Qué hacer cuando dos cosas que están muy próximas se confunden y mezclan? Podemos fundirlas en una, cual ocurre en esa sospechosa masa que es cualquier pizza de cuatro quesos, o podemos extremar sus diferencias, como cuando metemos piña en la pizza para hacer sentir la mezcla de dulce y salado. ¿Es mejor una cosa o la otra? Qué queréis que diga, es cuestión de gustos. Algo así ocurrió con la pronunciación.

      Muchos andaluces (y con ellos, canarios y americanos) optaron por hacer fundir ambos sonidos. ¿Que /ts/ y /s/ pueden confundirse? Pues las vamos a confundir: adiós a la /ts/, y todo se hará con /s/: al menos desde el siglo XVI sabemos que había gente que pronunciaba plasa, sapato o seresa. Es el seseo. Hoy lo practica la mayoría de los hispanohablantes, ya que se da en buena parte de Andalucía, en Canarias y en toda la América hispana. Por geografía y demografía hay más gente que dice servesa que cerveza.

      Los castellanos del centro y norte peninsular (y con ellos el estándar, que se fue fijando en torno a la corte desde fines del XVI) optaron por resolver ese problema de cercanía entre /s/ y /ts/ separando aún más ambos sonidos. ¿Que /ts/ y /s/ pueden confundirse? Pues las vamos a separar: adiós a la /ts/, hola a un sonido nuevo que estaba más separado de la /s/ que el anterior. Ese sonido nuevo será el sonido de la z. Si pronuncias zapato, cereza, pones la lengua entre los dientes, el sonido nuevo está más separado de la /s/ que el de la /ts/, ya que con /ts/ ponías la lengua tras los dientes. Una cuestión merece aclararse: la letra z ya existía desde los orígenes del castellano, y se pronunciaba como una variante de la ce con cedilla. Lo que es novedoso es el sonido que hoy damos a la z de zapato, que no existió hasta al menos el siglo XVI.

      La gente empezó a pronunciar (y poco a poco, a escribir) plaça no como platsa sino como plaza o plasa. Estas cosas se hacían sin que nadie las dirigiera y sin ninguna normativa que viniera desde arriba. Simplemente, eran cambios que ocurrían y que, si tenían prestigio, se difundían. Desde el menú de letras medieval (hasta el XV) al menú de letras de la Edad Moderna (a partir del XVI) se había dado una diferencia: en la carta se había eliminado a la ç y al sonido al que equivalía. Y las reformas en la carta no se quedaban ahí. Mire lo que ocurrió a la lasaña en la historia siguiente.

      Menú medieval: de segundo, lasaña

      Tiene más sentido que, si el lector va a empezar esta historia, hayas leído antes la primera parte del menú: la historia en torno a la pizza. ¿Por qué de nuevo un plato italiano, que no existía en la Edad Media, para hablar de sonidos del español? En este caso nos fijamos en la s de lasaña, que podría ser la s de otras comidas que, a diferencia de la pizza, sí son típicamente hispánicas: las sardinas, los solomillos de cerdo ibérico, la sopa de pollo... y paro ya. En la historia anterior vimos cómo este sonido, que ya existía en la Edad Media, se confundía a veces con la /ts/ que se escribía con ce con cedilla, y que por eso el viejo sonido /ts/ se adelantó a z o bien se fundió con la /s/.

      Terminado el cambio por el que la /ts/ desapareció, el español quedó separado en las dos áreas que señalábamos en la historia anterior: una (distinguidora) con sopa y cerveza y otra (seseante) con sopa y servesa. Hay, además, una subárea dentro de Andalucía que come zopa y cerveza. No son seseantes sino ceceantes: se creó el nuevo sonido y este absorbió a la /s/ y a la antigua /ts/. No tienen s quienes cecean. Y la cosa no queda ahí. Aunque es poco prestigioso y no se suele practicar en el habla cuidada, hay un fenómeno que también implica eliminar la s de tu sistema consonántico: el heheo, por el que, sobre todo en la línea paralela a la costa andaluza, hay hablantes que dicen hopa y herveha.

      Yo entiendo que el lector en este momento esté un poco mosqueado y se pregunte: ¿qué narices pasa con la s? ¿Por qué es protagonista de tantos cambios? Incluso el lector malhumorado amenazará con cerrar el libro y marcharse airado a la calle a discutir con alguien en el bar sobre el intolerable comportamiento movedizo de esta letra.

      ¡Un momento! Calma.

      Respire. No cierre el libro ni se mosquee. Hay sonidos que son más propensos al cambio, por su naturaleza (o sea, por el sitio de la boca en que se pronuncian) y por su relación con otros sonidos vecinos. Más o menos estamos ante comportamientos similares a los que tenemos las personas: todos conocemos a alguien que no ha cambiado de peinado desde los 8 años (y si no conoce a nadie así, piense en Ana Blanco, la del telediario), y todos conocemos a alguien que ha pasado por todos los tintes, permanentes, extensiones y postizos posibles en el mundo capilar. La s es un poco lianta en ese sentido, pero hay que reconocerle también, para ser justos, que da mucha vidilla al sistema de pronunciación del español.

      Una frase como la lasaña es deliciosa puede decirse ¡de tantas maneras distintas! Si eres seseante, pensarás que es delisiosa; si eres ceceante, te sabrá delicioza; si eres heheante, delihioha, y si eres distinguidor se quedará en deliciosa. Si la lasaña es espectacular, te podrá parecer eshpectacular, porque la s al final de la sílaba también permite ese movimiento, o ehpectacular o ejpectacular. Sea abriendo o cerrando la sílaba, la s puede experimentar muchísimos cambios.

      Terminada esta historia, tal vez el lector malhumorado siga tentado de ir al bar. Puede hacerlo, pero ahora pedirá servesa, cerveza o herveha sabiendo el trasfondo de lo que dice. En cualquier

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