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esta forma passar> pasar.

      

En 1815 apareció la octava edición de la Ortografía de la RAE (la primera había sido de 1741); en ella se fijó el empleo de la qu- exclusivamente ante e y ante i. De esta forma quanto> cuanto.

      

Esa misma obra de 1815 reglamentó que la x se usara solo como equivalente a /ks/, como en examen, exótico, así que la x que equivalía al sonido de j o g pasó a escribirse con esas letras. De esta forma dixo> dijo.

      

Hasta 1959 fué llevaba tilde, igual que vió, dió. Ese año, unas Nuevas normas de prosodia y ortografía dadas por la RAE eliminaron tal acento. Se consideran desde entonces estas palabras monosílabos, y los monosílabos (salvo algunas excepciones) no llevan tilde en español. De esta forma fué> fue.

      Las letras de cambio de la contabilidad son, a diferencia de estas letras nuestras de la ortografía, incondicionadas y firmes. Pero, ¡oh paradoja!, la gracia es que la expresión de cualquier orden contable tiene que pasar, forzosamente, por la escritura de palabras en letras y con ortografía que pueden ser tan mudables como el valor de las cosas.

      Estar solo y sin tilde

      En 1959 la RAE recomendó no poner tilde a solo a menos que hubiera riesgo de confusión entre los dos valores que puede tener esa palabra: el de adjetivo (‘en soledad’: vive solo y sin vecinos) y el de adverbio (‘solamente’: solo vive para trabajar). A pesar de ello, muchos, por la inercia que tienen los sistemas ortográficos, aprendimos en la escuela que el solo adverbial siempre llevaba tilde, y escribíamos sólo vive para trabajar. Era una tilde usada para distinguir, una tilde diferenciadora, que en ortografía se conoce técnicamente como tilde diacrítica.

      En la reforma ortográfica última, de 2010, la RAE prescribió ya de manera definitiva que no se acentúa nunca solo. Los argumentos que esgrimían eran dos:

      

Un argumento comparativo: no acentuamos otros adjetivos que también adquieren función adverbial. En el deportista es un tipo sano, «sano» es un adjetivo (si lo dijerámos en femenino, cambiaríamos la terminación: esa atleta es una chica sana), pero en come sano y dormirás bien, «sano» es un adverbio (su género no cambia: Gerardo come sano o Mónica come sano), y no lo acentuamos para diferenciarlo del adjetivo.

      

Un argumento histórico: esa tilde diacrítica fue introducida a fines del siglo XIX en una obra académica bien presta a prodigarlas, ya que proponía escribir también éntre o sóbre para diferenciar distintos usos de una misma palabra. La Gramática académica de 1870 aumentó el uso de tildes diacríticas y sumó a ejemplos habituales (, , etc.) esos otros que luego desaparecieron. Pero una de esas novedades en tildes diacríticas subsistió posteriormente: solo, que la Academia ha terminado quitando en 2010.

      Claro que los hablantes de hoy somos reacios a algunos cambios. Por eso, esta eliminación de la tilde de solo está siendo controvertida y muchos dicen «Pues yo la sigo poniendo, porque me la han enseñado así». Tienen su parte de razón, ¡con lo que le ha costado a muchos aprender a acentuar solo y ahora les quitan la satisfacción de hacer ese distingo!

      No podemos considerar que sea una falta de ortografía seguir poniendo esa tilde, ya que una reforma ortográfica necesita años de transición para acomodarse y generalizarse en los usuarios. Pero pensemos en todos los cambios que se han dado en la historia de las letras en los últimos siglos y en la nimiedad que nos supone acostumbrarnos a esta nueva normativa.

      Hay un precioso libro de Jean Aitchison, llamado El cambio en las lenguas: ¿progreso o decadencia?, que explica de forma muy clara cómo son los cambios lingüísticos. La obra se abre con una cita de John Wilmot (1647-1680) gran vividor y poeta hedonista:

       Since ‘tis Nature’s Law to change

       Constancy alone is strange

      [Como la ley de la naturaleza es el cambio

      solo la constancia es extraña]

      Acentuemos sólo o solo, participemos de la tolerancia del propio Wilmot para hacernos a la idea de que la ortografía, como nosotros mismos, el mundo, la moda, la longitud de las patillas masculinas y la programación televisiva, son cambiantes. Y que solo (no sólo) la constancia es extraña.

      ¡Ritmo!

      Hasta el más soso y plúmbeo de los hablantes, ese que se ata a la silla para no salir a bailar en las bodas tiene un ritmo... al hablar.

      La música de las palabras es su acento. Menéndez Pidal lo llamaba el alma de la palabra y sostenía que era un sello de identidad de los vocablos desde el latín al castellano, ya que en general pocas palabras han desplazado el sitio de su acento desde la lengua madre. Pero, sin que el acento tenga nada que ver, los cambios fonéticos han hecho perderse vocales interiores o finales. Por eso, aunque no se haya variado en general la vocal que era fuerte en latín, cada lengua romance ha terminado creando su propio ritmo:

      

el del español es llano (la mayoría de sus palabras lo son);

      

el del italiano es esdrújulo y

      

el del francés agudo.

      Nebrija hablaba en su Gramática de la lengua castellana (1492) de «los acentos que tiene la lengua castellana» y señalaba muy acertadamente que la mayoría de la acentuación española es de tipo llano, aclaraba las razones evolutivas de los agudos y los escasos esdrújulos que hay, a los que a veces se cambia el acento:

      La segunda regla sea: que todas las palabras de nuestra lengua comúnmente tienen el acento agudo en la penúltima sílaba, y en las dicciones bárbaras o cortadas del latín, en la última sílaba muchas veces, y muy pocas en la tercera, contando desde el fin; y en tanto grado rehúsa nuestra lengua el acento en este lugar, que muchas veces nuestros poetas, pasando las palabras griegas y latinas al castellano, mudan el acento agudo en la penúltima, teniéndolo en la que está antes de aquélla.

      Más que una letra, una tilde es un compás que aprendes al adquirir la lengua de niño. Aprendes a decir inspiración como aguda, historia como llana o música como esdrújula. Esta es, pues, la música con que nos toca bailar, porque no somos dueños de acentuar donde queramos, salvo en esos casos donde, en palabras de doble acentuación, optamos por un ritmo u otro. ¿Qué prefiere el lector? ¡A bailar!

Período o periodo
Cardíaco o cardiaco
Chófer o chofer
Pábilo o pabilo
Austríaco o austriaco Скачать книгу