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la memoria de ese tiempo fugitivo, el tiempo pasado de la historia de la lengua, tratando de que no nos asustemos ante él ni lo veamos oscuro, dejo al lector ante mi ejercicio de escritura.

      Presentación

      El lector, que está iniciando la lectura de Una lengua muy muy larga por esta línea que lo abre, comparte conmigo su conocimiento de la lengua española. Tal vez la aprendió como lengua materna, es decir, fue la primera lengua que oyó, la de su madre, y fue en su entorno infantil donde le llovió el español hasta que empezó a balbucearlo en sus primeras palabras. Tal vez la aprendió como segunda o tercera lengua en la escuela o al viajar a algún punto de la geografía hispanohablante.

      Es posible que este lector haya pensado alguna vez que ese español que él habla y entiende no es el mismo que se habló en otro tiempo, e incluso puede ser que no entienda frases de esta misma lengua de otras centurias pasadas. Claro que el pasado puede sernos tan cercano o lejano como el viaje que emprenda el recuerdo. Nuestra abuela llamaba taleguita a esa bolsa donde nos metía la deliciosa merienda del colegio, hoy preparamos con prisa la mochila a nuestros hijos; nuestra bisabuela tenía en su casa un aguamanil y nosotros tuvimos que buscar en el diccionario para saber que esa palabra de arquitectura ornada era un lavamanos. Esas palabras que no usamos pero sí entendemos son parte de nuestro propio léxico, integran nuestro conocimiento pasivo del idioma, aunque no las pongamos en circulación en nuestro uso activo. Nos resultan arcaicas y más oscuras, en cambio, palabras, frases enteras, letras, que hemos visto al leer en la escuela obras antiguas de la literatura del español. Si entendíamos la nobleza del Cid cuando se dirigía a un injusto destierro mandado equivocadamente por su rey, no alcanzábamos a recuperar su mensaje cuando se ponía en boca de su fiel servidor Martín Antolínez, en el Poema del Cid, la frase En yra del rey Alfonsso yo seré metido / si convusco escapo sano o bivo.

      Este lector que piensa que sus palabras no son las de sus padres (como no lo son tampoco las de sus hijos), que se pregunta a veces de dónde vendrá una palabra, que observa el acento distinto de otro hablante de español y acaricia alguna de las palabras diferentes que el otro usa... este lector tiene sensibilidad lingüística y este libro aspira a hacerlo disfrutar aprovechando esa sensibilidad.

      Una lengua muy muy larga presenta más de cien relatos sobre el pasado y el presente de nuestra lengua, y escoge los temas de esos relatos a partir de varios temas: los SONIDOS que se escuchaban antes (y puede ser que también hoy) en nuestra lengua, así como las letras con que se plasmaban; las PALABRAS que constituían esos sonidos y las ESTRUCTURAS en que estas palabras se combinaban en otro tiempo. Técnicamente tenemos, pues, los fonemas, el léxico y la morfosintaxis. Todos ellos se reflejan en los TEXTOS que nos ha transmitido la lengua antigua. Para leerlos, contamos con la ayuda de quienes hacen filología (otra sección del libro), que han investigado sobre este asunto dentro de esta ciencia. La última parte de la obra se llama FELICES FIESTAS porque acerca a la Historia del español épocas y efemérides del año, desde la Navidad al Carnaval pasando por el Día de los Enamorados.

      Un temprano estudioso del español, Gonzalo Correas, escribió en su Arte de la lengua española castellana en 1625:

      Los libros se escriven para todos, chicos i grandes, i no para solos los onbres de letras: i unos i otros más gustan de la llaneza i lisura que de la afetazión, que es cansada.

      Con ese objetivo de divulgar, de sacar los conocimientos de historia de la lengua a la calle y ofrecerlos al lector interesado nació el blog Nosolodeyod, la bitácora que inicié en 2009 y que ha ido sumando visitas hasta hoy. Vista la acogida que alcanzó ese diario semanal de historia de la lengua, me decidí a escribir una historia de la lengua para todos. El resultado lo tiene el lector entre sus manos: una historia divulgativa de la lengua española, contada a partir de píldoras que juegan con el eje del pasado y el presente. Hay humor, emoción e intención de hacer las cosas fáciles para que entendamos que en nuestras palabras sigue oyéndose el sonido con que se mandó a la guerra en la Castilla medieval, sigue latiendo la palabrería del Barroco y permanecen vivas, en el habla común o en la de nuestros dialectos, los andamios que como edificios sostienen la lengua en forma de oraciones.

      Este es el libro cuyo proceso de escritura más he disfrutado y paladeado. Lo dedico a todo aquello que aprendí perdiendo. Y a quienes me acompañaron en ese aprendizaje.

      La historia de la lengua de un tiempo perdido

      Esta es una colección de historias sobre una lengua que hoy hablan millones de personas en el mundo.

      Toda historia empieza en un tiempo y en un lugar. Ese lugar, para el caso del español, es Castilla. El castellano comenzó siendo una más de las varias lenguas romances que nacieron del latín en la Península Ibérica, la lengua de un condado llamado Castilla, hablada por el pequeño número de habitantes de ese lugar que luego se hizo reino. Que ese reino creciera o que se expandiera a costa de asumir otros territorios es una circunstancia histórica que tuvo una inmediata repercusión lingüística. Desde el siglo XI al XVI es posible seguir la historia de crecimiento del castellano; primero, dentro de la propia Península, hacia el sur y los laterales conforme se avanzó en la Reconquista y se fueron uniendo otros reinos a Castilla; después, fuera de ella, con la expansión atlántica y la aventura americana. Lo que empezó siendo el castellano de Castilla fue ya, desde el XVI, el castellano de España, y desde esa época tiene bastante sentido que hablemos de español.

      El tiempo de inicio de esta historia es más indefinido, puesto que se trata de fijar cuándo a fuerza de cambios y escisiones respecto al latín, la variedad hablada en esa zona de Castilla comenzó a ser una lengua propia. En realidad, ese problema es el mismo para el resto de lenguas romances. Y por eso convenimos en decir que los siglos IX a XI son la época de nacimiento de estas lenguas hijas del latín.

      Ese castellano que nace del latín fue en un principio solo una forma de hablar, en absoluto de escribir. Se seguía escribiendo latín, tratando de hacerlo de la forma más correcta que cada cual sabía. Gradualmente esa forma de hablar fue ganando su espacio en la escritura y en situaciones reservadas hasta entonces al latín. Eso es un proceso muy largo, larguísimo, tanto que algunos lectores han sido testigos de una de las fases finales de él. Me explico: desde la Edad Media vamos a ver, en diferentes etapas, cómo el castellano empieza a escribirse, pero de forma involuntaria, asomándose en los textos de aquellas personas que dominan mal el latín escrito y cometen errores reveladores de una pronunciación castellana. Cuando un escriba distraído escribe no terra sino tierra está redactando castellano, muy a su pesar. Eso sabemos que ya está pasando en los siglos X y XI. Luego vemos que el castellano se escribe de forma voluntaria en textos literarios, obras de derecho, textos de la corte real, traducciones de textos científicos, etc. Esto va ocurriendo de forma gradual, a partir del siglo XIII. Un momento relevante, ya entre el XV y el XVI, es la propagación de la idea de que el castellano es una lengua que se puede explicar mediante reglas gramaticales (por eso es tan importante la obra de Nebrija, autor de la primera gramática sobre el castellano) y que se puede enseñar a extranjeros, coincidiendo con la expansión europea de Castilla en época del emperador Carlos V. Desde la Edad Media a los inicios de la Edad Moderna el castellano irá reemplazando al latín gradualmente; tal vez el lector recuerda, porque lo haya visto o se lo hayan contado, que en los primeros años 60 la misa en España se daba aún en latín. Ahí vemos que ese proceso del que hablamos ha llegado incluso a la Edad Contemporánea, cuando por fin desde el Concilio Vaticano II el español desplazó en la misa a su lengua madre.

      Si nuestra historia tiene un tiempo y un lugar, tiene también unos personajes. Y esos personajes somos, claro está, los hablantes. Los hablantes son los dueños de la lengua y quienes la hacen cambiar, crecer o esconderse según su voluntad de usarla o no. Para la historia de este castellano que se hace español, tenemos a unos hablantes que gradualmente hicieron la transición entre la lengua que recibieron, más latina cuanto más antiguo sea el momento al que nos desplacemos, y la lengua que dejaron en herencia, distinta siempre a la heredada.

      Todas

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