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cualquier otra lengua viva) el cambio lingüístico. Este puede plasmarse en novedades en la manera de pronunciar, en adquisiciones de palabras nuevas mediante el préstamo desde otras lenguas, o mediante la creación de formas a partir de los recursos que tiene el propio idioma; pero la novedad puede ser no solo de sonidos o de vocabulario, puede ser de estructuras, de sintaxis: cambios en la forma de construir la frase y de relacionar las palabras entre sí. Hay también cambios en los textos: se crean tipos de textos que antes no habían sido escritos en español; y puede haber cambios de valoración, que modifiquen la impresión positiva o negativa que tienen los hablantes sobre una determinada forma lingüística.

      Siempre hay cambios, pero hay momentos con más cambios que nunca, o más relevantes. Son algo así como los instantes estelares de toda historia. Yo me permito seleccionar tres:

      

El primero queda tan lejos como el siglo XIII. Es la época de Alfonso X, el rey que apoyó decididamente la escritura en castellano de textos científicos, legislativos y administrativos. Eso no solo es importante por el gesto en sí, sino porque escribir mucho en castellano puso a la lengua a hacer gimnasia, favoreció que se uniformase bastante la forma de escribir y que se enriquecieran el léxico y la sintaxis. Cuando el lector pase por una calle Alfonso X, un instituto Alfonso X o una estatua a él dedicada, ha de recordar que mucho de nuestra lengua se debe a la valentía intelectual de este rey.

      

El segundo momento no tiene protagonista o, mirándolo al revés, tiene miles de protagonistas. Se trata de los siglos XVI y XVII, que se llaman de Oro en literatura por escritores como Garcilaso, Lope de Vega, Quevedo o Cervantes, pero que es también de oro lingüísticamente por muchos factores unidos que no fueron gobernados por nadie. En ese tiempo al español le cambió la cara: desaparecieron sonidos medievales y surgieron sonidos nuevos, se estabilizaron o se resolvieron procesos de cambio vivos siglos atrás... todo eso se hizo sin que nadie dirigiera el proceso, los protagonistas fueron los propios hablantes. Y ocurrió al mismo tiempo que crecía de manera inesperada la extensión de uso del español, a través de América, las Filipinas y la expansión imperial europea.

      

Por último, el tercer momento lo podemos cifrar en el siglo XVIII, cuando se funda la Real Academia Española. Es una institución relevante para la lengua, porque será la primera vez que haya un intento desde arriba de establecer normas para el español. Con ella arrancan publicaciones que son muy simbólicas para los usuarios del español, como los famosos diccionarios de la Academia.

      En lo que sigue, el lector va a conocer las historias de algunos de esos cambios, contadas a través de los personajes o las palabras que fueron protagonistas del cambio. Pero no puede olvidar que él no está fuera de este libro, sino dentro de él, puesto que, como hablante de español, también está siendo parte de esta película de la historia de la lengua: puede alinearse con otros personajes (otros hablantes), tener sus gustos sobre qué cambios le parecen mejor, quiénes son buenos y malos, pero no deja de ser una parte de un guion que no puede controlar totalmente. Siéntese a leer este libro como quien ve una película, pero no deje de intervenir en ella, por favor.

      Sonidos y letras

      De la A a la Z, las formas de decir el español de una punta a otra del mundo: saboreamos los sonidos del español y nos fijamos en la forma que tenemos y hemos tenido de escribirlo

      ¡La ph de Raphael es un escándalo!

      Que el libro de Alonso López Pinciano, de 1596, se llamara Philosophía antigua poética es bastante predecible. Hasta el siglo XVIII, en las tradiciones de escritura que se transmitían de generación en generación escolarmente, se enseñaban la f y el conjunto de dos letras (o dígrafo) ph como indicadores de un mismo sonido. El dígrafo se usaba sobre todo para palabras que, como philosophia, habían llegado al latín a través del griego y se escribían en la lengua helénica con la letra phi (o sea, Φ), pero sonaban con /f/.

      Pero que el ciudadano Rafael Martos (1943-), conocido como El divo de Linares, cambiase su nombre artístico a Raphael al fichar por la casa discográfica Philips, homenajeándola en esa ph, eso...

      ¡escándalo, es un escándalo!

      Entre los textos que escribían ph en la Antigüedad y los discos del cantante Raphael han pasado muchos años, los suficientes como para que se hayan producido reformas ortográficas varias que han ido postergando la presencia de ph en nuestro idioma.

      La primera ortografía de la Academia, de 1741, se tituló Ortographía española, pero la segunda edición, de 1754, se llamaba ya, sin ph, Ortografía de la lengua castellana, y establecía (en su pág. 63):

      La Ph que tienen algunas voces tomadas del Hebreo, ó del Griego, se debe omitir en Castellano, sustituyendo en su lugar la F que tiene la misma pronunciacion, y es una de las letras proprias de nuestra Lengua, á excepcion de algunos nombres proprios, ó facultativos, en que hay uso comun y constante de escribirlos con la Ph de su orígen, como Pharaon, Joseph, Pharmacopea.

      Si en 1754 la RAE quita la ph salvando solo algunos casos muy tradicionales, en la edición cuarta de su Diccionario (1803) la elimina por completo, explicando que el sonido de la ph...

      se expresa igualmente con la f, por cuyo motivo se han colocado en esta última letras las palabras phalange, phalangio, pharmacéutico, pharmacia, phármaco, pharmacopea, pharmacópola, pharmacopólico, phase y philancia.

      Así que adiós, adiós, ph.

      La decisión que tomó la RAE en el XIX es coherente con otras eliminaciones. Otras grafías dobles, como th (Thamar, Athenas, theatro) y rh (rheuma) fueron eliminadas también a fines del XVIII. El criterio fonético guio estas reformas académicas, en este caso eliminando dígrafos que no tenían una equivalencia fonética distinta de letras como t, r o f. Junto con ese criterio fónico, hubo otro contrapuesto, que también fue operativo en esas decisiones académicas al regular la ortografía: el principio etimológico, que mantuvo alternancias como b /v, ge/je y a letras como la h basándose meramente en la tradición latina previa.

      En el siglo XX volvió la ph con Raphael y una, sinceramente, ya no sabe si aphirmar que con él se phunda una renovación arcaizante de nuestra ortographía, tatuarse su photo en el antebrazo o decir que gráphicamente, este tipo es un auténtico phenómeno.

      Yo soy ese

      Yo soy s.

      Ese sonido que pierdes a final de sílaba si eres andaluz.

      Lo mismo me escribieron s que ss que s larga (⌠) en la Edad Media.

      Soy la que los niños escriben como un 2 porque no manejan bien la lateralidad.

      Soy la que asocias al plural en la ilusión de tus certezas, ilusiones y sueños.

      Soy la que sin embargo es singular en lo que esperas sea solo una vez en tu vida: crisis (la crisis / las crisis).

      Soy el sonido que invade los confines de ce, ci, za, zo, zu y hace pronunciar seresa, servesa a muchos andaluces y a casi todos los hispanoamericanos.

      Soy, pues, la llave del seseo.

      Amigo y enemigo de la zeta, alterno con ella en palabras donde lo mismo da ponerme que poner la z: biznieto, bisnieto; parduzco, pardusco; mezcolanza, mescolanza.

      Soy incapaz de abrir una palabra si me sigue una consonante y si me obligan a ello pido ayuda a una e: hago espaguetis de los

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