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con la ventaja y el inconveniente de que yo sí conocía a mis fieras, sabía hasta dónde podían llegar. No les costaría poner una zarpa sobre mí para hacerme desaparecer.

      —La están esperando —me informó uno de los hombres de la entrada.

      Antes de alcanzar la puerta para llamar, tres de ellos me rodearon y me apuntaron con sus pistolas. Lejos de tener miedo, solté una carcajada.

      —Caballeros, ¿no les gustaría comprobar primero que estoy en desventaja? —Levanté las manos a la altura de mi cabeza.

      —Por eso mismo, mantén la boca cerrada e inclínate contra la pared. —Uno de ellos me empujó de forma brusca y me manoseó el cuerpo comprobando que no tenía ningún arma. Al acabar, tocó la puerta y los cuatro entramos; yo, con las tres pistolas todavía apuntándome.

      Al llegar al salón, Egor y Liov me miraron de forma impasible y Aleksei con tristeza, preocupación y decepción.

      —Llevamos un rato esperándote, Babette. —Egor era un buen líder, nunca se iba por las ramas cuando se trataba de un asunto importante. Y sin duda, ese era uno de los más.

      —Diles a tus gorilas que bajen las armas para que podamos hablar. —Mi voz sonó firme.

      Cuando el momento lo exigía, no importaban el miedo, la tristeza o el dolor. Los ojos se te secaban y el corazón se te entumecía, el alma se te congelaba el tiempo suficiente para arreglar las cosas que habían quedado pendientes y tu cerebro obedecía sin rechistar, como si fuese un robot tratando de recuperar una identidad que no era suya.

      —Dame una razón para que no disparen.

      Egor imponía respecto: con su traje pulcramente planchado, un tobillo sobre una rodilla y recostado hacia atrás. En cambio, bajo esa capa, si te fijabas bien, no era más que un hombre cansado y preocupado por los suyos. A veces, simplemente tenías que oler para darte cuenta de que el miedo tenía un aroma muy característico.

      —Puedo darte varias. No soy estúpida, Egor; antes de que yo esté bajo tierra, todos vosotros estaréis entre rejas.

      —¿Nos estás amenazando? —inquirió Liov.

      —En absoluto, tu hermano me ha pedido una razón. Estoy aquí para que podamos llegar a un acuerdo.

      —¿Acuerdo? No trabajamos con gente como tú, menos después de… —No era necesario que Egor terminara la frase para saber a qué se refería.

      —No dirás lo mismo cuando terminemos de hablar —aseguré manteniendo su dura mirada.

      —Adelante, entonces. —Hizo un gesto con la mano hacia el sofá que estaba enfrente de ellos.

      Me desprendí del resto de prendas que me sobraban. En la mansión, los Korsakov no bajaban la calefacción de veinte grados, si a eso le sumábamos mis nervios, el calor se me hacía sofocante.

      Eché un vistazo a Aleksei, que continuaba pegado a la ventana. Parecía ajeno a nuestra conversación; sin embargo, levantó la cabeza en mi dirección y cerró los ojos en señal de asentimiento. Me senté y crucé una pierna sobre la otra antes de empezar a hablar.

      —Querréis saber hasta qué punto soy un peligro para vosotros. Si en realidad valgo más viva que como fiambre y si lo que os digo no son más que una sarta de mentiras. ¿Me equivoco?

      —En absoluto —respondió mi exsuegro.

      —Pues dejadme deciros que lo sé todo sobre vosotros, incluso más que vosotros. —Rebusqué en mi mochila, donde había traído el pagaré por mi vida y algo más.

      —¿Qué quieres decir? —preguntó Liov.

      —Con calma, no quieras leer el final sin haber empezado el libro, Liov. —Saqué unas fotografías y se las tendí a los hermanos Korsakov—. Sé qué clase de negocios realizáis, cómo lo hacéis, quién está implicado. Vladik no duraría más de dos días en la cárcel, los pobres camellos que trabajan para vosotros se lo rifarían.

      —¿Cómo has conseguido todo esto? —preguntó Egor levantando las fotos.

      —Eso no es asunto tuyo. También puedes ver las consecuencias de tus negocios, fíjate. —Me levanté con otro fardo de fotografías. Le iba pasando una a una a medida que le explicaba—. A esta cría le quedarán secuelas de por vida por el MDMA que fabrica usted, a esta otra la violaron brutalmente porque fue drogada con GHB que también vende.

      —No —intervino Liov, pero no lo dejé terminar.

      —No he acabado. Este niño tendrá unos tres años. Os preguntareis cómo murió: de drogas, imposible. Le quitaron el corazón y se lo vendieron a una familia sumamente rica para su hijo; a este otro le quitaron los riñones; a esta niña, que no llega al año, los pulmones y el páncreas.

      —Imposible, nosotros no traficamos con órganos —aseguró Liov.

      —Desde luego que sí. Los hombres son vuestros, tengo las fotos y las grabaciones, ¿los reconocéis? —Les mostré la última foto.

      —Estos hombres son de los Kovalenko, no míos. —Egor miró a su hermano en busca de ayuda.

      —Lo sé, no es el único negocio que hacen a vuestras espaldas. —Recogí las fotos y me senté donde antes—. ¿Creéis que me necesitáis ahora? ¿U os muestro las fotos de las adolescentes que prostituyen?

      —Quizá los Kostka no lo sepan tampoco. —Ni siquiera Egor se creía sus palabras.

      Solté una carcajada y saqué la grabadora de la mochila. Pulsé el play y dejé que escuchase las voces de Dusan y Vasyl: «Los Korsakov no pueden enterarse de esto, este negocio es nuestro y nos traerá muchas ganancias». Era una buena confesión respecto a uno de sus muchos sucios negocios.

      —Suficiente. —Apagué la grabadora—. Que no te extrañe tanto, Egor, sabes bien la calaña que son. Miki te lo ha dicho miles de veces.

      —No creí que se atrevieran de nuevo. —Negó con la cabeza—. ¿Qué quieres a cambio de esas pruebas? Mejor dicho, ¿qué quieres en general?

      —Lo que mi hermano quiere decir —intervino Liov irguiendo la espalda— es que no nos queda muy claro por qué haces esto. Puedes meternos a todos durante el resto de nuestros días en la cárcel; sin embargo, arriesgas tu vida. ¿Con qué fin?

      —Es cierto. Todos podríais dormir mañana mismo en el calabozo si así lo deseara, pero no lo deseo. La principal razón es Miki. Me enamoré de él, lo quiero más de lo que nunca pensé llegar a querer a alguien; sin embargo, heme aquí, dejando todo de lado si así lo tengo a él. —La voz se me quebró—. No tenéis por qué creerme. Podéis pensar que no es más que parte de mi plan, en cambio, es una de las pocas cosas en las que no he mentido desde que he llegado aquí.

      —Bien —dijo Egor—, supongamos que te creemos. ¿Cuál es el trato?

      —Os daré toda la información que tengo para que podáis arreglar la traición de las otras dos familias a vuestra manera, pero no os puedo prometer que ellos se libren de la justicia.

      —Mientras no ataña a mi familia —aceptó Egor encogiéndose de hombros.

      —Desde luego. Tengo algunas condiciones.

      —¿Condiciones? —inquirió Liov.

      —¿No te parece justo? Vosotros seguís siendo la mafia y yo la poli. Sé cómo puedo acabar.

      —Bien, tú dirás. —Egor exhaló un suspiro.

      —Borak Kostka. Absoluta y completa inmunidad hacia él. No quiero que nada le ocurra. Lo dejaréis fuera de cualquier macabro castigo que le otorguéis a su familia.

      —No podemos prometer eso, el hijo de Dusan es tan malvado como su padre —replicó Liov.

      —No creas conocer al hijo cuando apenas conoces al padre —lo acusé—. Sin esa condición, no hay trato.

      —Parece

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