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agradecí tanto la entrada del profesor, no tenía ganas de seguir hablando. Notaba la cara de fastidio de mi amigo al no poder continuar con su interrogatorio, pero mi yo interior plasmó un emoticono de completa felicidad en mi mente.

      Nitca entró en la siguiente clase. Seguía con mi racha; por lo visto, el trébol de cuatro hojas había huido a Mordor cargando con mi suerte. Me saludó con una triste sonrisa y un levantamiento de cabeza al pasar por nuestro lado y se fue directa hacia la otra esquina, lo más lejos posible de mí. David no tardó en abrir la boca. Se quedó a medias cuando lo interrumpí:

      —Él era su amigo primero; de hecho, es su mejor amigo.

      Cogí un taxi hacia la casa de Liov. Quedaba a unos quince minutos, y el tiempo se me pasó volando mientras hablaba con el conductor. Pocas veces los rusos se soltaban tanto la lengua, pero ese pobre señor se desahogó conmigo.

      —Pase, el señor la espera en el despacho —me dijo el ama de llaves nada más tocar la puerta.

      —Gracias —respondí de forma educada. Caminé hacia el despacho, donde Liov me esperaba revisando papeles encima del escritorio—. Aquí me tienes —saludé cuando levantó la cabeza.

      —Siéntate, supongo que tendremos mucho de qué hablar.

      —Supongo que así es.

      —¿Y bien?

      —¿Qué quieres saber?

      —Todo. —Señaló la silla frente a él—. Podrías empezar por el principio.

      —Te contaré todo lo que te pueda contar. —Me senté con las piernas cruzadas y la espalda descansando sobre el respaldo—. De ninguna manera pondré en peligro a mi gente.

      —Eso ya lo suponía. Que lo que me cuentes sea verdad y no una sarta de mentiras como hasta ahora. —Me miró serio. Había pasado de ser un querido miembro de la familia a un molesto grano en el culo de cada Korsakov.

      —Como ya sabes —no hice caso a su hiriente comentario—, soy agente encubierto, trabajo para el CNI. Me enviaron aquí con el único objetivo de meteros entre rejas, de acabar con las Tres K. Para eso, me pasé meses estudiando e investigando todo acerca de vosotros. Os conocía antes de venir aquí, sabía exactamente qué hacer para entrar en vuestro entorno.

      —Has sido hecha a medida —dijo Liov tras un suspiro—. La perfecta escultura para poner en el jardín o el cuadro más cotizado de una gran exposición de arte.

      —Sí, por muy cruel que suene, así fue. Aunque después no me valiera para nada, pero… eso no interesa. Lo que te interesa saber es cómo he conseguido tanta información y si tengo algo más, ¿me equivoco?

      —Continúa, estoy ansioso por saberlo.

      —Tengo micros repartidos por la casa de Miki y de los Kostka.

      —¿Cómo? —Sabía que estaba sorprendido, pese a que no quería dejarlo ver; al contrario que el repentino cabreo que desprendía hasta por los poros.

      —Verás, ponerlos no me resultó complicado. El primero lo coloqué en la habitación de Miki. —Se manoseó la mandíbula con fuerza—. A la semana de llegar, aproximadamente. El segundo lo coloqué en el despacho de los Kostka poco después, y el tercero y último está en el salón de tu hermano. Fue una pena que nunca tuviera ocasión de poner uno en la mansión Kovalenko.

      —Muy inteligente. No te costó ver la diferencia entre ellos y nosotros.

      —En eso consiste mi trabajo. Si colocara un micro en el salón de Borak, me reventarían los tímpanos de escuchar a su madre quejarse a su cirujano plástico.

      —No me cabe duda. —Vi cómo Liov escondía una sonrisa—. Escucharías muchas cosas en todos estos meses. Muchas que te dejarían claro que no todos los negocios de los que nos has acusado son ciertos.

      —Sí, por eso me he preguntado cómo es eso posible. Tenía entendido que erais los mejores líderes para la gran mafia rusa, pero permíteme discrepar. Miki parecía ser el único interesado en no confiar en ellos.

      —Ten cuidado, Babette, no me subestimes. Tú no entiendes una mierda de nuestros negocios, dar un paso en falso sería llevarnos a la guerra o a la ruina.

      —Lo dices por el problema de sucesión de Miki. La procedencia de Dara estaba en blanco, lo que nos llevó a investigar más profundamente para enterarnos de que no es rusa, sino búlgara, hija de Damyan y Alla Maksimov.

      —¿Cómo has descubierto eso? Los padres de Dara murieron hace muchos años, incluso mucho antes de que ella llegara a Rusia.

      —Cada uno tiene sus fuentes, no puedo desvelar las mías.

      —Me pasarás las grabaciones de los Kostka.

      Respondí, pese a no ser una pregunta.

      —Por supuesto, quiero que paguen por lo que hacen. Tendréis vuestra propia forma de hacer las cosas; sin embargo, los míos querrán meter mano. —Aunque no sabía qué mano iban a meter si no dejaba nada para sacar del agujero. Pensaría en eso más tarde.

      —Mientras sus manos solo los alcancen a ellos, no tengo problema. ¿Las has traído? ¿Y las fotos?

      —Sí. —Abrí la mochila y saqué un sobre—. Aquí tienes los pendrives con las grabaciones y las fotos.

      —¿Con todas las grabaciones? —Sabía por dónde iban los tiros.

      —Sí, con todas, incluso las del cuarto de Miki. No quiero esconderle nada, aunque hace un tiempo que desconecté los micros de su casa.

      —¿Es la única copia? —Alzó las cejas a la vez que el sobre con las pruebas—. ¿El micro de los Kostka sigue activo?

      —Por supuesto que continúa activo, y por supuesto que no es la única copia. Os daré todo cuando me sienta segura.

      —¿Temes por tu vida? —Otra vez no era una pregunta.

      —Basta con que mires a mi alrededor para darte cuenta de que no son miedos infundados.

      —Quiero que me informes de todo lo que escuches en la mansión Kostka. Volverás la semana que viene; si escuchas algo urgente antes, me llamas. —Estaban asquerosamente acostumbrados a dar órdenes.

      —Estoy a tus órdenes —respondí rodando los ojos.

      —Una última cosa antes de que te marches: dime dónde están los micros de la casa de mi hermano. Los quiero hoy mismo fuera de allí.

      —Es bueno desconfiar, Liov, aunque no es de mí de quien deberías hacerlo. Si eso te preocupa, si quieres fuera los micros, los quitaré yo misma. —Los dispositivos eran característicos del CNI, no podía dejarlos en sus manos.

      —No cederás, ¿verdad?

      —Verdad.

      —Mi hermano te ha prohibido la entrada.

      —Tendrá que quitar el veto durante media hora.

      —Vamos para allá, entonces —dijo levantándose de la silla y animándome a hacer lo mismo.

      —No te convenceré para hacerlo otro día, ¿verdad? —Copié su forma de preguntar.

      —Verdad. —Otro atisbo de sonrisa quiso escaparse de sus labios.

      De camino a la mansión Korsakov, puso al corriente a su hermano. No creo que le hiciera mucha gracia que me dirigiera hacia allí para quitar los micros que llevaban meses regalándome tanta información, aunque menos le gustaría pensar que podía seguir escuchándolos. No le quedó más remedio que ceder.

      Egor nos abrió la puerta antes de llamar.

      —Todo tuyo —dijo abriendo las manos para abarcar el espacio.

      —Quitaré primero el del salón —le informé caminando en esa dirección.

      Los dos me

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