Скачать книгу

la verdad entre sábanas.

      —No necesito que me escupas sinceridad. Estoy seguro de que tú te habrías dado cuenta, pero ¿dónde estaba tu sagacidad para poder verlo tú misma? —inquirí de forma brusca.

      —Kalina —la regañó Laryssa—. No es el momento.

      —Lo único que digo es que me parece increíble —respondió.

      —Ellos pueden ponerte al día, contártelo todo. Yo ya me iba —mentí acercándome a mi ahijado, le besé la cabecita y me alejé.

      —Mmmm. Miki, deberías comer algo —dijo mi madre.

      —No tengo apetito.

      Salí del comedor bajo la atenta mirada de todos. Siempre me había gustado ser el centro de atención, excepto en ese momento. Subí a la biblioteca, tomé una botella de vodka y me senté con el único propósito de vaciarla.

      Esa noche me emborraché hasta casi perder la conciencia. A aquella la siguieron más.

      Mi padre entró al salón; ese, junto con la biblioteca, se había convertido en mi escondrijo. Me miró seriamente. Yo estaba tumbado en el sofá, no me levanté por miedo a no poder sostener mi propio peso.

      —¿No te parece suficiente?

      —Todavía no, me falta un poco para acabar la botella. —Levanté la susodicha casi vacía para que pudiera verla.

      —¡Oh! Seguro. Aprovecha hasta el último trago porque este numerito se te ha acabado, Mikhail. —Me observaba desde arriba. Se había plantado de pie al lado mía para regañarme.

      —¿Quieres una copa, papá?

      —No, disfruta tú las últimas gotas —me respondió en el mismo tono de autoridad que usaba con sus empleados.

      —Papá —intenté inútilmente que se ablandase.

      —Cuando acabes, date una ducha y vete a dormir. Tenemos negocios que atender para estar tirado borracho como un mamarracho día y noche. —Su voz subió unos decibelios llegando al final de la frase.

      —Me estoy tomando unos días de vacaciones —protesté.

      —Pues se te han acabado. Te necesitamos y tú necesitas retomar tu vida. Si no quieres que ella forme parte, tendrás que seguir adelante tú solo.

      —Pero… —arrastré las palabras.

      —No eres un crío, Mikhail, así que compórtate. No me interesan tus excusas —añadió antes de que pudiera replicar de nuevo.

      Mi padre no solía reñirme, una mirada severa solía bastar para indicar que de ahí no podía pasar. Esa noche me había hablado demasiado serio, tanto que no recordaba la última vez que lo había hecho. Su tono de voz denotaba preocupación, eso me llevó a pensar que seguramente tuviera razón. No me podía convertir en eso: alguien que solo bebía y le gritaba a su familia.

      Aunque ella hubiera acabado conmigo no le daría el gusto de verlo. Mi familia me necesitaba y yo estaría ahí para ellos. Había decidido alejarla de mí, aprendería a vivir sin ella.

      Me tomé unas cuantas copas más y me quedé dormido en el sofá; por el momento, eso no podía cambiarlo. Quizá nunca volviera a dormir en mi cama de nuevo, demasiado fría y sola sin su pequeño cuerpo. Así me sentía yo, frío y solo, tanto por dentro como por fuera.

      DABRIA

      Las primeras semanas sin Miki habían pasado, había sobrevivido. El motivo: no me daba apenas tiempo para pensar en él o echarlo de menos. Salía por la mañana muy temprano de casa y no volvía hasta después de cenar, donde mataba el tiempo trabajando hasta pasada la medianoche, cuando caía rendida en un profundo sueño. Los vómitos iban a peor en vez de mejorar, las náuseas a veces eran tan insoportables que no me permitían llevar nada a la boca hasta bien entrada la mañana.

      —Vete a casa —me dijo mi amigo regañándome seriamente.

      —Estoy bien, Borak —protesté bebiendo del vaso de agua que me ofrecía.

      Me había desmayado durante la clase, y me observaba con cara de pocos amigos.

      —Tienes libre hasta el lunes, aprovecha para descansar —me ordenó.

      —De eso nada, necesito entretenerme, no estar en casa encerrada.

      —Como quieras. Llamaré al doctor —dijo dejándome claro que había perdido.

      —Tú ganas, me largo, pero no quiero verte hasta el lunes, cuando vuelva de mis vacaciones.

      —De mañana no pasas sin llamarme. —Se rio.

      —Más quisieras, cretino. —Salí echando humo por las orejas.

      Lo último que necesitaba eran los consejos de un médico que insistiría en hablar del tema para evitar una posible depresión.

      No, gracias. Los días libres me vendrían de lujo, aprovecharía para organizar la información que tenía de los mafiosos. Pondría al corriente al comisario de lo que yo creyese oportuno, si había algo, hablaría con Laura y el abuelo y les pediría a Diego y Jorge que me hiciesen un pequeño favor.

      Entendía la actitud de todos conmigo, pero también me ponía triste y de mal humor. ¿Es que no iban a volver a hablarme jamás? Salvo algún mensaje de Aleksei para preguntarme cómo iba, no había recibido ninguna noticia de ellos. Bueno, a excepción de Liov, pero solo tratábamos negocios. Eso sí, parecía que poco a poco, muy poco a poco, se iba ablandando.

      El sábado por la tarde tuve que salir a hacer la compra, necesitaba reponer la despensa, mis días libres habían acabado con el alijo de comida. Había decidido pasar la noche viendo películas de risa y comiendo helado de nuez y nata a grandes cucharadas. Ese era el momento de arrepentirme de las amenazas que le había hecho a mi mejor amigo. Por su culpa, estaba lamiéndome las heridas.

      Miki aún no había dado señales, seguramente no me amase como yo creía. Puede que nuestro amor no fuese lo suficientemente importante para él como para dejar de lado los prejuicios que tenía en contra mía

      Sonó el timbre. Cuando abrí la puerta, me quedé petrificada; no esperaba su visita.

      —Galina —saludé confusa.

      —Babette, yo… —No era la única nerviosa—. ¿Puedo pasar?

      —Claro. —Me hice a un lado para que entrara y cerré la puerta—. ¿Quieres tomar algo? ¿Té, café, cerveza?

      —Lo que prefieras tú —respondió sentándose en una de las sillas de la pequeña mesa de la cocina.

      Comencé a preparar dos tés. El silencio resultaba algo sofocante. Nuestro trato había mejorado notablemente con el tiempo, pero había una clara barrera entre ambas: Miki.

      —Te preguntarás por qué estoy aquí.

      —Sí, la verdad.

      —Supe lo que ha pasado, quiero decir que sé… que no eres… que eres…

      —Que soy una poli, que Babette no existe, que os he engañado a todos.

      —Bueno. —Parecía incómoda, no dejaba de enroscar y desenroscar sus largos rizos en un dedo—. Sí.

      —No puedo negar lo que soy. También sabrás por qué hice y no hice muchas cosas.

      —Sí, Laryssa me lo ha contado.

      —¿Cómo están?

      —No peor que tú. —Esbozó una tímida sonrisa.

      —¿Miki? ¿Cómo está él? —La pregunta salió de mis labios sin poder detenerla.

      —Borracho, las pocas veces que lo he visto. Nunca lo había contemplado así: tan vulnerable, asustado y perdido. Es frustrante

Скачать книгу