Скачать книгу

que los demás, ella no me había gritado o escupido veneno infectado de rabia. Su voz estaba rota, cargada de tristeza.

      —Claro. —Me giré y salí de la habitación con Aleksei pisándome los talones.

      —Vete, Babette. Llama un taxi y vete.

      —Necesito verlo. —Lo miré suplicante.

      —De eso nada, por hoy es suficiente. —Vi cómo Aleksei negaba con la cabeza mientras subía las escaleras de dos en dos.

      —Por favor, lo buscaré yo sola. No necesito que me acompañes. Por favor, déjame ir.

      —Sube, pero no tardes más de media hora o Egor te matará. Ya lo has oído. —Me dejó pasar delante, aunque él subía detrás de mí.

      La primera habitación en la que miramos fue en la de Miki. Aleksei había entreabierto la puerta para comprobar que no estaba después de no haber respuesta al tocar.

      —Seguro que está aquí. —Se paró enfrente de la biblioteca y tocó con fuerza. Nada. Volvió a llamar con más ímpetu y esa vez Miki respondió enfadado:

      —¿Qué? ¿No podéis dejarme en paz un puto minuto?

      —Pasa y no tardes —me apuró abriendo.

      Entré con pasos temblorosos, parecía que el valor y el coraje se habían quedado con Aleksei, en la puerta. Estaba sentado, de espaldas a mí, mirando por la ventana con un vaso en la mano.

      —Miki —susurré. Se levantó como un rayo y se frotó los ojos. Los tenía rojos y brillantes, estaba llorando. Opté por simular que no me había dado cuenta.

      —¿Qué coño haces aquí? Vete. —Señaló con el dedo hacia la puerta.

      —Por favor, Miki. —Esa frase se estaba volviendo una rutina en mi vocabulario—. Puedo explicarlo.

      —No necesito una explicación. Todo lo que has hecho desde que llegaste ha sido engañarme, así que sal de mi vista. ¡Déjame tranquilo! —empezó a gritar.

      —Piensa, Mikhail —empecé a alzar la voz—. Tengo el trabajo de mi vida. Con veinticuatro años he conseguido lo que nadie antes pudo, ¿por qué lo echaría a perder? Por ti. Porque solo me importas tú; que me despidan del trabajo, que me destierren de mi país si me dejan estar a tu lado. Solo necesito eso, solamente te necesito a ti. —Gesticulaba sin parar, los nervios y el miedo provocaban que quisiese explicarme por todos los medios posibles, dar más credibilidad a mis palabras.

      —¡Mentira! —gritó—. ¿Quieres volverme loco? ¿No te llegó con destrozarme y amenazar a mi familia?

      —Eso no es cierto, no os ocurrirá nada. Sabes que no sería capaz de hacerte daño; por mucho que lo niegues, lo sabes. Dame una oportunidad. —Vacilante, di un paso adelante.

      —¿Una oportunidad? ¿No te parece suficiente? Te di entrada libre y no te lo pensaste dos veces. —Alzó dos dedos en alto, luego se frotó la frente con brusquedad y acabó agarrándose la nuca con la mano y echando la cabeza hacia atrás antes de continuar destilando veneno hacia mí—. Te clavaste en mi corazón y no encuentro el mango del puñal para sacarte. ¡Maldita seas!

      —No es necesario que lo hagas. Te amo. ¿Por qué no puedes dejar a un lado todo y amarme tú también?

      —Nunca volveré a amarte como lo hice, por mucho que me duela. El inmenso amor que te tenía está transformándose en un profundo y creciente odio. —Su oscura mirada era fría como el hielo.

      —Entonces no eres quien yo creía. El invencible Mikhail Korsakov no es más que un cobarde —lo ataqué en un acto desesperado que no arreglaría nada.

      —Tus palabras ya no me afectan. —Se le escapó una lacónica carcajada nerviosa—. No quiero volver a verte. Puedes coger un avión mañana mismo y regresar a donde nunca debiste haber salido. —Su voz se tornó más tranquila, pero continuaba cargada de rencor. Lo veía en su mirada y lo olía en el ambiente. Había cambiado. Habíamos pasado de un día soleado a una noche oscura y de tormenta, que se prolongaría tiempo. No sabía cuánto, eso sí, sería mucho.

      —Por ahora no me iré, esperaré a que cambies de opinión. —Lo decía para consuelo propio porque sentía que no sería así. Que habíamos acabado. No un punto y coma ni un punto seguido, ni siquiera un punto y aparte; nuestra relación había marcado el punto final con un boli que no tenía más tinta.

      —No lo haré, nunca cambiaré de opinión. Pronto, no serás más que un mal recuerdo para mí. —Dio un paso atrás. La distancia que poco a poco había ido disminuyendo debió de parecerle excesiva.

      —Los dos sabemos que siempre seré mucho más que eso. Espero que te des cuenta antes de que sea demasiado tarde. Recuerda que todo lo hago por ti, porque nunca quise ni querré a otro como te quiero a ti. —Le mantuve la mirada. El verde le pedía al negro un hueco en la penumbra.

      —Vete. —Señaló la puerta con el dedo índice—. Antes de que yo mismo te saque. —Se sentó de nuevo en el sofá con el vaso en la mano.

      —Piénsalo, párate a pensar un momento si haría esto por otro motivo. —Dejé caer las lágrimas por mis mejillas porque sabía que no se giraría para responderme—. Acuérdate de lo que me hiciste sentir en tus brazos, sabes tan bien como yo que era real. Hay cosas que no pueden fingirse, por mucho que uno se empeñe.

      —Cierra la puerta al salir. —Así fue como se despidió de mí.

      Suspiré y salí de la habitación. Cuando empezaba a bajar las escaleras, escuché el fuerte ruido que provocó el cristal al hacerse añicos, seguido de un profundo y doloroso grito. Miré hacia atrás por última vez, aunque sabía que no saldría a buscarme.

      —Date prisa —me apuró Aleksei levantándose de la escalera. No contesté, simplemente aligeré el paso hacia la salida—. Tienes un taxi fuera. —Luego me abrió la puerta en un profundo e incómodo silencio. No podía pedirle más, él ya había hecho suficiente.

      —Gracias. —No me contestó. Asintió con la cabeza y cerró.

      Corrí hasta el vehículo que me esperaba tras la reja. Empezaba a nevar y, el frío, como siempre, me calaba los huesos. La noche era triste y oscura, iluminada solamente por los focos del coche. Nadie se había molestado en encenderme la luz de la entrada o del camino.

      Esa era la diferencia entre el antes y el después: antes, una noche como aquella me parecería la más hermosa de todas, desde la terraza de Miki y con él meciéndome en sus brazos. En cambio, en ese momento me parecía horrible, porque estaba sola, triste y con un dolor que me desgarraba el pecho mientras las lágrimas se congelaban en mis mejillas, esperando llegar a un apartamento que solo me recordaba a él.

      Eso me pasaba por idiota. Todo poli sabía que no se debían mezclar los sentimientos con el trabajo. Yo había jugado a tener una vida feliz, como si fuera la Barbie con la que juegas de niña. Y al final no era más que un cuento; obviamente, esos tenían los finales felices que todas añoramos.

      MIKI

      Su presencia no me sentaba nada bien. A la vez que quería que desapareciese de mi vista, las manos me picaban por acariciarla, por abrazarla, por creerla. Sin embargo, se había acabado, aunque algo en mi interior me decía que no era cierto, que no todo podía fingirse, que nadie era tan buen actor para engañarte de esa manera.

      Caminaba desesperado por la biblioteca. El inmenso espacio me parecía una caja de zapatos. Me estaba agobiando, algo me oprimía el corazón, y no era la falta de aire, sino la abundancia de dolor.

      —Miki. —Mi fiel amiga entró como un huracán.

      —No puedo soportarlo, Nit. —La miré desesperado.

      —Joder, lo siento tanto. —Se abalanzó a mis brazos.

      —Y yo. No sé cómo ha podido pasarme esto, no

Скачать книгу