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mujer capaz de arrebatármelo todo. Ha venido para acabar con nosotros, conmigo —susurré más para mí mismo que para ella.

      —Miki, lo siento, no sé cómo ha podido hacernos esto.

      —Es su trabajo, La, es lo que hacen para cogernos. —Acabé el vodka de un trago y volví a llenarlo. Aún no era capaz de creerme mis palabras, era demasiado doloroso asimilar lo que había pasado.

      Más tarde, la escuché hablar con Venyamin por teléfono sin prestar atención a sus palabras. Aunque quisiera, el alcohol me mantenía poco consciente ya; cosa que agradecía. Esperaba que el dolor desapareciese a medida que mis sentidos se empapaban. Las lágrimas seguían cayendo de mis ojos, las imágenes volvían a mi mente y el fuerte dolor en el pecho continuaba intacto. El alcohol no era bálsamo suficiente; la verdad, no creía que hubiera uno.

      No me había molestado en decirle que no quería ver a nadie. Ella ya lo sabía.

      Horas más tarde, la puerta de la entrada se abrió y supe que no podría escapar. De ellos, no. Me alegraba estar tirado en el sofá medio dormido. Mi paz se vio interrumpida por los tacones de mi madre y los pasos sordos de mi padre. No me molesté en levantar la mirada para saber que estaban enfadados y preocupados.

      —¿Qué ha pasado aquí? —preguntó mi madre.

      —¿Qué es todo este desastre? —añadió mi padre casi al instante.

      —Laryssa, Mikhail, ¿qué ha ocurrido? —Mi madre nos miraba seria.

      —Veréis… —Mi hermana sonó bastante insegura—. Ha pasado algo. Miki…

      —¿Qué te ocurre? ¿Qué te ha pasado? —Mi madre intentó acercarse a mí, pero levanté una mano para que no lo hiciese—. ¿Estás bien?

      —Ninguno lo estamos —respondí con la boca pastosa de tanto alcohol, de tantas lágrimas, de tanto dolor.

      —¿Quieres explicarte? —El tono hosco de mi padre no me importó. Quería que esto acabase cuanto antes, así que me dirigí a Laryssa.

      —Suéltalo ya, La, sin rodeos. Una flecha directa al centro de la diana.

      —Babette ha resultado ser una espía, una poli, una infiltrada que trabaja para…

      —¿Cómo? ¿Qué? Pero… ¿quién os ha dicho eso? —preguntó mi padre abriendo los ojos de la sorpresa.

      —Debe haber un error, eso es una locura —añadió mi madre, negándose a creerlo.

      —No hay ningún error, mamá, ella misma se lo ha contado a Miki. No ha venido de Erasmus, no ha venido a estudiar, no ha venido a bailar. Ha venido para acabar con nosotros, para encerrarnos a todos.

      —Si eso es cierto, ¿por qué te lo ha contado? —Fue Laryssa quien contestó de nuevo a la pregunta de mi padre.

      —Dice que no quiere hacernos daño, que se ha enamorado de Miki.

      —¿Qué sabe? —Eso era lo más importante para mi padre. Como líder, debía valorar los daños de su fortaleza antes que los de su hijo. La noticia podía afectar a mucha más gente si no hacía algo.

      —No creo que sea el momento —empezó mi madre, pero él la interrumpió. Yo, en cambio, me limité a vaciar el contenido de mi vaso una vez más.

      —¿No crees que sea el momento? —preguntó él mirándola serio—. Pues yo digo que sí, tenemos que saber qué sabe esa niña.

      No pude evitar soltar una carcajada que se escuchó como un sonido gutural al escaparse del interior de un animal malherido.

      —Esa niña —recalqué la palabra elegida por mi padre para referirse a mi pe…, a la mujer que me había destruido— nos tiene en sus manos, papá, porque lo sabe absolutamente todo. Dónde, cómo, cuándo y con quién llevamos a cabo cualquier negocio.

      —Entonces… —Mi madre lo interrumpió, adoptando una expresión seria y segura, para enfrentarlo dispuesta a ganar.

      —Se acabó, Egor, no es el momento. ¿No lo ves? —Me señaló con la mano—. ¿Piensas que está en condiciones de hablar?

      —Tiene que estarlo, debemos saber a lo que nos enfrentamos. Miki tiene que…

      —Miki tiene que descansar. —Alzó la voz y, aunque no me giré para verla, estaba seguro de que le mantenía la mirada. Mi madre no se dejaba amedrentar por el líder, tenía la capacidad de poner a su marido en su lugar cuando era necesario—. Ya tiene suficiente él solo. Así que te pido, más bien, te prohíbo que lo atosigues. —Su tono no daba pie a discutir más—. Está… —Se acercó más a mi padre para acabar susurrándole y evitar que yo escuchase—. Laryssa, cielo. —Le lanzó una mirada a mi hermana que pareció entender como la mejor explicación; sin embargo, carecía de significado para mí.

      —Por supuesto, mamá. —Su voz sonó triste, aunque no estaba en condiciones de calificar nada, ya que tenía los sentimientos ateridos y medio sedados por el alcohol.

      Lo último que escuché fue a mi hermana removiéndose en el sofá.

      —Cielo, cielo. —La dulce voz de mi madre trató de despertarme, pero cerré los ojos con más fuerza—. Cielo. —Se sentó a mi lado y me acarició la cara como cuando era niño—. Ve para la cama. Dormirás mejor allí.

      —Mamá. —La voz se me quebró—. ¿Qué voy a hacer, mamá? ¿Qué será de mí ahora?

      —Lo siento tanto, Miki.

      —Duele tanto, mamá. —Las lágrimas volvieron de nuevo. Me incorporé y me arrojé a sus brazos para que me cuidase.

      —Pasará, todo se arreglará. —Me abrazó con fuerza.

      —La odio, mamá —le dije todavía aferrado a su pecho—. La odio.

      —Necesitas descansar. Tu padre no esperará más para hablar contigo. To… está muy nervioso.

      —Dile que estaré listo a primera hora de la mañana. —Mi madre se levantó y me acompañó por las escaleras.

      —Sé que es muy duro para ti hacer esto.

      —Es mi deber. —Entré en una de las habitaciones de invitados. No sería capaz de atravesar la puerta de la mía.

      DABRIA

      Había pasado la noche en vela, no había podido dormir nada. Cada vez que cerraba los ojos veía su cara, su odio, su rencor, su decepción… Recordaba el dolor en su mirada, en su voz…

      Decidí no ir a la universidad, no era una buena idea. Me puse doble ración de antiojeras y cogí un taxi hacia el gimnasio. Era mi trabajo, no podía arriesgarme a perderlo y mucho menos a que sospecharan nada, mi vida ya corría peligro al haber descubierto mi verdadera identidad ante los Korsakov.

      Entré y fiché como cada día. Para mi mala suerte, no pude pasar desapercibida ante Inna. Era una buena amiga, por eso, en ese momento no era favorable un encuentro, mi dolor estaba a punto de entrar en ebullición.

      —Buenos días, Babette —me saludó alegre desde el mostrador. No tuve más remedio que acercarme.

      —¿Qué tal, Inna? ¿Mucho trabajo? —Mi sonrisa fue tan fingida que mi amiga arrugó el entrecejo y procedió a un exhaustivo examen de mi aspecto. Notaba que algo andaba mal.

      —¿Qué te ha pasado? ¿Te encuentras bien?

      —Sí, yo… —Los ojos se me humedecieron y no fui capaz de contener un par de lágrimas, que limpié rápidamente con la manga.

      —Babette, ¿qué ocurre? —Rodeó el mostrador para hablar más cerca conmigo. Me tomó una mano y esperó a que contestase.

      —Hemos roto, Miki y yo… Se ha acabado. —Tragué con fuerza y aspiré profundamente para no

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