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Lágrimas de dolor. Bárbara Bouzas
Читать онлайн.Название Lágrimas de dolor
Год выпуска 0
isbn 9788417763282
Автор произведения Bárbara Bouzas
Жанр Языкознание
Серия TrilogÃa Lágrimas
Издательство Bookwire
—De acuerdo. Para lo que necesites, estoy aquí.
—Estoy bien, Inna. —Sonreí de forma débil, sin enseñar los dientes.
Subí las escaleras lo más rápido que me permitieron mis piernas para no pararme a hablar con nadie más. Me cambié y me dirigí a la sala de baile como un robot. Fingí mi mejor sonrisa y empecé a dar las clases deseando que el día acabase de una vez.
Entré al vestuario pensando en abrir el grifo y aliviar mi dolor, pero justo cuando iba a cerrar la puerta, alguien me lo impidió. No podía ser. No quería hablar con nadie y no deseaba encontrarme a otra persona que no fuese él.
—Babette. —Empujó la puerta y me obligó a dejarlo pasar. Cerró con llave y yo suspiré—. ¿Qué ha pasado? —preguntó cruzándose de brazos—. ¿Qué te ha hecho?
—Borak. —La voz se me rompió. Comencé a sollozar y me arrojé a sus brazos.
No lo dudó, me envolvió y me acunó con ternura. Me hacía falta desahogarme con alguien, ¿quién mejor que mi mejor amigo? ¿Quién peor que su peor enemigo?
—¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar cuando nos sentamos en el sofá. Sí, había un sofá dentro del vestuario. Era el gimnasio más lujoso de San Petersburgo.
—Hemos roto, se ha acabado.
—¿Por qué? ¿A quién se ha follado ya? —inquirió enfadado.
—A nadie. Nadie se ha follado a nadie.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
—No me quiere como yo creía.
—¿De qué hablas? Miki está colado por ti. Te adora. —No dejaba de escrutarme con su miraba verde musgo en busca de más.
—Antes, quizá sí; ahora, no lo sé, Borak. No estamos hechos el uno para el otro.
—No lo entiendo, es que… —Achinó los ojos y torció los labios de un lado a otro. Siempre lo hacía cuando no le cuadraban las cosas.
—No hay nada que entender. Se acabó. Supongo que todos sabíamos que tarde o temprano se acabaría. Solo que yo no estaba preparada, no quería que se acabara. —Las lágrimas seguían cayendo mientras le explicaba.
—Lo siento, Babette. Cuando te enamoras, no deberías hacerlo de una persona que te haga llorar. Te sonará a tópico, pero no se merece tus lágrimas.
—Supongo que el tópico es cierto. —Reí—. Pero me duele tanto que no sé cómo hacer.
—Miki es un imbécil —maldijo rechinando los dientes.
—En eso, estoy de acuerdo.
—Dúchate, anda, que te invito a comer.
Acabamos saboreando un exquisito y poco apetecible plato en un restaurante italiano cerca del gimnasio. Era una pena no valorar tal delicia, pero en ese momento mi estómago respondía con una punzada de dolor y unas crecientes náuseas cada vez que le metía algo a la fuerza. La mirada de mi amigo no dejó la preocupación en todo el tiempo que duró la comida.
—Sabes que puedes tomarte la tarde libre, ¿verdad? —me ofreció.
—Lo sé, y la respuesta es no. Tengo que cumplir con mi trabajo, que tú seas mi jefe no quiere decir que pueda aprovecharme de ti cuando quiera.
—Como si no lo hicieras nunca —respondió sonriendo.
—Me vendrá bien mantenerme ocupada, así no pensaré tanto en él.
—Eso sería un desperdicio de tiempo. —Le lancé chispas asesinas con los ojos y fruncí los labios. Él levantó los brazos en son de paz y sonrió—. Inna está preocupada.
Me gustaba más hablar de nuestra amiga, aunque el tema seguía siendo mi sorprendente ruptura. La mayoría esperaba que me pusiese un anillo pronto, que nos vistiésemos con unos trajes que solo los Korsakov pudiesen pagar, que nos dijésemos el «sí, quiero» y que fuese la mujer más envidiada de las siguientes treinta décadas por haber conquistado al soltero más codiciado de toda la ciudad.
—Hablaré con ella. Allí no era el momento, no quería hurgar mucho en la herida, ¿sabes?
—Claro, lo que quieres es utilizar mi hombro de pañuelo para los mocos y las babas que sueltas por el cabrón del Korsakov.
—Diciéndolo así, suena cruel. —Dejé de remover la comida y posé el tenedor a un lado. No iba a comer más.
—Cruelmente cierto. Venga, cuéntame. ¿Qué tal te van las clases?
—Muy bien, me encantan.
—Y supongo que apruebas todo sobrada, ¿no? —Ladeó la cabeza y chasqueó los dientes. Era sorprende la cantidad de muecas que hacía, y más sorprendente lo bien que le sentaban. Lo hacían todavía más guapo.
—Por supuesto, ¿por quién me tomas?
4
MIKI
Me levanté más sobrio y con menos dolor de cabeza, por el resto estaba igual de mal o peor; sin embargo, mi padre tenía razón, debíamos hablar.
Me destrozaba el alma pensar en lo que me había hecho mi…, quería decir la falsa Babette, pero no podía permitir que acabase con los míos. Con que uno de nosotros estuviera destrozado era suficiente. A partir de ese momento lo único que sentiría por ella sería odio, rabia y más odio.
Caminé a mi habitación para darme una ducha. Intenté no pensar en nada, dejar la mente en blanco para poder entrar. Imposible. La ola de recuerdos me asaltó cuando abrí la puerta: su olor, su voz, sus caricias… Falso, falso, todo era falso. Cerré de golpe, me apoyé en ella y respiré hondo intentando concentrarme en alejar el dolor el tiempo suficiente para coger la ropa. Miré a mi alrededor. El cuarto estaba igual a como lo había dejado: todo hecho pedazos esparcidos por el suelo, las sábanas revueltas, el disfraz de ángel tirado al borde de la cama, las alas cerca de ese y, un poco más alejada, la peluca, de un tono entre castaño claro, dorado o rubio; un color que no sabía qué nombre recibía exactamente. Caminé deprisa, sorteando los cristales con cuidado de no cortarme. Cuanto antes saliera de ahí, antes se aliviaría la tensión en mi pecho, o eso intentaba creer. Cogí ropa para vestirme y salí con rapidez de mi habitación, también era mejor ducharme en otro lugar.
Mientras me duchaba, revivía una y otra vez la última conversación con Babette.
«Soy policía, una agente infiltrada. Pertenezco al cuerpo de inteligencia».
Eso no podía estar pasándome, era tan feliz a su lado y… Todo era falso.
Bajé al salón. Mis amigos estaban sentados y, pese a que estaban hablando, no era como las otras veces: ni bromas ni chillidos ni insultos ni carcajadas.
—Miki. —Nitca fue la primera en saludarme con una tímida sonrisa. Me acerqué para sentarme a su lado. Cuando lo hice, me besó en la mejilla y agarró mi mano con fuerza.
Pude notar seis pares de ojos mirándome, esperando que estallase en cualquier momento. Y no me faltaba mucho, estaba haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad para que la poca cordura que me quedaba no desapareciese hasta que esa reunión no hubiera finalizado.
—¿Cómo estás, Miki? —preguntó Murik con cautela.
—¿Tú cómo estarías? —respondí más grosero de lo que pretendía.
—Pues…
—Mi novia me ha engañado, no con otro, peor. —Nunca creí que hubiese peor engaño que una buena cornamenta, en cambio, en ese momento parecerme a un toro de lo más dotado me resultaría cómico—. Me hizo creer que me amaba para acabar conmigo y con toda mi familia. Cada vez que yo le hacía el amor estaba un paso más cerca de nosotros y cuando