Скачать книгу

estamos de mierda hasta las orejas, ¿sabes?

      —Entonces, estamos igual. Pensadlo. Solo pensadlo, por favor.

      —¿Y Miki? ¿Qué pasa con él? Tiene que saberlo —aseguró Nitca.

      —Ya lo sabe. Se lo he dicho cuando nos hemos levantado, quería que fuera el primero en saber la verdad. —Limpié con la manga unas lágrimas que se escaparon de mis ojos.

      —¿Cómo está? —quiso saber Nitca, preocupada—. No quiero ni imaginármelo. —Se pasó la mano por la frente.

      —Peor de lo que te imaginas, seguramente; está lo peor que se puede estar. —Hundí mi mirada en la tila para evitar la suya cargada de reproche.

      —¡Joder! —masculló Aleksei—. ¿Y el resto?

      —Miki no tardará en contarlo. Quería que al menos vosotros lo escucharais de mi boca. —Aleksei también se frotó la cara, nervioso. Me recordó a Miki unas horas antes, había hecho lo mismo. Nitca movía enérgicamente las piernas arriba y abajo, también nerviosa. Ninguno sabía qué hacer, cómo actuar o qué decir—. Me gustaría que me creyerais, que me perdonarais, que todo volviera a ser como antes. —Las palabras salieron de mi boca sabiendo que no eran más que tontas fantasías.

      —Eso es imposible —respondió Aleksei—. No sabes lo que estás pidiendo.

      —Lo sé. —Me limpié otra lágrima—. ¿Queréis preguntarme algo?

      —¿Por qué has esperado tanto para decirnos la verdad? —preguntó Aleksei.

      —Vine aquí por trabajo, sabía qué debía hacer. Soy buena en ello, la mejor; hasta ahora. —Mostré una triste sonrisa—. No os conocía, para mí no erais más que unos niños ricos acostumbrados a tener todo lo que querían. Demasiado dinero manchado de sangre, negocios sucios; todo lo que yo odio, contra lo que yo lucho.

      —Jugaste con nosotros. Una especie de juego macabro donde solo tú tenías el mando para mover. ¿Te divertiste? —inquirió Nitca.

      —No se trataba de eso, Nitca, era mi trabajo. Al conoceros de verdad, me di cuenta de que no podría haceros daño. No voy a negar que durante un tiempo intenté convencerme de que tenía la cabeza confundida por pasar tanto tiempo con vosotros, con Miki. Soy muy testaruda como para dejarme vencer a la primera, a la segunda e incluso a la tercera; pero al final no valió de nada. Imaginármelo entre rejas por mi culpa me sentaba peor que un tiro a quemarropa en el estómago, así que decidí contarle la verdad. Apostar porque el amor que sentimos fuese más grande que cualquier cosa, aunque estoy segura de que perdí hasta mis bragas. Me odia.

      —Necesitamos tiempo, Babette. —Mi amiga se levantó de un salto.

      —Nit —pedí—. Todo lo que os he dicho es cierto. Con que me digáis que lo pensareis, es suficiente.

      —No digo que no te crea… Yo… necesito tiempo para asimilarlo. —Se marchó antes de que pudiera contestar.

      —Admiro lo que hiciste, Bab… —Aleksei negó con la cabeza e hizo un gesto con la mano de que daba igual—. Pero esto es la mafia, sabes cómo funcionan las cosas aquí. No puedes pedir rebaja de condena por tus actos en este mundo. Arreglamos las cosas de una única manera: haciéndolas desaparecer. No resolvemos los problemas, los cortamos de raíz. ¿Sabes lo que quiero decir?

      —Por supuesto que lo sé. La traición se paga con la muerte; en cambio, yo os valgo más viva que muerta, Aleksei.

      —¿A qué te refieres?

      —No soy tan idiota como para contaros la verdad sin tener un seguro por mi vida. Si me llega a pasar algo, todos acabaréis entre rejas, sin excepción alguna. Además, tengo algo que puede interesaros, pero ahora no quiero hablar de negocios.

      —¿Negocios? —preguntó confuso.

      —Un día de estos hablaremos. Pronto, no te preocupes —añadí para tranquilizarlo.

      —Está bien —dijo levantándose del sofá.

      —Siento mucho haberte engañado, a todos. Espero que podáis perdonarme algún día.

      —Yo también. —Cerró los ojos unos segundos—. Yo también —susurró para sí mismo—. Ahora tengo que ir con Nitca. Ten cuidado. —Caminó hacia la puerta sin mirar atrás.

      —Lo tendré. —Tan pronto esa se cerró, rompí en un sonoro llanto.

      MIKI

      No podía creerlo, por más que lo pensaba, no quería creerlo. Sentía una presión en el pecho, un dolor tan fuerte como si me estuviesen arrancando el corazón en vivo.

      Esperé con impaciencia a despertarme de semejante pesadilla, mas no sucedería porque eso era tan real como que me llamaba Mikhail Korsakov. Mi pequeña me había engañado, me había usado como a un trapo. ¡Maldita fuera! No había sido más que su títere.

      «¿Por qué me has hecho esto? Me enamoré de ti. Me enamoré perdidamente y locamente de ti».

      ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a ser de mí?

      —¡Miki! —gritó mi hermana asustada.

      La miré con los ojos bañados en lágrimas. Hacía años que no lloraba. Contaba con los dedos de la mano las veces que lo había hecho cuando era niño. A partir de los diez no había vuelto a derramar una lágrima.

      —Laryssa —susurré.

      —¿Qué ha pasado, Miki? —Se acercó a mí saltando los cristales, cuadros y muebles rotos esparcidos por mi habitación.

      Cuando mi pequeña se fue, descargué toda mi ira a base de patadas y puños contra cualquier cosa que pudiera romper. Principalmente, sus malditas fotos. Mi habitación había quedado hecha un estropicio, a juego con mis puños ensangrentados.

      —Me ha engañado, me ha engañado. —Me froté la cara con frustración.

      —¿Quién te ha engañado?

      —Mi pequeña. Ella me ha engañado.

      —¿De qué hablas, Miki? —Veía incomprensión y miedo en su rostro.

      —¡Nos ha engañado a todos! —Me levanté y volví al ataque con lo poco que quedaba entero—. ¡No es más que una asquerosa poli! ¡Una rata de alcantarilla! ¡Una espía!

      Mis gritos retumbaban en las paredes mientras le explicaba cómo me había mentido, cómo nos había mentido.

      —¡Romperlo todo no arregla las cosas! —gritó Laryssa persiguiéndome escaleras abajo—. ¡Te vas a hacer daño, Mikhail! ¡¡¡Basta!!!

      —¿Daño? Ella ha sido quien me ha hecho daño. —Cuando empecé a arrojar los jarrones, marcos y todo adorno rompible de la sala, Laryssa se plantó enfrente de mí con los brazos cruzados.

      —Si piensas que esto te va a ayudar, continúa, adelante. —Abrió los brazos abarcando la estancia—. Rómpelo todo, si con eso te sientes mejor. Incluso puedo ayudarte, si quieres.

      —Nada puede hacerme sentir mejor. —Me dejé caer en el sofá cuando vi que había más cosas por el suelo que en su sitio. Me eché a llorar de nuevo. Me cubrí la cara con las manos y di rienda suelta a mi dolor.

      Mi hermana se arrodilló enfrente de mí, me apartó las manos de la cara y me abrazó con fuerza. Me dejé hacer, permití que me consolase.

      Laryssa se parecía mucho a mí, teníamos el mismo color de ojos y pelo, salvo que ella había adornado su larga melena con mechas rubias. Su rostro también era más dulce que el mío, expresaba bondad con una simple sonrisa. Era bastante alta, no tanto como yo, pero bastante más que Kalina.

      Después, cuando me hube calmado un poco, sirvió una copa para cada uno. Mientras a ella el trago le duró lo que parecieron horas,

Скачать книгу