Скачать книгу

Babette ha hablado con nosotros.

      —¿Nosotros? —Abrí los ojos con sorpresa.

      —Con Aleksei y conmigo —respondió Nitca evitando mi mirada.

      —Ella misma nos contó la verdad antes de que nos enterásemos por ti —explicó Aleksei—. Supongo que para disminuir el mal.

      —¿Disminuir el mal? ¿En serio crees que haya algo que pueda disminuir el mal? —Mi tono sonó unas octavas más alto de lo normal.

      —Reconozco que es valiente por hacer lo que hizo —respondió mi amigo manteniéndome la mirada.

      —Otros la tacharían de insensata. Lo que ha hecho no tiene perdón, no hay forma de menguar el mal —dije serio.

      —No justifico lo que ha hecho, de ninguna manera, pero creo que dice la verdad. —Las palabras de mi mejor amiga me cayeron como un jarro de agua fría.

      —¿De qué parte estás, Nitca? —Mis palabras salieron tan frías que vi cómo tragaba con fuerza. Obviamente, no se dejó amedrentar, alzó la mirada hasta mis ojos y respondió:

      —Sé que estás sufriendo, pero, aunque nos pese a todos, ella también. Babette se ha enamorado de ti tan locamente como tú de ella. Estoy segura de que eso nunca ha sido mentira.

      —Estoy de acuerdo con Nitca, ¿por qué si no lo arriesgaría todo? —preguntó Aleksei.

      —¡No lo sé! —grité, y me levanté del sofá pasando las manos por mi pelo—. Ni quiero saberlo. Puede que sea parte de su misión, nada más.

      —Quizá deberías… —intervino Venyamin, pero Laryssa lo fulminó con la mirada.

      —Es pronto para asimilar tantas cosas; sin embargo, yo la creo. —Nitca me miró disculpándose por lo que acababa de decir. Sabía que si no decía lo que pensaba reventaría, pero en ese momento lo que necesitaba era que se callase. Que todos cerrasen la puta boca y se guardasen sus opiniones, críticas o pensamientos para ellos mismos.

      —Lo que dicen tiene sentido —intervino Zoria.

      —¡Basta! —Miré a cada uno de mis amigos de forma seria. Esa mirada que nunca utilizaba con ellos fue la necesaria para que no siguieran—. No quiero escuchar una palabra más de ella. Laryssa, ¿dónde coño está papá? —acabé gritando. Me serví una copa, necesitaba calmarme. En realidad, lo que necesitaba era acabar con eso cuanto antes.

      —Buenas noches, niños. —La voz de mi madre interrumpió los pocos murmullos del salón.

      —Buenas noches, corazones. —Mi tía nos saludó a todos con el mismo cariño, pero terminó centrándose en mí. Era la primera vez que odiaba tantas atenciones extra de la gente, aunque fuesen mi gente.

      Tanto mis padres como mis tíos tomaron asiento. Yo hice lo mismo en una esquina, al lado de mi progenitor, para evitar que las miradas cayesen directamente sobre mí. Aunque era poco probable.

      —Lo siento, hijo, siento todo esto —susurró antes de alzar la voz para que lo escuchasen—. Ya todos sabéis por qué estamos aquí. La cuestión es saber cómo vamos a tratar esto, qué debemos hacer.

      —Todos sabemos lo que hay que hacer. —Me tensé ante las palabras de mi tío Liov, no había valorado esa opción.

      —Es lo que se merece —añadió Venyamin.

      —Lo sabemos; sin embargo, no creo que su muerte arregle este problema —observó Murik.

      —Está claro que ese debe ser el pago, pero no antes de saber cuál será su próximo movimiento. No queremos que nos perjudique más muerta que viva —dijo mi padre.

      —Ella dijo lo mismo —concordó Aleksei—. Que nos valía mucho más viva que muerta.

      —¡Maldita sea! —Pasé las manos por mi rostro—. Todo es por mi culpa.

      —No es cierto, es culpa de todos —me contradijo mi tío—. Lo arreglaremos, verás, como siempre.

      —¿Y cómo?

      —Encontraremos la solución —aseguró mi padre.

      Sabía que era cierto, no dudaba que lo conseguiríamos. Sin embargo, ¿qué había de mí? ¿Podría alguien arreglar mi corazón y mi alma?

      —Puede que no sea necesario ningún plan —intervino Nitca.

      —¿De qué hablas, Nitca? ¿Por qué dices eso? —inquirió mi tía. Lo habitual no era que ellas estuvieran en las reuniones, la razón era simple: cuanto más alejadas, mejor, menos peligro. En cambio, eso era distinto, nos aludía a todos por igual, ya que el objetivo había sido nuestra propia familia. Cada uno de nosotros había sido víctima del engaño.

      —Babette no quiere hacernos daño —recalcó mi amiga de nuevo—. Lo repitió unas diez veces.

      —¿Estás segura? Porque, hasta donde yo sé, nos quiere entre rejas —replicó mi tía.

      —Sí, lo estoy —aseguró—. No nos quiere entre rejas. Parecía sincera. Yo la creo —susurró lo último.

      —No es por echar más leña al fuego, pero yo también la creo —añadió Aleksei.

      —Hasta que no hablemos con ella, no podemos hacer nada —dijo Murik zanjando el intercambio de opiniones.

      —Estoy de acuerdo —coincidió mi padre—. Llámala tú, Aleksei. Dile que venga.

      —¿Ahora? —preguntó no muy convencido.

      —Quiero acabar con esto cuanto antes. —Mi padre lo miró serio.

      —Quizá sería mejor esperar unos días. Ahora mismo todos estamos muy nerviosos, sobre todo… —Aleksei fijó su mirada en mí.

      —Haz lo que te dice mi padre, Aleksei; por mí, no te preocupes, sabré comportarme. De hecho, no estaré aquí cuando venga.

      —Lo digo por los dos, ambos necesitáis pensar.

      —Lo que necesito es que desaparezca de mi vida, ¡joder! ¡Llámala de una puta vez! —grité.

      Mentira. Lo que en realidad deseaba era volver a los días en los que solo éramos dos jóvenes enamorados. Nada más. Eso no era posible y el amor que sentía por ella se convertiría en odio. Costase lo que me costase, la sacaría de mi cabeza, de mi corazón y de mi alma.

      Aleksei regresó con el móvil en la mano y una expresión de preocupación y tristeza en el rostro, la que tenían todos en el salón, unos más que otros. Si ellos estaban así, no me quería imaginar cuál era mi imagen.

      —Viene hacia aquí. Pero ha puesto una condición.

      —¿Cuál? —preguntó Zoria.

      —Me ha dicho que solo hablará de negocios con Egor y Liov, salvo que tú —fijó su mirada en mí— quieras quedarte también.

      Sentí la sangre desaparecer de mi rostro, me tensé y el dolor en el pecho se hizo tan fuerte que me costaba respirar.

      —No quiero verla. No puedo quedarme, no puedo verla, papá —susurré la última frase para que solo él pudiera escucharme.

      —No tienes por qué hacerlo. Nosotros nos haremos cargo. —Me dio un ligero apretón en el hombro y se levantó.

      Al cabo de media hora, el timbre sonó. Me levanté, me serví una copa y, antes de darme la vuelta, decidí llevarme la botella entera, la iba a necesitar. Subí directo a la biblioteca, mi cuarto era el peor lugar en busca de paz al que podía ir. Abrí la puerta pensando que allí podría esconderme un rato.

      DABRIA

      Como suponía, no habían tardado en llamarme; me habían dado el tiempo justo para acabar la última clase antes de que el teléfono sonara.

      El

Скачать книгу