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pero ella no fingía amarte. Si algo de verdad tiene toda esta historia, es esa. Ella se enamoró de ti. —No dejó de apretarme con fuerza.

      —¿Cómo puedes decirme eso? No te creas sus mentiras, ahora todo ha salido a la luz.

      —Ella lo ha sacado a la luz, y lo ha hecho por ti. Piénsalo un momento, si no te quisiera, no nos habría contado la verdad.

      —Ya tengo suficiente mierda encima para que me eches otro caldero, así que, si has venido a defenderla, ya puedes largarte. —Me separé de ella y me senté de nuevo en el sofá mirando hacia fuera.

      —Quiero lo mejor para ti, Miki, y… —La atajé antes de que siguiera.

      —¿Piensas que ella es lo mejor para mí, Nitca? ¡Mírame! Estoy destrozado. ¿Es que no lo ves?

      —Creo que la verdad es lo mejor para ti. Y, nos guste o no, debemos empezar a pensar que lo que nos ha contado es cierto. A veces, la verdad puede hacerte más daño que la mentira.

      —¿Qué coño dices? Estoy enamorado de alguien que ni siquiera conozco. No sé cómo es, de dónde es, ni sé su puto nombre.

      —Se llama…

      —No me lo digas. No quiero saberlo. No quiero saber nada de ella.

      —Está bien. Es demasiado para digerir. Poco a poco.

      —¿Quieres una copa? —le ofrecí, no quería seguir indagando en el tema.

      —Claro, yo las prepararé.

      Me desperté con un dolor de cabeza horrible, el cuello retorcido y la cabeza colgando hacia un lado, los pies de mi amiga descansaban sobre mis piernas. Ella también babeaba sobre un cojín, con el cuerpo despatarrado en una posición complicada; tenía la cadera y las piernas dobladas hacia el interior del sofá y los brazos y el pecho hacia fuera, con un brazo colgado tocando el suelo. Sonreí. Ella era así. Nadie había venido a molestarnos, todos sabían que no estaba preparado para hablar, para enfrentarlos. Con Nit era distinto, no teníamos secretos, me hacía bien charlar con ella, o beber, ya que después nos habíamos dedicado a eso. Nada más.

      —Nitca. —Subí la voz para despertarla.

      —Mmmm —ronroneó entreabriendo un ojo.

      —Levántate o te quedará un dolor de cuello terrible.

      —¿Cómo estás? —preguntó incorporándose lentamente. Se estiraba con cada centímetro que avanzaba hasta quedarse sentada.

      —Estoy —respondí encogiéndome de hombros—. ¿Cómo está el resto?

      —Todos estamos muy confusos. Unos queremos creerla, otros quieren matarla. —Se restregó los ojos sin ninguna suavidad.

      —¿Qué dices? —No pude evitar la pregunta.

      —Es lo que se merece por su traición, ¿no? Con cualquier otro no habrías dudado.

      —No quiero matarla. —Por mucho que me doliera, era verdad. Matarla no era una opción.

      —¿Por qué, Miki? Así acabaría todo.

      —Supongo que sí —mentí—; por ahora, nos hace falta viva.

      —Negocios. Al final todo se resume a eso.

      —Debemos arreglar este embrollo antes de ponernos en peligro, luego valoraremos qué debemos hacer.

      —Por supuesto. —Se levantó y se palmeó los muslos con ambas manos—. Tengo clase, aunque si quieres, puedo quedarme contigo —me ofreció.

      —Ve tranquila, Nitca, estaré bien. Además, necesito estar solo. Necesito pensar. —Me levanté y me serví un vodka. No sabía quién había tenido la maravillosa noticia de poner una barra con un alijo de botellas en la biblioteca, pero me era muy útil en ese momento.

      —No creo que así —lanzó una mirada seria hacia el vaso— pienses con claridad.

      —No, tienes razón. Necesito no pensar. —Bajé el líquido transparente de un trago y me serví otro.

      —Nos vemos luego. —Me besó en la mejilla y se fue.

      —¿Sí? —Mi voz ya no sonaba muy clara a esas alturas. No había salido de mi escondite en todo el día y ya estaba anocheciendo.

      —Hola, Miki. —Mi madre se sentó a mi lado—. La cena está lista.

      —No tengo hambre, mamá.

      —No, tienes sed —dijo con sarcasmo, señalando mi vaso con la vista.

      —Sí, sed. —No estaba muy consciente para mantener una conversación coherente.

      —Deberías comer algo, y dejar de beber. Date una ducha, anda. —Intentó quitarme el vaso de la mano, pero lo separé a tiempo.

      —Luego. Estoy bien aquí.

      —Me parece fenomenal que intentes aplacar tu dolor, pero el alcohol no te ayudará. Esta no es la forma.

      —¿Y cuál es la forma, mamá? No hay. No hay cómo menguar el dolor que siento. Déjame solo.

      —Muy bien. Bébete todo el alijo, si eso te hace sentir mejor. —Se levantó y salió dando un portazo.

      —En eso estoy —respondí a la nada antes de darle otro gran trago.

      DABRIA

      Estaba agotada. Esos dos últimos días habían sido demasiado intensos. El tiempo que me dio de abrir la puerta y correr hacia el váter para echar la bilis. Me lavé los dientes, siempre había odiado el sabor ácido y amargo del vómito en mi boca, como cualquier persona, claro estaba.

      Me puse el pijama y preparé una manzatila, como le llamaba yo a la mezcla de manzanilla con tila, para que me asentara el revoltijo de nervios que tenía en el estómago. Encendí la tele, más por costumbre que por ganas de verla, y, entre sorbo y sorbo de la infusión, me tranquilizaba a mí misma con mentiras piadosas. «Todo va a arreglarse. Miki me perdonará. Todo lo que he hecho valdrá la pena».

      Me desperté con el mismo malestar con el que me había acostado. Corrí al baño para vaciar de nuevo la bilis porque no tenía más que media manzatila. Podía fingir, aunque no sería hacerlo del todo, que estaba mala y no ir al trabajo ni a la universidad, pero me vendría bien salir de ahí. Incluso la cocina me olía más a él que a café.

      Como un robot, me preparé para ir a clase, muy abrigada. Cogí la mochila con los libros y el bolso del gimnasio, y salí por la puerta sin darme tiempo a fijarme o pensar en nada.

      Mi móvil comenzó a sonar tan pronto puse un pie en la universidad.

      —¿Diga?

      —Babette, soy Liov. Tenemos que hablar.

      —En cuanto tenga un momento me acerco a tu casa, ¿o prefieres que nos veamos en otro sitio?

      —No, en mi casa. Tienes que venir hoy.

      —De acuerdo, después de comer me paso por ahí. —Colgué sin esperar respuesta.

      ¡Genial! Ese era el mejor plan que podía tener: ir a la casa del tío de mi ex, el cual me odiaba, como el resto de su familia, incluido Liov.

      —Buenos días —me saludó David cuando me senté a su lado. Era un alivio que a primera hora no tuviese clase con Nitca, y la suerte estaría de mi lado si no viniese en toda la mañana. No sería mucho pedir, teniendo en cuenta la racha que llevaba.

      —¿Qué tal, David?

      —Pues mucho mejor que tú. ¿Qué te ha pasado? Tienes muy mala cara y estos días no has venido. ¿Estás enferma?

      —No exactamente. Miki y yo hemos roto.

      —Jo-der. —Su cara era de completa sorpresa—. Eso

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