Скачать книгу

un poco más claros que su hermano, la nariz un poco más larga y los labios más gruesos. Pero ambos con las facciones bien marcadas, al igual que Miki y los gemelos. Liov era más alto, Egor más ancho.

      Al acabar, puse la foto en su sitio y alcé el micro con dos dedos para que lo viesen.

      —Me queda otro —le informé a Egor—. En la habitación de Miki.

      No me respondió, entrecerró los ojos y susurró lo que seguramente fue una maldición en mi contra. Apuré el paso escaleras arriba, con ellos pisándome los talones.

      Abrí la puerta y, al primer paso, tuve que detenerme. Todo estaba por los suelos, desordenado y roto. Mi disfraz seguía donde lo había dejado, en un rincón, desparramado, con la peluca cerca.

      —Date prisa —me ordenó mi exsuegro al ver que no reaccionaba.

      Tragué con fuerza y aspiré hondo antes de caminar hacia la cama. Me descalcé y subí a ella para poder alcanzar la foto. Antes de darme tiempo a cogerla, un grito me sobresaltó, seguido de Miki acercándose como un huracán.

      —Pero… ¿qué coño hace ella aquí?

      —Miki, para, para. —Su padre lo agarró para impedir que llegara junto a mí. Los tres apenas habían dado más de tres pasos desde la entrada. Era lo mejor debido al desastre que había.

      —¿Qué coño hace? —Esa vez le pedía explicaciones a su padre y no a mí—. Sácala de mi habitación.

      —Se irá en cuanto haya quitado el micro —le explicó su tío.

      No podía soportarlo, su rostro se tiñó de un dolor tan grande que me dejó petrificada.

      MIKI

      —¿Estás diciéndome que tengo un micro en mi cuarto? Que lleva… ¿cuánto tiempo? —pregunté sin dar crédito a lo que me estaba pasando. Me sentía como si me acabasen de tirar un caldero de agua helada por encima.

      —Desde el primer día que me duché aquí, a la semana de llegar. Lo coloqué el día de nuestro primer combate de esgrima —me explicó Babette sin levantar la voz y con una mirada ¿triste?

      —Estás de broma, ¿no? ¿Me estás diciendo que llevas más de medio año espiándome?

      —Sí.

      —No puedo creérmelo. —Pasé las manos por mi pelo—. ¿Qué coño pensabas descubrir en mi cuarto? ¿Querías saber hasta qué punto llegaba mi amor por ti? ¿O tenías miedo de que me tirara a alguien más? —acabé gritando. Mi padre y mi tío se echaron hacia atrás. Suponía que para darnos privacidad. Eso ya me daba lo mismo; a aquellas alturas, no quedaba ningún secreto por descubrir.

      —Era mi trabajo, Miki, yo… —No dejé que continuara, no quería escucharla.

      —Pues déjame decirte que podría besar el suelo que pisabas, que jamás había querido a nadie como te quería a ti. Y, por si tenías dudas, eres la única tía que ha dormido ahí. —Señalé mi cama con el dedo índice—. Y desde luego que serás la última. Te habrás reído de mí a diario, escuchando cómo caía a tus pies. Disfrutarías con cada palabra, cada te quiero era una batalla menos. ¿Te has divertido?

      —Al contrario. No voy a negarte que me alegraba acercarme a ti, era lo mejor para mi trabajo, pero después apenas podía escucharlas sin que me produjeran náuseas, hasta que dejé de hacerlo. No podía. —Dejó de mirarme para acabar con lo que había venido a hacer. Con una maña que odiaba ver, quitó el pequeño dispositivo del cuadro y volvió a colgarlo.

      —Maldita seas, eres peor que un demonio. ¿Te has parado a pensar el daño que podías hacer? —Bajó de la cama y se quedó mirándome fijamente—. Nosotros también somos personas. No te importó acabar conmigo de la peor manera.

      —Eso no es cierto, Miki.

      Volví a interrumpirla, necesitaba soltar todo lo que tenía dentro.

      —Pese a las estúpidas conjeturas o prejuicios que te hayan inculcado, yo también tengo sentimientos. Siento y sufro como cualquiera, y como prueba de ello, aquí me tienes. Estoy destrozado, acabaste conmigo. Apúntate ese tanto, Babette, nadie puede decir lo mismo que tú. Nadie puede presumir de haber acabado con el heredero Korsakov, salvo tú. Espero que lo hayas disfrutado, que todo lo que has hecho te sirva, porque a partir de ahora no volverás a sentir ese amor que te daba poder absoluto sobre mí.

      —No es cierto, Miki. Lo siento, lo siento tanto. No puedo cambiar el pasado o lo que he hecho, pero puedo cambiar el futuro, puedo explicarte…

      —Se acabó. Ahora experimentarás en carne y hueso lo que es el sufrimiento. Sabrás lo que se siente cuando la persona que más amas te cause el mayor dolor que puedas imaginar.

      Babette empezó a llorar, no de forma brusca y ruidosa, sino que las lágrimas salían de sus ojos como chorros de agua, que intentaba aguantar pestañeando y limpiando con la manga.

      —Una última pregunta. —Mi curiosidad por saberlo pudo más—: ¿Por qué coño te disfrazaste de ángel cuando estabas realizando un acto tan vil y cruel?

      —Me llamo Dabria, significa «ángel» en latín.

      —¿Una especie de juego macabro para sentir tu victoria más real?

      —No, te equivocas. Una forma de sentirme real pasando la última noche en tus brazos. Quería sentirme y que me sintieras como yo misma.

      —Vete. —Le hice un gesto con la cabeza hacia la puerta.

      Al girarme, me di cuenta de que mi padre y mi tío no estaban. Pasó con paso decidido por mi lado y, antes de salir, me dijo:

      —Te estás equivocando, Miki.

      Había sido un imbécil y lo seguía siendo porque, pese a todo, vi dolor y sufrimiento en su rostro. Lo notaba en sus palabras, pero aun así no podía permitirme creer en ella. Esa mujer había sido creada para mí, para enamorarme hasta lo irremediable.

      Sabía lo que tenía que hacer y lo que debía sentir, y aunque lo repetía y me empeñaba en ello, algo en mi interior me decía que no estaba haciendo lo correcto.

      Estaba tirado a los pies de la cama. Estiré la mano para alcanzar el dichoso disfraz. En verdad, me había parecido un ángel cuando la vi bajar por las escaleras con ese vestido. Para mí siempre había sido la chica más guapa del mundo, pero de esa forma parecía un ser sobrenatural con el que nadie podía competir en belleza, simplemente, porque jugaba en otra liga, pertenecía a otro mundo.

      Acerqué el disfraz a mi cara y, por muy masoquista que sonase, aspiré su olor. Comencé a llorar, últimamente lo hacía demasiado. Si me viesen en esos momentos, sería mi ruina. ¿Qué más daba? Ya estaba arruinado. Destrozado a manos de una mujer. ¡Que irónico!

      Apoyé la cabeza en la cama mirando hacia el techo, que estaba ocupado por una foto de ella; me relajaba mirarla cuando no la tenía entre mis brazos, me daba paz observarla. Cerré los ojos y dejé a mi mente vagar por la época, que ya tan lejana me parecía, donde éramos inmensamente felices.

      —Miki. —Mi madre me llamó desde la entrada—. Mandaré a alguien para limpiar este desastre.

      —No, no quiero que nadie entre aquí.

      —Esta habitación parece un campo de batalla, acabarás cortándote entre tanto cristal.

      —Que solo quiten lo que está roto; el resto, que lo dejen como está.

      —Les diré que limpien lo imprescindible. Ahora, vamos abajo, deberías comer algo —me animó.

      —Claro.

      En el comedor, el ambiente estaba muy tenso. Mi hermana pequeña me besó en la mejilla sin decir nada y mi padre parecía agotado observando su móvil. Y por si fuera poco incómodo, mi hermana mayor entró con Lesta en brazos y Anzor pisándole los talones.

Скачать книгу