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Breuer. Esto no sucede, claro está, sino cuando su situación les permite reconocer algo estimable en nuestra disciplina, pues en caso contrario el psicoanálisis es indiscutiblemente obra mía. No he sabido nunca que la considerable participación correspondiente a Breuer en el psicoanálisis haya atraído sobre él su parte de críticas y reproches. Pero habiendo reconocido hace mucho tiempo como destino inevitable del psicoanálisis el de excitar la contradicción y el disgusto de los hombres, me he decidido a considerarme como el único autor responsables de sus caracteres fundamentales”

      (Freud, 1996 [1910], p. 1533).

      Quiero agregar que el recurso del “héroe solitario” o el “genio”, según ciertos autores, es una herramienta recurrente cuando se escribe la historia de la ciencia30, pero que especialmente en el caso del psicoanálisis, ha reflejado un particular uso del pasado para lograr ciertos grados de autolegitimación. Vale decir, el recurso del pasado31 pretende subrayar la originalidad del psicoanálisis –que la tiene por cierto–, pero desprendiéndose de cualquier antecedente o deuda intelectual32, forjando con ello una especie de “genealogía vacía”, que explicaría su creación como epifenómeno originado por un único creador, haciendo que sea imposible distinguir la historia del psicoanálisis de la biografía de Freud. De esta manera, estos elementos –a los ojos de algunos autores33– comienzan a configurar el “mito de origen” del psicoanálisis, el que tendrá interesantes consecuencias en varios ámbitos. Según esta mirada, el psicoanálisis siempre ha estado (¿y estará?) condenado a chocar con fuertes resistencias de parte de la sociedad y, especialmente, del mundo científico a causa de las verdades que revela 34, ocultando así el sorprendente éxito y rapidez de la diseminación de las teorías freudianas por los distintos países y espacios culturales35. En este mismo sentido, aquellos que se apartaron de este camino fueron calificados como discípulos “disidentes”, donde los casos de Carl Jung y Alfred Adler son históricamente significativos.

      Hugo Vezzetti36 resumió cómo desde esta perspectiva, la historia del psicoanálisis ha sido pensada como la historia de un movimiento. Vale decir: “una formación colectiva, con sus propios fines como organización; en un sentido político, o, incluso, en un sentido religioso (es muy conocida, en ese sentido la comparación con una “iglesia”), que la diferencia de una historia disciplinar […] [Por su parte] el desenvolvimiento del psicoanálisis está recargado por el peso de las biografías y de los vínculos entre los analistas, en una trama que se arma como una verdadera novela familiar o una saga religiosa. Allí se establece un modelo de historia dominado por la biografía; ente todo la de Freud” (pp. 64-65).

      Más tarde, el avance crítico sobre este estilo ayudó a entender que el nacimiento del psicoanálisis tuvo directa relación con su entorno más próximo, dando paso a los abordajes contextualistas que analizaron cómo las condiciones específicas de la Viena de fin de siglo influyeron crucialmente en los descubrimientos de Freud (Carl Schorske37, William J. McGrath38, y Henri F. Ellenberger39 se cuentan entre los más representativos). Ahora, la historia del psicoanálisis era vista como un entramado de vicisitudes que implicaron a la historia intelectual que rodeó a Freud y las condiciones sociales, políticas y económicas en las cuales estuvo inmerso. Así se puede contar con el declive del sistema liberal vienés y la correspondiente reorganización del papel que los judíos ocuparían en dicha sociedad, lo mismo que la evolución de las teorías psicodinámicas en el campo médico-psiquiátrico y su influencia en la génesis del psicoanálisis. Por ejemplo MacGarth afirma que: “En la exploración histórica de los orígenes de la creatividad de Freud me he centrado en la interacción de su mundo interno de los sueños y fantasías y las influencias externas como la situación familiar, la tradición religiosa, el nivel educativo, y el medio socio-político” (MacGarth, 1986, p.18). Por otro lado, en los últimos años se ha abierto una nueva corriente de investigación –de la cual este libro intenta ser parte–, sobre la historia del psicoanálisis: los estudios que se preocupan sobre la circulación transnacional y la apropiación de las ideas freudianas en ciertos espacios socio-culturales determinados40 (Damusi & Plotkin, 2009). Esta mirada considera al psicoanálisis como un cúmulo de ideas que tiene la propiedad de transitar por distintos espacios culturales y nacionales, siendo recepcionado y utilizado de distintas formas, llegando inclusive a empapar varias capas de la sociedad en la que es recibido. El proceso de recepción es un fenómeno activo, destacando las distintas reapropiaciones y reinterpretaciones que los agentes locales hicieron de las ideas de Freud, haciéndolas compatibles con las tradiciones que dominaban la escena local. Está claro que este es un proceso activo donde los distintos agentes al momento de recepcionar las ideas, también las reinterpretan según las exigencias de su época. Por ello esta concepción se aleja de la idea de la existencia de una supuesta manera “correcta” de leer los conceptos del psicoanálisis.

      Como ejemplo ilustrativo de esta manera de pensar el problema, en mayo de 1956 las Universidades de Frankfurt y Heidelberg celebraron el centenario del nacimiento de Sigmund Freud, realizando diferentes conferencias a cargo de distinguidos invitados como fueron Franz Alexander, Michael Balint, Ludwig Binswanger, E. H. Erickson, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, entre otros41. Sentidos discursos y conferencias rescataron el aporte del psicoanálisis como disciplina transversal y no sólo como parte importante de la medicina, psiquiatría o psicología. Hay en especial, dos citas que rescatan las características particulares del psicoanálisis y que en virtud de la presente perspectiva quiero comenzar a introducir. Una de ellas es la del Rector de la Universidad Johan Wolfgag Goethe y la otra del Ministro Presidente de la República Federal Alemana. El primero afirmó:

      “Las doctrinas científicas en las que se refleja la obra vital de Sigmund Freud, también fueron originalmente dadas a conocer, discutidas y desarrolladas posteriormente en Alemania, como en todos los países civilizados occidentales. Nuestra universidad fue antiguamente uno de los lugares donde más se cultivaron estas doctrinas. Después fueron reprimidas, durante el período de dictadura política. Mientras adquirieron una importancia cada vez mayor en el extranjero y especialmente en las naciones anglosajonas, cayeron en la proscripción aquí en Alemania” (Coin en Adorno & Dirks, pp. 19-20).

      Por otro lado las palabras del primer ministro no dejarían de elogiar y relevar los aportes freudianos:

       “Un ministro que se atreviera a hablar en conmemoraciones y en cada oportunidad que se le ofreciera sobre el objeto o la persona del homenaje, no sería tomado a la larga muy en serio por un público crítico y de muy alta formación intelectual. Por ello, no quiero colocarme la toga imaginaria de un pequeño juez universal, para dar aquí un juicio sobre Sigmund Freud. Si tengo el valor de tomar la palabra en esta ilustre reunión, ello se debe a dos motivos. En primer lugar porque soy de la opinión de que la obra de Sigmund Freud se ha convertido ya en muchos aspectos en una posesión común del mundo intelectual. En segundo lugar porque creo que para el estadista, y como consecuencia de su profesión especial, es una obligación ocuparse del destino de esta obra, así como de su autor” […] “En el año 1938 fue desterrado de su patria por el bárbaro fenómeno que condujo a un estado en contra del derecho, la ley y la obligación. Freud murió un año después. Y mientras los violentos nazistas presumían de la caída de determinados círculos intelectuales alemanes, así como de haber destruido la obra de Freud en el campo de la lengua alemana, su doctrina efectuó un viaje victorioso sin igual por todo el mundo. A excepción de la Unión Soviética, que se mantiene rígidamente en la dirección de la reflexología, no existe actualmente en el mundo ninguna Psicología, Pedagogía, Medicina, Filosofía y Estética, que no utilice las doctrinas y métodos de Freud. Esto debería de obligarnos a los políticos a reflexionar nuevamente sobre la relación entre la política y la ciencia, tanto dentro como fuera del gobierno”

      (August Zinn, en Adorno & Dirks, pp. 13-26).

      Bajo esta óptica, estas citas reflejarían una de las tantas rutas por las que ingresaron las ideas de Freud a Alemania: el mundo universitario, lugar donde fueron recepcionadas, leías y comentadas. Subrayan que el psicoanálisis viajó por el mundo, cruzando diversas fronteras nacionales y culturales,

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