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mas allá de las famosas estructuras con las que la jerga psicoanalítica nos había acostumbrado a nombrar las vicisitudes de la subjetividad en nuestro tiempo, más allá de las consignas teóricas con las que nos habíamos familiarizado para conocer una doctrina, era preciso tener la mínima y necesaria humildad de leer la historia. Por eso me encontré un día en la biblioteca del Hospital St. Anne de Paris revisando algunos textos que médicos chilenos habían producido durante sus estadías en esa ciudad tan relevante para la historia del psicoanálisis. Veinte años después, puedo leer en la tesis de Mariano Ruperthuz, que está a la base de este libro, similares esfuerzos por recuperar de los archivos olvidados de esa historia las huellas del modo como a principios del siglo XX el psicoanálisis comenzó a hacerse parte también de nuestra cultura chilena.

      Valga esta breve autoreferencia para insistir en que, afortunadamente, las generaciones van marcando el paso de una memoria que no se detiene en las versiones oficiales y que a ellas le debemos el relevo que toman de nuestras insuficientes inquietudes de formación.

       Roberto Aceituno

      Psicoanalista

      Decano Facultad Ciencias Sociales

      Universidad de Chile

      PRÓLOGO

      ¿Por qué escribir un libro sobre la historia del psicoanálisis en Chile? A pesar de que fue un chileno, Germán Greve, quien –según el propio Freud–, mencionó públicamente al psicoanálisis por primera vez en América Latina, lo cierto es que esa mención puntual tuvo lugar en un congreso científico que se desarrollaba en Buenos Aires en 1910. Por otro lado, hoy sabemos que antes de Greve hubieron otros latinoamericanos, particularmente brasileños, interesados en el sistema de pensamiento que se estaba gestando en Viena. La difusión del psicoanálisis, tanto en lo que respecta a su dimensión estrictamente terapéutica, como en su carácter de artefacto cultural entendido en un sentido amplio ha sido mucho menos masiva en Chile que en sus vecinos Argentina y Brasil. Pareciera, por lo tanto, que Chile ha ocupado un lugar doblemente periférico en la historia del psicoanálisis, por su ubicación en América Latina, y porque dentro de la región su posición en lo que respecta a la recepción y difusión del mismo no ha sido central.

      El libro que el lector tiene entre manos da una respuesta contundente al interrogante inicial y, en su recorrido por los distintos espacios de circulación del pensamiento psicoanalítico en Chile, nos invita a repensar buena parte del conocimiento recibido no solo sobre la historia del psicoanálisis a nivel regional e internacional, sino, más en general, sobre la historia de la circulación de ideas. Pero vayamos por partes.

      El psicoanálisis es una disciplina esencialmente histórica, tanto en lo que respecta a su método como en lo referido a su naturaleza. Al igual que los historiadores, los psicoanalistas buscan construir una narrativa sobre el pasado a partir de los vestigios que el mismo ha dejado en el presente. La temporalidad es constitutiva del saber y de la práctica psicoanalítica. Desde luego que no debemos llevar la búsqueda de similitudes entre el saber histórico y el saber psicoanalítico demasiado lejos. Los conceptos de temporalidad que manejan psicoanalistas e historiadores son diferentes, así como los objetivos planteados por las dos disciplinas. Sin embargo, se puede establecer (y de hecho se ha establecido, en alguna medida) un diálogo fructífero entre las mismas.

      Paradójicamente, aunque la historicidad es un elemento constitutivo del psicoanálisis, desde sus mismos comienzos quienes lo practican han mostrado fuertes resistencias para pensarlo históricamente, y esto se ha debido a una multiplicidad de motivos. En primer lugar, como otras disciplinas, prácticas sociales y sistemas de pensamiento y creencias, el psicoanálisis ha generado sus propios mitos de origen. Dentro de ellos, el que más proyecciones ha tenido y, a su vez, el que más ha limitado la posibilidad de su historización es aquel que lo ubica dentro de una genealogía vacía. En efecto, desde los primeros intentos de Freud por construir una narración histórica acerca del sistema por él creado, hasta versiones más recientes producidas por lo general desde dentro del movimiento psicoanalítico y que terminaron constituyendo una versión canónica, el psicoanálisis no reconocería antecedentes. Se trataría del “descubrimiento” de un genio aislado trabajando en condiciones de “espléndido aislamiento”. La historia del psicoanálisis, según esta versión, comenzaría con Freud quien fundaría la genealogía psicoanalítica que se prolongaría en sus colaboradores más cercanos y luego con sus discípulos y seguidores a medida que se iban conformando las instituciones psicoanalíticas en distintos países del mundo. El psicoanálisis sería, por lo tanto, una creación ex nihilo.

      Como señala perceptivamente Élisabeth Roudinesco, la historia del psicoanálisis, según la versión canónica, sería “auto engendrada” y, en consecuencia, toda historia contextual sobre los orígenes del psicoanálisis debería ser recusada en beneficio de la mitología del “gran hombre”. Esta visión de la historia, ha sido enormemente influyente en la conformación de la identidad del movimiento psicoanalítico internacional y, aunque ha sido fuertemente cuestionada en las últimas décadas, continúa conformando la “historia oficial” del psicoanálisis. La historia del psicoanálisis durante décadas ha sido una historia centrada en Freud y en su núcleo inicial; un Freud que no conocía ni reconocía “padres” intelectuales aunque hoy sabemos que los tenía y en abundancia. A esta historia mítica de Freud y el psicoanálisis en las últimas décadas se ha contrapuesto una “contra historia”, que funciona como una imagen en negativo de la anterior y cuyo exponente más conocido, pero obviamente no el único, ha sido el Libro negro del psicoanálisis publicado en 2005. Tenemos así, dos narraciones míticas enfrentadas, una freudiana y otra antifreudiana, ambas más centradas en legitimar posiciones que en conocer el pasado.

      Un segundo núcleo de problemas que ha limitado la posibilidad de historización del psicoanálisis tiene que ver con la forma en que se constituyó y desarrolló el “campo psicoanalítico” y con la formulación de una “identidad psicoanalítica” como mecanismo de auto-legitimación. Aunque Freud hizo esfuerzos explícitos para dejar en claro que el lugar que él había asignado a la disciplina que había inventado estaba ubicado dentro del universo de las ciencias, el componente “romántico” constitutivo de la disciplina y señalado por Luiz Fernando Dias Duarte y Roudinesco, entre otros, y la manera en que se desarrolló la práctica del “psicoanálisis realmente existente” han puesto en cuestión esta posibilidad.

      En efecto, el psicoanálisis se ha desarrollado como una práctica y saber cuyos practicantes pretenden ubicarlo por fuera de las “reglas del juego social”. El psicoanálisis se presenta como un saber irreductible a toda otra forma de saber, y por lo tanto, gozando de una “extraterritorialidad” respecto de otras prácticas y saberes sociales científicos y humanos.

      Está, de esta manera, concebido como una forma de saber única e inconmensurable y, así, impermeable a cualquier forma de crítica formulada desde fuera, las cuales, por otro lado, son tratadas desde dentro de las comunidades psicoanalíticas como “resistencias” y pasibles de ser psicoanalizadas. Las categorías clásicas del psicoanálisis son concebidas como trans- (o más bien a-) históricas y no serían susceptibles (como no lo sería el psicoanálisis en tanto práctica y forma de saber) de ser analizadas por las ciencias sociales e históricas. Desde este punto de vista habría una negación por parte de los psicoanalistas de la dimensión social –y, por lo tanto, histórica– de su práctica, entendidas como una forma de interacción social que tiene lugar dentro de un campo específico, con sus reglas de juego propias y sus luchas por la acumulación de capital simbólico (y no sólo simbólico). Podríamos decir que, así como Mao Tse-tung sostenía que sólo desde dentro de la revolución se podía entender la revolución, para importantes sectores dentro del movimiento psicoanalítico sólo aquellos que pasaron por el psicoanálisis –y, en el extremo, sólo los psicoanalistas estarían en condiciones de comprender el funcionamiento del “campo psicoanalítico”. En buena medida, el régimen de autoridad en que se valida el psicoanálisis está basado en esta pretensión de extraterritorialidad, en su carácter de saber que no puede equipararse a ninguna otra forma de saber y que, por lo tanto, está asociado a una práctica que escapa a cualquier forma de regulación, ya

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