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siempre ha estado ahí con sus palabras, incondicional afecto e inteligencia, características que le reservan un espacio importante en mi vida. A mi amiga Alejandra Golcman que desde Buenos Aires, siempre ha sido un puente que me han llevado sólo a fructíferos resultados. Su calidad humana y académica son inigualables. Sumo a mis agradecimientos a mis colegas y amigos Carlos Ramírez, Antonio Letelier, Jorge Castillo, María Isabel Reyes, Andrés Albornoz, Roberto Segura, Raúl Suarez, Carolina Rivera, Antonio Fajardo quien desde pequeño me abrió el mundo de la historia y con su afecto me protegió de muchas cosas, Matías Uribe, Rodrigo Lara, Carla Galindo, Ignacio Fuentes, Andrea Pizarro, Ximena Von Bischhoffhsausen, Carmen Espina, Joel Solorza, Jorge Baños Orellana, Mauro Vallejo, Ana María Jacó, Fernando Ferrari y tantos otros.

      Cierro agradeciendo a mis profesores del Doctorado en Psicología de la Universidad de Chile, todos fueron piezas significativas en mi formación. Gracias a mis profesores informantes de los que sólo recibí ayuda y críticas constructivas, el Dr. Hugo Rojas y la Dra. Adriana Espinoza. Infinitas gracias al Dr. Carlos Descouvieres, que con su trato y estímulo me permitió seguir adelante. Gracias también a Dalila Vega, su ayuda y apoyo fueron muy importantes durante estos años. Muchas gracias a todos y todas.

      PREFACIO

      Se diría que este libro trata de la prehistoria del psicoanálisis en Chile. Al menos si consideramos que su Historia comienza a escribirse desde su institucionalización oficial, es decir a partir de la constitución de lo que se ha dado en llamar el “movimiento psicoanalítico”; ese proyecto no sólo científico, sino político que Freud esperaba extender más allá de las fronteras de Europa a principios del siglo XX. Pero esta consideración es del todo insuficiente, porque la historia del psicoanálisis en Chile comienza a escribirse, como Mariano Ruperthuz lo muestra a cabalidad en este libro, antes de su consagración oficial. Sólo una lectura parcial podría reconocer en el primer tercio del siglo XX una antesala de lo que hoy tendría legitimadas cartas de ciudadanía.

      Buena parte de esa historia está marcada por los viajes que médicos, intelectuales chilenos realizaron a Europa en su formación académica y profesional, conociendo directamente la obra en curso de los primeros psicoanalistas formados al alero de Freud. Bajo los imperativos políticos y culturales de proyectos modernizadores, los pioneros del psicoanálisis en Chile viajaban al viejo continente para “apropiarse” de saberes cuya confianza en la razón y la ciencia le otorgaban a esa experiencia la posibilidad de su transmisión y de su ejercicio en estos rincones del mundo. A su retorno a Chile, ellos no habrían sino de traducir esa experiencia a partir de las exigencias que nuestras sociedades les planteaba, en los albores de un siglo que hasta hace poco tiempo llamábamos “nuestro”. Una época donde convivía el desarrollo de una elite ilustrada –donde a menudo medicina, literatura y política no eran campos excluyentes– con una realidad social marcada por las contradicciones entre los procesos de modernización en curso y las profundas desigualdades de clase y de raza que caracterizaban a la sociedad chilena a principios de siglo y que, hay que decirlo, son todavía parte de nuestro presente. Contradicción que es propia a lo que Freud denominaba el “malestar en la cultura”; entendiendo por ello el cruce entre los procesos civilizatorios propios a lo que en clave moderna llamaríamos el “pacto social” y un resto inasimilable a tales procesos donde ha imperado la degradación de lo humano a través de guerras y exclusiones de diverso tipo.

      El estudio de Mariano Ruperthuz resalta precisamente el modo como el psicoanálisis se hizo parte en nuestro país de su cultura, en ambos sentidos. Tanto para promover prácticas que recogían el valor terapéutico y de conocimiento del psicoanálisis al aplicarse en dominios sensibles para el desarrollo individual y colectivo, como para servirse de esos mismos saberes en el juego político de nuevas o renovadas formas de normalización y, por lo tanto, de exclusión.

      La historia del psicoanálisis no es sólo la historia de sus logros, de sus hitos fundantes, de sus grandes personajes, de sus teorías o de sus técnicas. Es en algún sentido la historia del siglo XX, con la cual no puede sino encontrarse, en mayor o en menor medida, identificada. Para la historia cultural del siglo XX, la revolución teórica y práctica que implica la invención del psicoanálisis es uno de sus hitos más notables: para el pensamiento crítico de la modernidad, el siglo XX es en muchos sentidos el siglo del Psicoanálisis. Pero también habría que decir que las condiciones sociales, culturales de esa época son la base histórica de una revolución que no cayó del cielo, ni fue sólo la obra de uno de los mayores pensadores de una modernidad construida sobre la base de una racionalidad que encontró en la aparente sinrazón del inconsciente la matriz de inteligibilidad de una lógica hasta entonces literalmente impensada. Más aún, ¿habría podido Freud elaborar su concepto de pulsión de muerte, su aproximación terapéutica a la experiencia traumática, su concepción del origen y de la transmisión de la cultura si no hubiera vivido en medio de guerras, de exterminios, si no hubiera sido un intelectual, un investigador y un clínico interrogado por el tiempo que le había tocado vivir? Ciertamente, no. Freud no inventó el concepto de inconsciente sólo por una necesidad epistemológica, tal como Marx no inventó la lucha de clases o los destinos de la alienación moderna. Ambos tuvieron la lucidez, más bien la audacia de un pensamiento que se obliga a crear nuevas formas de decir lo que está ahí, más próximo de lo que la “nerviosidad” (Freud) o la alienación (Marx) “modernas” quisieran alejar como un mal sueño.

      Un aspecto especialmente notable del trabajo de Mariano Ruperthuz consiste en reconocer, tal como lo hicieran, entre otros, Norbert Elias, Michel de Certeau o Marcel Gauchet, que el psicoanálisis opera como un “revelador antropológico”, en el sentido que muestra, a través de su interrogación sobre la cultura, las condiciones subjetivas que son parte de una época y de una sociedad dada. Entendiendo por subjetividad no sólo el modo como la experiencia psíquica representa un orden social, sino también como el modo a través del cual ese orden (o desorden) es producido y reproducido por cada individuo, sus prácticas y sus instituciones. Para ello no basta analizar las condiciones institucionales del Psicoanálisis, aquí o allá, sino de que manera su “apropiación” dice mucho de las condiciones sociales, históricas y políticas del suelo que lo ha recibido para ver nacer su propio destino local.

      Si bien el psicoanálisis no sostiene sus prácticas en lo que Freud denominaba –críticamente– una “visión de mundo”, en el sentido que su horizonte crítico es inseparable de lo que llamaríamos, con algunas precauciones, su cientificidad, su confianza en la razón y en la ciencia; si bien habría que oponer radicalmente toda vocación ideológica al valor heurístico y crítico de su práctica, no es menos cierto que de una manera u otra termina por hacerse parte de una cierta normatividad, incluso de un cierto sentido común que, para bien o para mal, traduce a la lengua coloquial de los pequeños recintos culturales lo que para muchos debiera mantenerse en el frío espacio de una ciencia sin sujeto. Estudios como el detallado en este libro contribuyen a llenar las lagunas que deja una historia “oficial” –como si esa historia fuese la única posible– acerca de la relación que la teoría y la práctica del psicoanálisis establece con las condiciones sociales, políticas, culturales, donde se desarrolla. Más que de “la” historia del psicoanálisis, este libro viene a subrayar que se trata siempre de “las” historias, en la diversidad de lecturas que podemos hacer de su origen, de su presente, tal vez imaginando algo de su destino.

      Este libro es suficientemente elocuente como para tener que decir mucho más. Sólo me resta una pequeña digresión personal, porque el proyecto que Mariano Ruperthuz ha realizado fue en cierto modo el mío también, hace ya veinte años. Termino esta breve presentación con esta mínima referencia a mi historia. Pero, cuando de transmisión se trata, la historia de uno no es sólo la propia. Es la historia que otras generaciones escriben a su manera.

      Hace cerca de veinte años, viajé a Paris para realizar una tesis doctoral, a la manera como, veinte años después, Mariano haría la suya, que me correspondió co-dirigir con Mariano Plotkin, que de historia del psicoanálisis en Latinoamérica sabe mucho y a quien este libro sin duda le debe bastante. Yo me formaba por entonces en psicoanálisis, lacaniano más precisamente. Me interesaba un asunto que, por entonces, parecía estar en sintonía con las exigencias de nuestras

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