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pasado.

      El psicoanálisis ha constituido uno de los sistemas de pensamiento más relevantes del siglo XX. Más allá de los juicios que merezca, lo cierto es que, como ha señalado John Forrester, volver hoy a pensar problemas tales como la sexualidad y la subjetividad con categorías pre-freudianas tendría tanto sentido como pensar el universo con categorías pre-copernicanas. El sistema creado por Freud se ha convertido en un referente esencial aun para aquellos que lo combaten. Sería imposible intentar reconstruir la historia intelectual del siglo XX sin tener en cuenta el psicoanálisis, de la misma manera que no podría entenderse la historia política (y también intelectual) sin tener en cuenta al marxismo. Y es por eso que historización y el análisis social del desarrollo del psicoanálisis constituye una tarea central para la comprensión del siglo XX.

      Ahora bien, una mirada histórica sobre el psicoanálisis que vaya más allá de las mitologías de origen debería partir de algunas premisas básicas. En primer lugar, se debe hacer un intento para que esta mirada sea lo más externa posible respecto del objeto de estudio. Esto es particularmente difícil en el caso del psicoanálisis, puesto que los propios historiadores hemos sido, de una manera o de otra, trabajados por los conceptos de origen psicoanalítico. En términos antropológicos, es difícil en este caso separar a los “nativos” y sus categorías de los analistas y las suyas propias. Buena parte de las historias del psicoanálisis toman como punto de partida las mismas categorías conceptuales que sepretenden analizar. Así, por ejemplo, parte del conocimiento recibido sobre la historia del psicoanálisis reproduce la idea freudiana de que el mismo genera (de hecho tiene que generar) resistencias debido a lo revolucionario de sus descubrimientos. De esta manera, una parte importante de la historiografía sobre el psicoanálisis se dedica a analizar estas resistencias y las luchas llevadas a cabo por la aceptación y la implantación del sistema freudiano, sin siquiera cuestionar el concepto mismo. Además, estas resistencias serían específicas del psicoanálisis debido a la naturaleza de su objeto (el inconsciente y la sexualidad). Sin embargo, una mirada “externa”, que no tomara las categorías y conceptos derivados del psicoanálisis como datos sino como objetos que deben ser analizados crítica e históricamente, más que las resistencias (que por otro lado no tienen nada de específico, sobre todo cuando se trata de formas de conocimiento que además tienen una dimensión profesional que puede amenazar posiciones dentro de un campo consolidado), debería tomar en cuenta y enfatizar la rapidísima difusión del sistema inventado por Freud en occidente y más allá también. Un método terapéutico, que además se constituye en un sistema de investigación sobre un objeto al cual solo puede accederse por el método psicoanalítico (el inconsciente), inventado por un médico judío y provinciano (y por lo tanto ocupando un lugar social relativamente marginal) en la capital de un imperio en decadencia se constituyó en menos de veinte años en un sistema de ideas transnacional anclado en una organización institucional cuyas ramas llegaban al oriente remoto. Para 1920 el psicoanálisis había desbordado ampliamente el universo de sus aplicaciones pensadas originalmente por Freud. Hacia 1930 Freud era una figura tan conocida a nivel internacional, que se puede contar, al menos una carta dirigida a él con las palabras “Dr. Freud, Viena” como única referencia en el sobre, llegó a destino. Podemos decir, entonces, que un fundamento importante de cualquier intento de historización del psicoanálisis debe consistir en no tomar sus categorías como datos de la naturaleza, sino más bien ejercer sobre ellas la misma mirada crítica que todo historiador competente debe ejercer sobre su objeto de estudio cualquiera sea su naturaleza.

      En segundo lugar, se debería reponer al psicoanálisis dentro del universo de las prácticas sociales. El psicoanálisis se ha desarrollado como un saber pero también como una práctica, y como tal no está por fuera de las “reglas de juego” de las prácticas sociales en general. Al respecto es útil el concepto de “campo” formulado por Pierre Bourdieu, como un espacio de lucha con reglas generadas internamente por la acumulación de capital simbólico (y no solo simbólico). En este sentido, el psicoanálisis como cualquier otra práctica social, no escaparía a las reglas que rigen los distintos campos. El psicoanálisis debe ser entendido, entonces como una práctica social que se ha desarrollado en sociedades y espacios culturales dados, en momentos específicos, y que (conservando su especificidad) está sometido a los condicionamientos de cualquier otra práctica social.

      Por ello, y en tercer lugar, la historia del psicoanálisis como la de cualquier otro sistema de ideas, creencias y prácticas, debe ser contextual. Freud y el psicoanálisis han sido productos de su tiempo. Las categorías originadas en el psicoanálisis, aunque tengan pretensión de universalidad, también deben ser analizadas teniendo en cuenta el contexto de su origen y de su posterior evolución. Pero dado que el psicoanálisis ha cumplido más de un siglo de historia y que el mismo se ha desarrollado de manera diversa en distintos puntos del planeta y, además, ha evolucionado (como cualquier otra forma de conocimiento), se han desarrollado por lo tanto, una multiplicidad de psicoanálisis diferentes. Sería entonces casi imposible hablar “del” psicoanálisis y más bien habría que hablar “de los” distintos psicoanálisis. En el caso de un sistema de saberes y de creencias como es el psicoanálisis, que además ha tenido la capacidad de constituir una “subcultura” en diversos lugares del mundo, es decir desbordar ampliamente su ámbito inicial de utilización difundiéndose por canales diversos tanto dentro de la cultura letrada y científica como de la cultura popular, una historia del psicoanálisis debería tener en cuenta todas estas dimensiones. ¿Por qué, por ejemplo, en algunos lugares la recepción de las ideas de Freud se dio más rápidamente en círculos médicos que en otros? ¿Cómo se desarrolló una “recepción popular” de las ideas originadas en el psicoanálisis en distintos espacios culturales? En este sentido, parece obvio que la historia del psicoanálisis (como la del marxismo y la de cualquier otro sistema de ideas, prácticas y creencias de carácter transnacional) trasciende la biografía de su creador y cualquier lectura canónica. El análisis histórico del psicoanálisis no puede limitarse a los textos y las ideas de Freud y los otros “padres fundadores”, sino que debe abordarse también desde la perspectiva de la recepción y la difusión, las distintas formas en que fueron leídos, interpretados, combinados, apropiados y reformulados. Y para esto se hace indispensable estudiar estos procesos no solamente en los espacios caracterizados como “centrales”, sino en todos aquellos donde han tenido lugar. La historia de las ideas y las creencias no puede separarse de la de su recepción, circulación y difusión; y si esto es así, entonces los desarrollos ocurridos en regiones como América Latina y en países como Chile adquieren otra valoración. Y esto es particularmente importante porque América Latina ha sido una región totalmente relegada de las historias generales sobre el psicoanálisis a pesar del lugar central que el mismo ocupa hoy en día en la cultura urbana de algunos países, y de lo temprano que se difundió la obra freudiana en el subcontinente.

      Desde luego, este enfoque multidimensional de la historia del psicoanálisis presenta el problema metodológico de fijar los límites del objeto. ¿Hasta que punto un discurso o una práctica social puede considerarse “psicoanálisis”? ¿Dónde están los límites de lo que puede caracterizarse como “psicoanalítico”? Si lo que interesa es entender el lugar del psicoanálisis en una cultura determinada, conviene considerarlo como un artefacto cultural en sentido amplio, que es lo que hace el autor de este libro. Podría decirse al respecto que interesan todos los discursos y prácticas que se legitiman en el sistema freudiano y que de alguna manera tiene “efectos performativos”, es decir que generan acciones y transformaciones. En todo caso, la pregunta relevante sería porqué el psicoanálisis (entendido éste de la manera que sea) en un momento particular de una cultura dada se transforma en un agente legitimador de determinados discursos y prácticas.

      El libro que el/a lector/a tiene entre manos es un excelente aporte a la historia del psicoanálisis porque aborda el tema desde todas las dimensiones esbozadas más arriba. Al respecto, quiero destacar dos cualidades del mismo entre las muchas que posee. Se trata de un texto que busca elucidar de qué manera el psicoanálisis ha sido interpretado, leído y apropiado en Chile a lo largo de 40 años de historia del país, prestando atención a variables políticas, sociales, y culturales. De esta manera el proceso de recepción y circulación del psicoanálisis en Chile no constituye un hecho aislado, la llegada de la “buena nueva”,

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