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saben que los amigos de la libertad poblaron las colonias inglesas cuya confederación ha formado aquella república poderosa. Hombres escapados de la persecución e intolerancia prefirieron los peligros e incomodidades de los desiertos americanos a la esclavitud moral de la Europa. Sus hijos herederos de sus sentimientos, principios y carácter, cuando se hallaron en la precisión de separarse de la madre patria y crear estados independientes, delegaron la soberanía del pueblo a sus representantes bajo las restricciones especificadas en su código constitucional. No admitieron distinción de rango, ni privilegios exclusivos; y fijaron para siempre la libertad, seguridad y dignidad popular en su célebre declaración de derechos. El Congreso está revestido del poder de arreglar el comercio, declarar la guerra, hacer la paz, imponer contribuciones, etc. El Poder Legislativo reside en el Senado y Cámara de Diputados; el Poder Ejecutivo en el Presidente; el Judicial en las cortes o tribunales de justicia, independientes de los dos primeros. Los diputados se eligen por el pueblo cada dos años a razón de uno por cada treinta mil; los senadores se eligen por el Poder Legislativo de cada Estado a razón de dos por cada Estado; sus oficios duran seis años.

      El Presidente y vicepresidente se eligen por electores nombrados por el pueblo para este caso especial; duran sus empleos cuatro años. Todos pueden ser reelectos. Los empleados civiles y militares son nombrados por el Presidente. Este magistrado representa a los Estados Unidos, y majestad del pueblo en todas sus relaciones con las potencias extranjeras. No goza de tratamiento especial, y él, lo mismo que todos los funcionarios públicos, pueden ser acusados, juzgados y sentenciados por traición, cohecho y otros altos crímenes.

      La forma de gobierno de cada Estado es la misma que la del gobierno central: retiene todos los poderes de una soberanía independiente que no estén cedidos expresamente al gobierno central; pero este dirime las diferencias que pudiesen nacer en algún tiempo entre los estados. La forma de esta república federativa, compuesta, y al mismo tiempo una e indivisible, y que presenta un orden nuevo en las relaciones políticas de los estados, es digna de estudiarse en su misma constitución.

      El gobierno británico es un medio entre la monarquía, que se encamina a la arbitrariedad, la democracia, que termina en la anarquía, y la aristocracia, que es el más inmoral de los gobiernos, y el más incompatible con la felicidad pública. Es pues un gobierno mixto en que estos tres sistemas se templan, se observan, se reprimen. Su acción y reacción establecen un equilibrio de que nace la libertad. El Poder Ejecutivo reside en el monarca; el Legislativo en la nación. Si la muchedumbre ejerciese por sí esta alta prerrogativa, tal vez se originaran convulsiones y medidas imprudentes; para evitarlo, el pueblo habla, reflexiona, discute, delibera por medio de sus representantes, elegidos por él mismo. Pudiera resultar una lucha continua entre el rey y el pueblo, nacida de la división de los poderes; para obviar este otro obstáculo, se ha sostenido un cuerpo intermediario, que debe temer la pérdida de su gloria y privilegios si el gobierno degenera en puramente monárquico o democrático; este cuerpo es la alta nobleza, que uniéndose a la parte más débil, conserva el equilibrio. La porción de la autoridad legislativa, que recobró el pueblo, le está asegurada por la facultad exclusiva de imponerse las contribuciones. El rey expone a la Cámara de los Comunes las necesidades extraordinarias del Estado; la Cámara ordena lo que juzga más conveniente al interés nacional, y después de reglar los impuestos, se hace dar cuenta de su inversión. En fin, el gran garante de la libertad británica es la indefinida libertad de la imprenta: ella es la que hace públicas todas las acciones de los depositarios de la autoridad. La opresión del hombre más oscuro se hace una causa común, y los ministros del rey son la víctima del resentimiento público. Por su medio se han rectificado las sentencias de los jueces. En Inglaterra se hacen al descubierto todas las operaciones del gobierno. Los negocios más importantes se tratan públicamente en el Senado de la nación, sin que esta conducta haya jamás perjudicado a sus intereses. Parece que no solo los ciudadanos, sino que todo el universo fuese admitido a las deliberaciones.

      De este modo el pueblo toma un interés profundo en los asuntos del Estado; la guerra, la paz, las expediciones, los proyectos se hacen una causa pública. De este modo, la gran isla que ha sabido contrabalancear en medio del océano toda la fuerza y gravedad del continente, parece decir a sus gabinetes misteriosos: “yo no temo a toda la Europa”. De este modo el gobierno parece decir a todos los ciudadanos: juzgadnos, ved si somos fieles depositarios de vuestros intereses, de vuestra gloria y prosperidad.

      ¿QUÉ FUERA DE LAS COSAS HUMANAS SI DE CUANDO EN CUANDO NO SE CONMOVIESEN?

      La crítica a los legados del colonialismo fue un recurso de enorme resonancia en la paleta temática del período independentista, sobre todo entre quienes pujaban por radicalizar el discurso en medio de un escenario todavía incierto. Citando a John Milton, figura referencial para el imaginario de las libertades civiles, Camilo Henríquez acude aquí a la imagen de la dominación colonial —y al de la independencia como superación de la infancia—, no tanto para aunar voluntades frente al enemigo externo, sino más bien para fustigar a quienes mostraban sospechas frente a la viabilidad de avanzar a formas más atrevidas de autonomismo. La libertad es presentada aquí como forma de reparación de un pasado ignominioso, y aparece también en su sentido más convencional, como lo opuesto a una esclavitud que no se podía seguir tolerando.

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      Sin título

      Aurora de Chile, Santiago, 13 de agosto de 1812, Núm. 27

      Cuando después de tantos años de dependencia colonial y nulidad política se deja ver la libertad sobre el horizonte americano, ¡qué diferentes sensaciones, qué diversos pensamientos se excitan en los hombres! Las almas abyectas condenadas a la servidumbre o por el vil interés, principio de todos los vicios degradantes, o por la ignorancia y la pusilanimidad, llaman pretendida libertad aquella a que aspiramos. ¡Qué! ¿no puede existir la verdadera libertad en este mundo? ¿No ha existido y aun existe en nuestro mismo continente? En el momento en que los pueblos declaran y sostienen su independencia, gozan de la libertad nacional, su libertad civil y política son obra de su constitución y de sus leyes. ¿Y quién puede negarnos la posibilidad de establecer nuestra libertad interior, o lo que es lo mismo, el buen orden y la justicia? Aun nos resentimos de los defectos del antiguo sistema; la ignorancia de tres siglos de barbarie está sobre nosotros; nos ha detenido la irresolución natural a un pueblo esclavo por tantos años, y que jamás tuvo la menor influencia en la legislación ni en los negocios públicos; han habido oscilaciones momentáneas, propias de la infancia de las naciones, pero en medio de estos instantes de crisis, en medio de nuestra inexperiencia, y oprimidos bajo el peso de nuestros heredados defectos, hemos respetado, y ha sido inviolable para nosotros la equidad y la humanidad.

      Nuestros mismos enemigos deben haber admirado en medio de su ingratitud y obstinación la lenidad y la mansedumbre propias de los pechos americanos. Esta misericordia ha sido en verdad excesiva: ha entorpecido la marcha de nuestra revolución; pero a lo menos la sangre humana no ha deslustrado nuestra gloria, ni hemos dado al mundo el espectáculo escandaloso de un pueblo en anarquía. Muchas oscilaciones y vaivenes preceden al equilibrio de todos los cuerpos. ¿Qué fuera de las cosas humanas, decía Milton, si de cuando en cuando no se conmoviesen? Todo se encamina en el mundo a la corrupción y aun a la disolución; los cuerpos políticos no están exentos de esta ley de la naturaleza: el movimiento restablece el orden y conserva la vida de los seres. Las revoluciones son en el orden moral lo que son en el orden de la naturaleza los terremotos, las tempestades. Los meteoros son terribles, pero hasta ahora nos han sido saludables. La vida de la patria permanece, su salud es más robusta, y todo promete que saldrá de la infancia con felicidad. Su sistema se consolida, y ella se apresura a aparecer con dignidad y consideración en la jerarquía de las naciones. Entre tanto nuestra marcha vacilante en sus principios, pero ya majestuosa, es aplaudida por los hombres liberales, que nos observan. El nombre de libertad es tan dulce, dice un filósofo, que los que combaten por ella deben estar seguros de que interesan los votos secretos de todos. Su causa es la del género humano. Los pueblos se vengan de sus opresores exhalando su odio contra los opresores extranjeros. Al ruido de las cadenas que se despedazan, se cree que se aligeran las propias. Al saber que el universo cuenta algunos tiranos menos, parece que se respira un aire

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