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de registros y objetivos permite observar un panorama intelectual altamente contingente, y que sitúa el problema de la libertad y la trayectoria del liberalismo en sus diversos acoples con el proceso político chileno.

      La cronología es uno de los aspectos en que esta compilación sigue visiones convencionales. El punto de partida coincide con los debates en torno a la organización de las primeras instituciones políticas autónomas en el país. Si bien esta opción puede ser criticada por desatender la presencia de estos conceptos en el período tardo-colonial, la decisión responde al reconocimiento de aquellos problemas donde los temas de la libertad determinaron disensos políticos de urgente resolución una vez asimilado el alcance de la crisis de la Monarquía española. Con esto se indica que la superación de la condición colonial fue una experiencia central para comprender bajo qué términos se comenzó a conjugar aquí, y en todo el continente, el lenguaje de las libertades. De ahí que los primeros artículos de esta compilación den cuenta de la forma en que la comprensión de ese arsenal discursivo fijó el horizonte de lo que podía o no significar la independencia, el gran tema de fondo de este primer período, así como de los principios que iban a determinar la fisonomía de las nuevas instituciones cuando el quiebre fue irreversible.

      También se siguió la cronología convencional al definir el punto de corte, situado a inicios de la década de 1930, cuando la crisis económica, la modificación global de los ejes del conflicto político y la emergencia de los partidos de masas probaron la impertinencia del liberalismo en la forma que se le había conocido. Tal como se admitió en el documento que cierra esta compilación —una conferencia pronunciada en la Convención Liberal de 1933—, los problemas que debían enfrentar los liberales ya no tenían que ver con garantizar “los derechos del individuo” ni con “las cuestiones teológicas”. Los desafíos provenían de la aguda crisis social interna y la radical transformación del mundo de entreguerras, vectores que fraguaron ese escenario de “incertidumbre y vacilaciones” que los liberales debían afrontar con originalidad. Ante todo, debían tener conciencia de que asistían al parto de una era que demandaba un nuevo encuadre para las libertades. Ese testimonio, uno de los tantos que se pueden encontrar en la época, es asimismo revelador de la forma en que en medio de esta crisis los liberales volvieron a su historia para retomar el impulso arrebatado por las borrascosas fuerzas que abrieron el siglo xx.

      En varios sentidos, esta compilación es una versión de ese recorrido, pero una versión probablemente inoportuna o al menos incómoda para las sensibilidades liberales de inicios del siglo xx. Si hay algo que los documentos de esta serie boicotean son las fantasías de genealogías claras o visiones coherentes de ese pasado. Lo que busca esta secuencia es simple: mostrar cómo las ideas de libertad y liberalismo —separadas o a veces fundidas— estuvieron en juego o se pusieron al servicio de los debates más relevantes de cada período. Como ya se sugirió, aquí no solo se escucharán voces propiamente liberales, sino actores que vocalizaron motivos liberales o se aferraron a los proteicos significados de la libertad para moldear las fronteras siempre móviles de la política. Que esos significados nunca estuvieran reducidos al liberalismo es lo que explica el subtítulo de la compilación. Dicho de otro modo: en lo que refiere a las libertades, esto se trata más de usos que de conceptos puros, y ello también aplica para la trayectoria del liberalismo como corriente. Si hay algo interesante que decanta de este recorrido, es la pluralidad de actores y la multiplicidad de objetivos que asistieron a la disputa por los significados de estos conceptos, así como la diversidad de identidades políticas fraguadas en torno a ellos.

      Conviene precisar qué tipo de fuentes históricas han sido consideradas para esta edición, esto a modo de explicar por qué unas y no otras, y de qué manera las incluidas concurren a la descripción de la historia del liberalismo en Chile. Desde luego que esta selección reivindica la importancia de rastrear los entornos institucionales, los debates de largo plazo y los intereses que mediaron en la aclimatación de los motivos liberales. Tal como indicó Hugh Stuart Jones en su estudio sobre las variedades del liberalismo europeo, la investigación empírica nos ha hecho cada vez más conscientes de que “los movimientos y doctrinas liberales han sido profundamente influidos por los contextos nacionales”.1 Con esto no se pretende —conviene siempre aclararlo— avanzar hacia afirmaciones que resalten lo excepcional en la recepción y uso de estas ideas. Por el contrario, atender a las dinámicas locales mediante una lectura históricamente situada de la articulación entre ideas y política, permite superar los esquematismos difusionistas y también contener las derivas nativistas que imposibilitan comprender las dinámicas y alcances de la circulación global de ideas. Sobre todo, posibilita mirar en su justa proporción influencias y préstamos que por falta de investigación —o mera repetición de prejuicios— suelen magnificarse.2

      El objetivo de atender a las dinámicas locales fue cubierto mirando más allá de las fronteras ya dibujadas por los grandes textos, los testamentos políticos de figuras tutelares y los conflictos emblemáticos. Una pesquisa que recorre territorios menos visitados y sacude los pliegues del discurso y la práctica política, permite afirmar que el panorama del liberalismo en Chile es menos nítido y convencional de lo que se ha querido. Basta recordar dos elementos. Primero, que ese liberalismo debió acomodarse y negociar con una sólida y ubicua cultura católica, de enorme peso político y simbólico, por no mencionar su decisiva musculatura burocrática y dispersión territorial, herramientas con los que planteó enfrentamientos de alta sofisticación en la disputa del sentido común de lo moderno. Segundo, ese mismo liberalismo cobijó y convivió durante gran parte del siglo xix con tendencias corporativistas y agendas políticas parciales de notoria relevancia, que no tuvieron problemas para combinarse orgánicamente con los componentes individuales de la corriente, configurando actores y vocerías situadas a distancia y a veces en oposición a los lugares de reproducción de un liberalismo, digamos, doctrinario. En el fondo, se trata de aceptar la desestabilización de las fronteras ideológicas, cuestión a estas alturas poco problemática, pero también de asumir las implicancias de dicha disolución en la posibilidad de sostener genealogías nítidas (donde probablemente haya algo más de resistencia).3

      Por lo anterior, aquí decidimos poner énfasis en aristas y escenarios menos familiares, esto para enriquecer el radio temático donde se suele observar el problema de las libertades y el liberalismo. En concreto, se visibilizan actores y espacios de producción de pensamiento generalmente desestimados en las reconstrucciones en uso. Es por ello que en esta compilación no predominan los nombres más frecuentes ni los conflictos más gravitantes, sino autores y debates que una visión canónica consideraría de segundo o tercer orden por desconocer su relevancia para la comprensión de los problemas que definieron este panorama ideológico. Se trata, en suma, de una reconstrucción del problema en “clave menor”, donde “menor” en ningún caso sugiere irrelevancia o trivialidad, sino más bien un énfasis en escenas cotidianas y funcionales —menos agónicas y, por ello, no tan memorables— que en su acumulación también terminaron jugando un papel importante en la forja del sentido común liberal.4

      El resultado es el desborde del canon. Si siempre escuchamos de José Miguel Infante, Francisco Bilbao, Santiago Arcos, José Victorino Lastarria o José Manuel Balmaceda, por nombrar figuras icónicas, en esta compilación también aparecen Antonio de Orihuela, Nicolás Pradel, Juan Nicolás Álvarez, Santiago Ramos (El Quebradino) y otros que representaron visiones discordantes e irreverentes dentro de la trayectoria liberal. Aparecen también políticos e intelectuales ineludibles en su época, pero cuyos nombres no resuenan con igual intensidad en las retrospectivas usuales, como Vicente Sanfuentes, Demetrio Rodríguez, Tomás Ramírez, Manuel Egidio Ballesteros y Gustavo Silva. Una figura emblemática como Ramón Freire aparece aquí menos libertario de lo que a veces se quiere. Es cierto que en varios pasajes se cita a Courcelle-Seneuil, pero también a André Cochut y Miguel Cruchaga, y con él a los discípulos del primero. Valentín Letelier suele ser una figura incómoda en la trayectoria liberal por su robusta concepción del Estado, pero aquí aparece con propiedad definiendo los contornos del liberalismo, y lo hace junto al médico Juan Serapio Lois, otro ilustre olvidado, quien además tuvo la osadía de convertir a Copiapó en una de las capitales continentales del positivismo. Dado que aquí no solo hablan los liberales, hay también espacio para sus críticos y para figuras que la historia liberal desconoce, pero que de igual modo hicieron suyos los temas de la libertad.

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