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López Giral, del Fondo de Cultura Económica en Chile, no solo por acoger esta propuesta en tiempos difíciles, sino también por sus recomendaciones de avezado editor, que sacudieron esta compilación de su desabrido tono inicial. En el proceso de recopilación de documentos, cuyo total superó con creces el número de piezas aquí publicadas, participamos los investigadores Susana Gazmuri, Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Claudio Robles y Andrés Estefane. En la coordinación, que siempre hace todo posible, estuvieron Nicole Gardella y Carolina Apablaza. Aunque nuestras trayectorias vitales y laborales nos localizan hoy en instituciones distintas, esta publicación testimonia memorables jornadas de trabajo conjunto. A todas y todos, el debido reconocimiento.

      Como es norma en el trabajo académico, este proyecto tampoco hubiese sido posible sin la ayuda de un verdadero ejército de jóvenes investigadores —que con el paso de los años se transformaron en colegas, sin dejar de ser jóvenes— cuya rigurosidad e intuición contribuyeron a enriquecer enormemente el repertorio documental que terminamos acumulando. Van nuestros agradecimientos a Fernando Candia, Sebastián Hernández, Diego Hurtado, Francisca Leiva, Gabriela Polanco, Macarena Ríos y Diego Romero. Diego Hurtado preparó además un sólido ensayo bibliográfico que sirvió de guía para conocer mejor el terreno que estábamos pisando. Hacia el final, Macarena Ríos asumió la tarea de revisar una versión preliminar de la compilación. Diego Romero y Violeta Pino transcribieron con celeridad documentos que reclamaron un lugar casi entrando a imprenta, permitiéndonos subsanar groseras omisiones. Agradecemos también a los académicos Joaquín Fernández Abara y Cristóbal García Huidobro, quienes compartieron con generosidad valiosos documentos de sus propias investigaciones durante la etapa de pesquisa. Felipe Pérez Solari nos dio un par de pistas jurídicas, sin saberlo. Marcelo Casals leyó una versión primera, infinitamente más tosca, de esta presentación, y desde ahí siempre estuvo alerta para recomendar textos referidos a este asunto. También agradecemos a Gabriel Cid, Vasco Castillo y Nicolás Lastra por facilitarnos varios documentos reunidos en el Archivo Digital de Historia de las Ideas Políticas que sostiene el Programa de Historia de las Ideas Políticas en Chile de la Universidad Diego Portales. Carla Ulloa Inostroza nos envió un artículo de su autoría difícil de localizar en medio de la pandemia, y también nos beneficiamos de la valiosa Antología crítica de mujeres en la prensa chilena del siglo xix que preparó junto a Verónica Ramírez y Manuel Romo, citada en la bibliografía.

      Documentos

      ACORDAOS QUE SOIS HOMBRES DE LA MISMA NATURALEZA QUE LOS CONDES, MARQUESES Y NOBLES

      En el marco de los conflictos generados por la elección de representantes al primer Congreso Nacional, fray Antonio de Orihuela —cercano a los artesanos de Concepción— redactó en 1811 esta encendida proclama que perturbó a varios de sus contemporáneos. Si este texto es frecuentemente citado por la frontalidad con que describe el conflicto social en medio de los primeros intentos por asentar instituciones autónomas, debería ser también reconocido por la forma en que emplea principios liberales para explicar esa tensión. Libertad e igualdad parecen aquí indisociables y se las entiende en su sentido más radical. Es desde ahí, por ejemplo, que Orihuela esboza un riguroso criterio para defender la revocabilidad de la representación política. Esta lectura anti-aristocrática de los principios liberales es una buena entrada para aproximarse al rico y diverso pensamiento que se abre con la crisis del Imperio Español.

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      Proclama revolucionaria del padre franciscano fray Antonio Orihuela, 1811

      Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile (Santiago: Imprenta Cervantes, 1887), tomo i, pp. 357-359

      Pueblo de Chile: mucho tiempo hace que se abusa de nuestro nombre para fabricar vuestra desdicha. Vosotros inocentes cooperáis a los designios viles de los malvados, acostumbrados a sufrir el duro yugo que os puso el despotismo, para que agobiados con la fuerza y el poder, no pudieseis levantar los ojos y descubrir vuestros sagrados derechos. El infame instrumento de esta servidumbre que os ha oprimido largo tiempo, es el dilatado rango de nobles, empleados y títulos que sostienen el lujo con vuestro sudor i se alimentan de vuestra sangre. Aunque aquella agoniza, estos existen más robustos y firmes apoyados en vuestra vergonzosa indolencia y ridícula credulidad. Afectaron interesarse por vuestra felicidad en los principios, para que durmieseis descuidados a la sombra de sus lisonjeras promesas, y levantar luego sobre los escombros de vuestra ruina el trono que meditaban a su ambición.

      No soy yo, infelices, el que os engaña. Abrid los ojos y cotejad las flores en que se ocultaban estos áspides en los papeles que circulaban el año pasado, con el veneno mortal que ahora derraman sobre vuestra libertad naciente, y no llegará tarde el desengaño. Leed, digo, los papeles con que os paladeaban entonces para haceros gustar después la amarga hiel que dista ya poco de vuestros labios, y palparéis su perfidia. Todas sus cláusulas no respiraban sino dulzura, humanidad y patriotismo: ¡qué compasión de los miserables hijos del país, que se hallaban sin giro alguno para subsistir, por la tiranía y despotismo del gobierno!, ¡qué lamentarse de los artesanos, reducidos a ganar escasamente el pan de cada día, después de inmensos sudores y fatigas; de los labradores que sinceramente trabajan en el cultivo de pocas simientes para sus amos y morir ellos de hambre, dejando infinitos campos vírgenes, porque les era prohibido sembrar tabaco, lino y otras especies, cuya cosecha hubiera pagado bien su trabajo; de los pobres mineros, sepultados en las entrañas de la tierra todo el año para alimentar la codicia de los europeos!, ¡qué lamentarse por la estrechez y ratería del comercio, decaído hasta lo sumo por el monopolio de la España! ¿Qué no se debía esperar de estas almas sensibles, que al parecer se olvidaban de sí mismas por llorar las miserias ajenas? Ellos estampaban que todo pedía pronto remedio, y que al pueblo solo competía aplicarlo, porque la suprema autoridad, decían, reside en él únicamente. El pueblo, en su opinión, debía destronar a los mandones, para dictar él leyes equitativas i justas, que asegurasen su propia felicidad. El pueblo, repetían, no conoce sus derechos, y estos son de muy vasta extensión. ¡Oh pueblos engañados! Vosotros creísteis a estas sirenas mentirosas que abusaban de vuestro nombre para descuidaros con la lisonja, y haceros víctima de su ambición, después instrumento de sus maquinaciones pérfidas. Miradlo patente desde el primer paso que se dio para vuestra imaginaria felicidad.

      La nobleza de Santiago se arrogó así la autoridad que antes gritaba competir solo al pueblo (como si estuvieran excluidos de este cuerpo respetable los que constituyen la mayor y más preciosa parte de él), y creó una junta provisional que dirigiese las siguientes operaciones. Por fortuna, se equivocaron en la elección de uno de sus vocales, creyéndolo adicto a sus ideas (hablo del dignísimo patriota don Juan Rozas, único que podía conservar intactos los derechos inviolables del pueblo); pero era solo, y aunque se sostuvo al principio contra el torrente de la iniquidad a fuerza de sus extraordinarias luces, al fin ahogó sus populares sentimientos la multitud de espíritus quijotescos, poseídos del vil entusiasmo de la caballería. Fue consiguiente a este proceder la instrucción que circuló por los pueblos para arreglo de la elección, en que, dándoles voto, y voto a solo los nobles opresores (los más de ellos sarracenos), se priva de su derecho al pueblo oprimido, más interesado sin duda en el acierto de las personas que habían de representar sus poderes en el Congreso Nacional. Ved aquí en este solo pueblo de Concepción patentes ya las funestas consecuencias de la instrucción maldita en la elección del conde de la Marquina, del magistral Urrejola y del doctor Cerdan, sujeto a la verdad que... Pero antes de pasar adelante, analicemos sus cualidades y prendas personales, para que salgan a la luz del mundo en este hecho los errores a que está sujeta la elección de la nobleza, por la pasión infame de sostener a toda costa el oscuro esplendor que la distingue.

      Ninguno más inepto para desempeñar cualquier encargo público que el conde de la Marquina. Lo primero por conde. En las actuales circunstancias, los títulos de Castilla que, por nuestra desgracia, abundan demasiado en nuestro reino, divisan ya en la mutación del gobierno el momento fatal en que el pueblo hostigado de su egoísmo e hinchazón, les raspe el oropel con que brillan a los ojos de los necios, y como ellos aman tanto esta hojarasca, que solo puede subsistir a la sombra de los tiranos, derramarán hasta la última gota de su

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