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como sacrílegos. Ahora, pues, que no existe aquel ¿qué había de hacer sino vender con infamia los sagrados derechos que le confió su pueblo, por la comandancia de infantería? Lo tercero, ignorante caprichoso, lleno de ambición, sarraceno.

      El magistral Urrejola es un sujeto cuya sola figura es bastante para descubrir su carácter vano, arrogante y presumido, perjudicial al pueblo que representa, indecoroso al estado en que se halla e infiel a los deberes de su cargo. Todo el mundo sabe que sus miras no son otras que engañar con ridículas hipocresías a los incautos, para conseguir como el lobo de Cuenca, a quien afecta imitar, algún rebaño de tristes ovejas a las que devore su ambición. ¿Qué hará por vosotros, engañados concepcionistas, un egoísta tal sino entregaros víctimas de quien favorezca sus ideas? Su adhesión a los sarracenos es innegable. Ellos lo hicieron diputado pagando o afianzando las deudas que había contraído con la caja en el manejo infiel de la cruzada, o en no sé qué otros ramos, y lo imposibilitaban para el empleo. Pues a ellos y no a vosotros atenderá en el Congreso.

      Cerdan, ni es menos ambicioso, ni menos presumido y egoísta que el anterior. Sus intereses particulares pesan más en la balanza viciada de su amor propio, que los de todo un pueblo entero, que abandonará ignominiosamente a los insultos del sarracenismo, al menor envite con que le brinden nuestros enemigos.

      Tales son, indolentes concepcionistas, las personas que os representan. No los elegisteis vosotros, es verdad, pero sufristeis que os las eligiesen la intriga, el soborno i el interés particular de los nobles, de los rentados y de los sarracenos, para que, a vuestro nombre y al abrigo de vuestros derechos, asegurasen su distinción y autoridad sobre vosotros mismos, sostuviesen sus empleos y rentas, y favoreciesen el partido de la opresión injusta que principiáis a sacudir. ¿Y podréis negar estas verdades, aunque tristes? Ojalá no estuvieran tan patentes. Reconoced el semblante de los sarracenos, y encontraréis en la complacencia que se les revierte, una prueba nada equívoca de las ventajas que ya alcanzan por estos medios en el Congreso. Recorred las tropas patrióticas en que fundabais vuestras esperanzas, y veréis a su frente, con ceño amenazador, a los mismos que formaban el yugo de vuestra servidumbre, y aun a los cómplices del vil Figueroa que atentó contra nuestras vidas. ¿Queréis más? Oíd: No contentos los nobles intrigantes de Santiago con haber coartado la autoridad de los pueblos en la elección de diputados representantes, para que recayesen en los de su facción, cuando vieron que esta precaución, que había tomado su malicia, no era suficiente a entregar al partido de la iniquidad, porque algunos pueblos menos ciegos pusieron los ojos en personas fieles i escrupulosas en el desempeño de su obligación, echaron mano de otro arbitrio, tan legal e injurioso a la libertad e igualdad popular, como el primero. Este fue añadir seis diputados más de los estipulados por Santiago, para con este exceso sofocar el número de los virtuosos y fieles patriotas. Protestaron estos con energía contra un proceder tan injusto y malicioso, haciendo ver que sus representantes eran defraudadores de sus derechos, y no consentirían jamás subordinación a las resultas de una providencia tan ilegítima y violenta; y cuando debía esperarse que suscribiesen a una protesta tan justa todos los diputados de los pueblos agraviados, la mayor parte no atiende a otra cosa que a las ventajas que les resultan de acogerse a los alícuos [sic], para cooperar a su perdición, y a la de los inocentes que le confiasen sus poderes. Los de Concepción se cuentan los primeros en el número de estos traidores. ¿Y aun descansáis tranquilos en la necia confianza que os constituye víctimas de las maquinaciones de estos pérfidos?

      Yo oigo ya vuestras tímidas voces y frías disculpas. Ya están electos, decís, ya están recibidos en el Congreso; ya les dimos nuestros poderes; nos engañaron abusando de nuestro sufrimiento; nos venden a sus intereses; pero ¿qué haremos?, ¿qué remedio? El remedio es violento pero necesario. Acordaos que sois hombres de la misma naturaleza que los condes, marqueses y nobles; que cada uno de vosotros es como cada uno de ellos, individuo de ese cuerpo grande y respetable que se llama Sociedad; que es necesario que conozcan y les hagáis conocer esta igualdad que ellos detestan como destructora de su quimérica nobleza, levantad el grito para que sepan que estáis vivos, y que tenéis un alma racional que os distingue de los brutos con quienes os igualan, y os hace semejantes a los que vanamente aspiran a la superioridad sobre sus hermanos. Juntaos en cabildo abierto, en que cada uno exponga libremente su parecer, y arrebatadles vuestros poderes a esos hombres venales, indignos de vuestras confianzas, y sustituidles unos verdaderos y fieles patriotas que aspiren a vuestra felicidad, y que no deseen otras ventajas ni conveniencia para sí que las que ellos mismos proporcionen a su pueblo. No os acobarde la arduidad de la empresa ni temáis a las bayonetas con que tal vez os amenacen. Aquella tiene mil ejemplares en la historia, y su feliz éxito en todos tiempos debe animaros a volver por vosotros mismos: y estas las manejan unos miserables que deben interesarse tanto como vosotros en el sistema que va a ser arruinado por los infames si no lo remediáis pronto.

      Mirad:

      Entre las instrucciones que deis a vuestros representantes, sea la primera que procuren destruir a esos colosos de soberbia, que como terribles escollos hacen ya casi naufragar la nave de nuestro actual gobierno. Ya veis que hablo de los títulos, veneras, cruces y demás distintivos con que se presentan a vuestra vista esos ídolos del despotismo, para captarse las adoraciones de los estúpidos. Esparta y Atenas, aquellas dos grandes repúblicas de la Grecia, émulas de su grandeza, terror de los persas y demás potencias del Asia, y los mejores modelos de los pueblos libres, no consentían otra distinción entre sus individuos que la que prestaban la virtud y el talento, y aun cuando estas brillaban tanto, que lastimaban algo la vista de la libertad, eran víctimas sus dueños, aunque inocentes, del celo popular. No os quiero tan bárbaros, pero aun os deseo más cautos.

      No olvidéis jamás que la diferencia de rangos y clases fue inventada de los tiranos, para tener en los nobles otros tantos frenos con que sujetar en la esclavitud al bajo pueblo, siempre amigo de su libertad; y ya estamos en el caso en que ellos deben cumplir con esta ruin obligación. La antigua Roma echó los fundamentos de su grande imperio sobre la igualdad de sus ciudadanos, y no dio el último estallido hasta que la hizo reventar el exorbitante número de barones consulares, augures, senadores, caballeros, etc. En la América libre del norte no hay más distinción que las ciencias, artes, oficios y factorías a que se aplican sus individuos, ni tienen más dones que los de Dios y de la naturaleza, y así se contentan con el simple título de ciudadanos. Pero ¿para qué necesitamos de ejemplos? ¿No bastará la razón para alumbraros?

      Con vosotros hablo, infelices, los que formáis el bajo pueblo. Atended:

      Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres; mientras gastáis vuestro sudor y fuerzas sobre el arado; mientras veláis con el fusil al hombro, al agua, al sol y a todas las inclemencias del tiempo, esos señores condes, marqueses y cruzados, duermen entre limpias sábanas y en mullidos colchones que les proporciona vuestro trabajo; se divierten en juegos y galanteos, prodigando el dinero que os chupan con diferentes arbitrios que no ignoráis; y no tienen otros cuidados que solicitar con el fruto de vuestros sudores, mayores empleos y rentas más pingües, que han de salir de vuestras miserables existencias, sin volveros siquiera el menor agradecimiento, antes sí desprecios, ultrajes, baldones y opresión. Despertad, pues, y reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad, si es posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, y levantad sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad.

      EL EQUILIBRIO DE QUE NACE LA LIBERTAD

      En medio de la crisis imperial y el establecimiento de las primeras instituciones autónomas en el país, la Aurora de Chile fue un espacio clave de reflexión e intervención política. En este artículo, mezcla de teoría y ejercicio comparativo, Camilo Henríquez señala que la libertad solo parece estar a resguardo allí donde se ha asentado el principio del gobierno mixto, aquel que combina las ventajas y contiene los vicios de los tres regímenes concebibles para su tiempo: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Esa mezcla, que debía ser aclimatada con paciencia en la observación de los factores locales, ofrecía mayores garantías para la felicidad pública que la adopción de cualquiera de las tres formas simples de gobierno. Esta intervención se publicó en un momento de álgidos debates en torno al principio de representación política (derivado de los abiertos conflictos provinciales entre Concepción y Santiago), estando

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