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      NINGUNO PUEDE APETECER LO QUE NO CONOCE

      La paradoja que explora este escrito de 1817 es sintomática de la inestabilidad del proceso independentista, y da cuenta de la forma en que los más convencidos entendían los obstáculos del período. El tibio entusiasmo de las mayorías por abrazar la libertad solo podía explicarse desde una carencia, y esa carencia daba sentido a la promesa emancipadora del proyecto ilustrado. Si la ignorancia y la censura eran las razones últimas de la postración, con solo pronunciar esos nombres ya era posible imaginar por dónde iba la salida: la educación en los nuevos principios haría evidente la superioridad de la vida libre. Era un argumento muy de época, y no necesariamente útil al propósito de sus adherentes. Pocos años después, una versión menos sofisticada de esta misma idea terminará justificando la adopción de formas autoritarias en espera de mejores condiciones para el despliegue de la libertad.

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      Sin título

      El Amigo de la Ilustración, Santiago, Núm. 1, 1817, en Colección de antiguos periódicos chilenos, 1817, Guillermo Feliú Cruz, ed. (Santiago: Imprenta Universitaria, 1951), pp. 347-349

      Solo el pueblo culto e ilustrado conoce los bienes de la libertad, y es el único que puede tributar a este ídolo sagrado los sacrificios y adoraciones debidas. Por el contrario, un pueblo ignorante jamás aspirará a ser libre; porque ocultándole su misma ceguedad, cuanto le importa serlo; lejos de estimularle a una empresa tan útil y gloriosa, le hace dócil a las cadenas e insensible a los males de una miserable esclavitud. ¿Mas en dónde hallaremos el comprobante de estas verdades? ¿Será acaso difícil su demostración? No: no lo es; pues en nosotros mismos tenemos el ejemplar a la vista, si reflexionamos un poco.

      Vio Chile la aurora de una tan bella revolución: rompiéronse a su luz las cadenas y los grillos; y púsose en nuestras manos el inestimable tesoro de la libertad. Unas medidas sabias y enérgicas, una actividad infatigable, un valor intrépido y osado, una constancia heroica y un ardiente y puro patriotismo parece deberían desplegarse en esta crisis, tanto para perfeccionar la obra comenzada, cuanto para defendernos de la usurpación y tiranía. ¿Pero qué sucedió? Una indecisión culpable, una poltronería perjudicial, un miedo con honores de valor, una inconstancia vil, unas personalidades ridículas y un egoísmo desmascarado, fue el conjunto brillante de nuestras virtudes políticas. ¡Qué rasgos y esfuerzos tan propios de unos hombres educados en la bárbara escuela de la ignorancia! ¡Qué fruto tan bello de la incivilización en que hemos vegetado! ¡Cuánta complacencia debió producir en los tiranos una conducta semejante! ¡Y qué motivos tan poderosos para excitar la compasión de los sabios! Aquellos chilenos poco ha juguete de la ambición y del orgullo; miserables tributarios de una insaciable codicia; esclavos viles del despotismo y la tiranía; y hombres que sepultados en el abatimiento, eran desconocidos del rango de las demás naciones; verse por una combinación feliz de circunstancias, elevados a la clase de hombres libres: árbitros de su propia felicidad, dueños absolutos de sus haberes; y representando en el gran teatro del universo, no ya como humildes siervos de un déspota extranjero, sino como seres más nobles, y como miembros de una sociedad independiente y nueva; estos mismos chilenos, vuelvo a repetir, lejos de inflamarse con la perspectiva brillante de una mudanza tan gloriosa y de ser incansables hasta consolidar el edificio grande de su libertad, ¿por qué se muestran tan tibios, tan flojos, tan pusilánimes y tan indolentes? ¿Por qué no les mueve ni la esperanza de una suerte feliz, ni el temor de recaer en el oprobio y la miseria? ¿Qué sueño, qué embriaguez o qué letargo es este tan profundo? ¿Cuál es la causa de una insensibilidad tan funesta? ¿Qué es lo que ofusca con tanta fuerza los espíritus? Qué ha de ser, sino la oscuridad y las tinieblas. Qué ha de ser, sino esa densa nube de necias y groseras preocupaciones, bajo cuya maléfica influencia hemos tenido la desgracia de nacer y educarnos. Y qué ha de ser, sino la copa fatal de la ignorancia con que brinda la tiranía para adormecer a los incautos pueblos, y luego encadenarlos a su arbitrio. Pero aún más claro.

      Ninguno puede apetecer lo que no conoce; y ninguno puede decidir sobre la justicia o injusticia de las acciones humanas, ignorando los principios del derecho. Ahora pues, ¿cómo desearían los chilenos los bienes de la libertad, si jamás los habían conocido? ¿Cómo temblarían al contemplarse otra vez en el miserable estado de la esclavitud, si creían que este era el mejor género de vida a que estaban destinados? ¿Cómo mirarían con horror a sus opresores, si estaban persuadidos que su autoridad dimanaba del mismo Dios? ¿Cómo se resentirían de las injusticias, vejámenes y ultrajes, si les habían enseñado desde la cuna a respetar como leyes divinas, aun las más arbitrarias de los déspotas peninsulares? ¿Cómo reclamarían sus prerrogativas y sus fueros, si se les había ocultado cuidadosamente que les competían algunos? ¿Cómo salir de este caos miserable, si estaban cerrados todos los conductos? ¿Y cómo finalmente acertar a distinguir lo que convenía a sus verdaderos intereses, si carecían de conocimientos sobre la materia? Amados compatriotas, vosotros habéis procedido muy mal; pero no me atrevo a culparos de malicia. Nuestra flojedad y nuestros errores deben atribuirse a nuestra misma ignorancia. El bárbaro español que nos oprimía puso siempre todo su conato en hacernos salvajes, y en identificarnos con los brutos para decretar a su antojo de nuestra suerte con la misma facilidad que el pastor dispone de un rebaño manso de ovejuelas. Pero vosotros sois hombres, y sois americanos. Empeñaos en conocer lo que os pertenece como hombres y luego procederéis como buenos americanos. Procurad ser sabios y cultos; que así seréis luego felices y también seréis el honor de nuestra patria.

      Pero con cuánta admiración vemos aún en nuestros días que muchos libros que pueden ilustrarnos, una chusma numerosa de hipócritas y de ignorantes los condena atrevidamente como nocivos y heréticos. ¿Por qué? Porque deben mirarse como tales unos libros que no van por el estilo de los que nos permitían leer los españoles. ¿Y por qué? Porque son unos libros que tal vez ridiculizan el abuso de nuestras costumbres, nuestras preocupaciones y los supersticiosos absurdos que introdujo la tiranía como máximas religiosas y verdades reveladas, para cimentar mejor su trono y para autorizar sus crímenes y atrocidades. Es preciso pues desengañarse que unos pueblos nutridos con la leche de la ignorancia perderán bien poco de su carácter antiguo, si no se abren las puertas a la razón. Sus luces tienen un estrecho y necesario enlace con la libertad; y así mientras aquéllas no se propaguen y dilaten, tampoco puede tener esta unos dignos amigos y defensores. La independencia de la razón y la libertad de escribir son la salud del género humano. Fíjense las restricciones legítimas y discurra y escriba cada uno sin embarazo. Estimule el gobierno a que todos contribuyan con sus conocimientos, y tóquense todos los resortes posibles para llegar al fin que nos hemos propuesto.

      LAS IDEAS IMPERFECTAS DE LIBERTAD

      Este artículo de 1818 tuvo el mérito de avanzar una definición sustantiva de la idea de libertad, enriqueciendo el uso más frecuente —como antónimo de tiranía— presente en los primeros debates independentistas. El autor, Antonio José de Irisarri, explora aquí la idea de “libertad social”, que supone responsabilidad en su ejercicio bajo la conciencia de lo que implica la convivencia cívica. De ese modo denunciaba cierto ánimo levantisco e ingenuamente revolucionario, el temido fantasma del faccionalismo y la sedición, que ponía en riesgo no solo la viabilidad del proceso autonomista, sino también el respeto a los derechos ciudadanos. En una clave similar aborda el otro extremo de la ecuación, el poder que debía o no concentrar el gobierno, advirtiendo que una excesiva sustracción de atribuciones, motivo recurrente en la retórica liberal, constituía también un riesgo para la estabilidad del nuevo orden. Bajo esas claves, Irisarri criticaba a los enemigos y blindaba el gobierno de Bernardo O’Higgins, del cual era funcionario y firme adherente.

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      Libertad

      El Duende de Santiago, Santiago, 22 de junio de 1818, Núm. 1, pp. 1-8

      La libertad ha sido el único objeto de nuestros empeños, desde que comenzamos nuestra gloriosa lucha contra los españoles. Este ha sido el único fin que nos propusimos por consecuencia de nuestros sacrificios,

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