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y sin distraerle con las niñerías populares, que inventa la ociosidad y fomenta la malicia.

      Ya se ha repetido muchas veces, que el desorden ha sido la única causa de la ruina de Cundinamarca, de Cartagena y Caracas. Los celos indiscretos de aquellos, que temían dar demasiado poder al gobierno, le hicieron tan débil como convenía al enemigo común, y cuando abrumados de las pérdidas y desgracias, puestos al borde del abismo, se quiso confiarle un poder absoluto para reparar el daño anterior, no fue ya tiempo de remedio, porque había llegado el último término del mal. El general Miranda en Caracas debió haber tenido igual gloria que la que tuvo en Anveres [sic] mandando los ejércitos de la república francesa; pero sus compatriotas menos generosos que los extranjeros, y con más necedad que la que debía esperarse, temieron fiar a sus conocimientos y a su virtud la suerte de su patria. En vano este hábil general les manifestaba los peligros, que el vulgo turbulento no acertaba a divisar; solo se acordaron de su debilidad propia cuando todo estaba perdido, y cuando el héroe no podía menos de ser confundido con los cobardes.

      En Cundinamarca o Santa Fe, las ideas imperfectas de libertad ocasionaron tal confusión interior, que el enemigo no tuvo más trabajo para vencer, que el de presentarse ante aquellos pueblos desorganizados; estos no habían aprendido más que a hacer revoluciones, y crear soberanías independientes en cada una de las faldas de aquellos cerros, y en cada una de las vegas de aquellos ríos; cuando se les hablaba de los enemigos decían que los pueblos libres eran invencibles; pero tan débiles como presumidos e ignorantes, cayeron todos bajo el poder de Morillo, y pagaron su locura en los cadalsos.

      Pasemos ahora a considerar los males que la falsa idea de libertad ha acarreado a nuestros vecinos y amigos de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Allí se nos presenta en la banda oriental un hombre sin talentos políticos, sin instrucción militar, que proclamando la licencia, y permitiendo todos los desórdenes, separa una gran parte de los habitantes de la obediencia al gobierno, y los pone en la necesidad de ser presa de los extranjeros, sus vecinos. Aquellas campañas desoladas, teatro del vandalaje más atroz, no pudieron oponer una resistencia eficaz a las tentativas hostiles de los portugueses; aun cuando hubieran presentado mejores proporciones para defenderse, no habríamos visto otro resultado, porque los hombres sensatos que habitaban el país, se hallaban cansados de sufrir los males de un desgobierno. Si esto no hubiese sucedido, si Paraguay hubiese obrado de acuerdo con la Capital de Buenos Aires, si las demás provincias no hubiesen oído jamás las sugestiones perniciosas de los genios turbulentos, que aspiran a hacer su fortuna a la sombra de los conflictos públicos, el ejército español del Perú hubiera sido mil veces deshecho, y quizá estuviera en la plaza de Lima enarbolada la bandera de la libertad. En este caso yo les dijera a todos los americanos: ahora es tiempo de pensar en nuestros negocios interiores; hasta aquí no hemos podido hacer más que dedicar nuestras fuerzas reunidas contra el enemigo común.

      Llevemos, pues, compatriotas, por norte nuestras empresas la libertad social y no la licencia: veamos que las pasiones deben arrastrarnos a nuestro exterminio, si no las enfrentamos, sujetándolas a la razón. Veamos sobre nuestras cabezas la cuchilla española, que nos amenaza: este es el enemigo verdadero de nuestra libertad. Pongámonos a cubierto de este mal inminente, y si queremos hacer locuras, esperemos el tiempo en que sean menos funestas por las circunstancias.

      LIBERTAD, PROPIEDAD, SEGURIDAD E IGUALDAD

      Libertad, propiedad y seguridad constituían los tres manantiales de la felicidad de los Estados según Valentín de Foronda, el influyente escritor español de la segunda mitad del siglo xviii. Con posterioridad agregó un cuarto manantial, la igualdad. Enemigo del despotismo y promotor de los derechos ciudadanos, lector de Smith, Necker y Locke, Valentín de Foronda fue uno de los primeros representantes de la tradición liberal española. Sus ideas fueron referenciales en los debates políticos del continente americano. La alegoría de los manantiales —así mencionados o mutados ya en derechos— es citada simultáneamente en México, Colombia y Chile durante las primeras décadas del siglo xix, y debió suceder lo mismo en otras latitudes. Esta es la versión chilena del argumento, donde los manantiales se llaman derechos, y apareció en el periódico gubernamental que a la fecha editaban Antonio José de Irisarri e Ignacio Torres.

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      Política

      Gazeta Ministerial de Chile, Santiago, 19 de junio de 1819, Núm. 97, pp. 1-3

      Cuando la regencia política de Sud América ha hecho conocer a sus hijos que tenía derechos; cuando estos derechos no son otra cosa que la libertad, la propiedad, la seguridad y la igualdad; observamos con dolor que ellos regularmente se confunden por un espíritu de corrupción o de ignorancia. La libertad civil no es otra cosa que la facultad de usar como uno quiera de los bienes adquiridos, en no vulnerando las acciones de los demás hombres ni las leyes directivas de la sociedad. Sin embargo, equivocando este derecho con la libertad natural que íntimamente nos autoriza para hacer el bien o el mal, fácilmente degenera en licencia. ¿Qué? ¿Son tan pocos los bienes que están a nuestro alcance, que no podamos dentro de su esfera ser libres sin salir a buscar el vicio? En semejante sistema no existiría la libertad sino donde existiese la anarquía, pero siendo esta incompatible con la ley, era necesario que no hubiese institución alguna para que se diese lugar a la libertad; era necesario que no hubiese forma alguna de gobierno, y que reducidos todos a nuestras fuerzas naturales, derivásemos nuestra felicidad de nuestro poder personal. Entonces o todos debiéramos ser ángeles; o solo sería dichoso el que tuviese la robustez de Hércules, a costa del trabajo de oprimir a los demás. Esta es por otra vía la felicidad exclusiva de los déspotas. Bastante poderosos por la colección de muchas fuerzas para concentrar en sí mismos toda la bastante a tiranizar los pueblos; estos son los verdaderos esclavos de un opresor sin responsabilidad. ¿Y no es este el retrato de un monarca español respecto de la América? La descripción parece ajustada al original. Lo que sucede en la anarquía de hombre a hombre, sucede en el despotismo entre los vasallos y el tirano. Si aun hay quien así quiera ser libre, los puertos están abiertos, y puede elegir entre una isla de salvajes o la península española.

      La propiedad es aquella prerrogativa concedida al hombre por el autor de la naturaleza de ser dueño de su persona, de su industria, de sus talentos y de los frutos que logra por su trabajo. Pero la misma naturaleza le impone ciertos deberes a que debe ceder el dominio exclusivo, o más bien hay casos en que se suspende ese dominio, porque un objeto de preferencia llama a sí cierta porción de las propiedades: Toda aquella que no es indispensablemente necesaria para la vida. Nacido el hombre para la sociedad, y constituido en ella, sería un criminal si viendo morir de hambre a otro de los asociados le dejase perecer: porque habiendo un derecho recíproco de auxiliarse los unos a los otros, la acción que yo tendría sobre ese indigente cuando reclamase su asistencia tiene él cuando implora la mía. ¿Y cuán fuerte no será esta acción si se exige por toda la sociedad? Egoístas miserables. ¿Cuál es vuestro plan cuando miráis a la patria en conflictos, cuando conocéis que ella puede ser conquistada por un tirano faltando los medios para resistirle? ¿Juzgáis que porque vosotros hayáis trazado buenas fianzas para sobrevivir a la opresión de los demás, quedáis desobligados a concurrir con vuestras propiedades a la urgencia de la patria? Si creéis que hay patria sin derechos; si creeis que ella no es más que un mapa flotante al arbitrio del agresor más afortunado; yo os absuelvo, entre tanto que me consuelan las exacciones que os arrancarían los nuevos tiranos, y que no os habrán sido indiferentes las que se os han quitado por vuestros antiguos amos para que un favorito rodase carros de acero. Así se respetaba la propiedad del americano por los reyes de España; y así es como los tacaños del día juzgan que haciendo del derecho de propiedad un tesoro escondido, pueden al cabo comprarse la servidumbre en que nacieron.

      La seguridad es el derecho de no ser violentado, ni la víctima del capricho del que manda. Si no hubiese una ley superior a la voluntad del gobernante, nadie estaría seguro. El remordimiento es resorte muy débil para hacer respetar la virtud, y mantener al poder dentro de sus límites. Si ninguno se les han prescrito, ¿quién podrá argüirlo de que ha salido de su órbita? No tendrá contra sí, sino la voz impotente de la naturaleza. La ley es la única que puede comunicarle vigor y ponernos en seguridad; pero esta seguridad

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