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los dos tercios de los habitantes del suelo más fértil, sano y yermo del mundo conocido. Comprueba este compuesto la simple vista de la porción de mujeres, mozos y niños que amanecen cada día sin saber dónde ni qué comerán, muchos que ignoran en qué parte dormirán y todos en qué ocuparán sus brazos, exceptuándose unos pocos que emplean momentáneamente los temporales trabajos de la agricultura, minas y otros contingentes entretenimientos que se interrumpen por accidentes o cesan del todo en las estaciones muertas.

      En vano aspiran a cerrarse los ojos y endurecer el corazón sobre esta triste perspectiva los que, después de la precitada lectura de economistas sistemáticos o parciales, sostienen que esta plaga es efecto del clima o de causas misteriosas, que puede disiparla una plena franquicia; que el hombre mientras más miserable es, más activo y diligente; que lo hacen tal las nuevas necesidades y el goce de artículos desconocidos, con otros apotegmas que, amontonados indiscretamente y adoptados sin discernimiento, son bastantes para sofocar las mejores disposiciones y las proporciones que, conducidas con meditación, podrían hacer un pueblo dichoso, como son los mismos donde se escriben aquellos discursos y se practica todo lo contrario. En ellos nada es más común y escrupulosamente observado, que esas mismas restricciones que detestan en teoría y que sirven de diques a la industria que, así, florece a la sombra de estudiados vehículos, no de atolondradas libertades.

      Así dan todo su precio a las primeras materias indígenas y retornan manufacturadas las extrañas al propio suelo que las produjo, y así las artes fabriles llenan los inmensos vacíos que dejan los de rigurosa necesidad a que nos circunscribe ahora nuestra credulidad y apatía.

      Para decidir con acierto, importa fijarse en estas verdades de sentido:

      1º. Los pueblos más numerosos, pacíficos, morales y contentos son los que poseen medios fáciles de emplear continuamente y con provecho su tiempo, facultades y producciones propias para su comodidad y dar lo sobrante en cambio de los que no pueden proporcionarse de otro modo justo.

      2º. Chile, en medio de todas las ventajas naturales, carece de arbitrios para ocupar una gran parte de sus individuos, quienes, a pesar de su idoneidad, vegetan en la indolente inacción que resulta de la facilidad de sustentarse y la dificultad de trabajar.

      3º. La agricultura y las minas no alcanzan a reparar este gran defecto, pues la primera, limitada al consumo y sus labores a temporadas, restituyen al ocio a los pocos que necesitaron pasajeramente; y la segunda, sirviéndose solo de hombres vigorosos, desecha a los débiles, a los niños y mujeres.

      4º. La industria y ella únicamente puede cubrir los innumerables huecos que dejan en el tiempo, fuerzas y anhelos por trabajar, las mezquinas manufacturas que sucesivamente desaparecen por la concurrencia de mejores y más baratos artefactos, cuyo expendio va también disminuyéndose al paso que la moneda, con mengua de los importadores y compradores.

      5º. Esta influencia nociva debe, pues, moderarse estableciendo una sociedad igualmente útil a todos y limitando la facultad u ocasión de dañarse recíprocamente; y esto, no con el uso de los vulgares tópicos que alimentan las dolencias que se pretenden curar; cual es, recargo de derechos que fomentan el contrabando en pro de los defraudadores y ruina de los provectos, sino con la absoluta prohibición.

      No desistirá el Consulado de repetir a V.E. los justos clamores de la porción más numerosa, útil e indigente de un pueblo que aspira a que no se le vede el ser virtuoso, esto es, laborioso. No duda de alcanzarlo, porque coinciden con su anhelo, motivos de la última importancia en buena economía y en política.

      La industria es el criadero de aquellos ciudadanos honrados que, profesando una ocupación sedentaria y perenne, seguros de transmitirla a sus hijos, los educan en el amor al orden y al gobierno que los conserva; su prole no es una carga sin ayuda, de que resulta una masa de defensores de la patria en que tienen interés, prontos a tomar las armas sin hacerle las faltas de los labradores, cuyas faenas no interrumpe la guerra sin nuevo detrimento.

      Ella aclimata y domicilia las artes desconocidas, en que los extranjeros llevan la ventaja de tiempo y conocimientos. Ella destierra la impudente mendiguez habitual que deshonra al país y envilece los ánimos. Fomenta el cultivo, no solo de las primeras materias a que da forma y valor sino de las que consumen y que no producen sus empleados. Para la elaboración de las que constituyen la industria popular, no necesitamos de maestros, modelos ni artículos extraños, ni demás estímulos que el consumo inconciliable con la rivalidad que desalienta y sofoca en la cuna los primeros progresos. La inexcusable necesidad de servirse de sus productos, asegura su incremento, y como no hay un punto del país donde no pueda hacerse lo mismo, se disipa el fantasma del monopolio con que se sostiene la introducción de manufacturas, que nos retienen en un estado colonial diferente, pero acaso tan duro como el que acabamos de sacudir. Manteniéndose la inacción y creciendo progresivamente el número de holgazanes y miserables, se multiplica el de los que, desesperados, se ligan a las facciones y partidos que perturban la sociedad; consideración que merecen las circunstancias de un pueblo naciente, en que las autoridades carecen aún de aquella sanción que solo da el tiempo y la habitud de respetar los términos y prerrogativas que les fijan las leyes.

      Cuanto se expone en la representación que motiva este informe, conviene con todos los ramos comprendidos en los artículos 216 y siguientes del reglamento de 1813, de cuya exacta observancia es llegado el caso; pues han cesado los accidentes que suspendieron tan sabia y benéfica providencia y han desaparecido hasta los motivos especiosos que entretienen el abuso, cual era la falta de modelos, de artesanos y de emulación. Sobre todo, porque ya es palpable e imperiosa la necesidad de su ejecución, tan útil a los habitantes del país como a los mismos negociantes extranjeros, que solo así encontrarán compradores que tengan numerario o especies con que permutar manufacturas que no pueden imitar, y las producciones peculiares de otros climas, que siempre serán exclusivas de una vasta importancia y pingüe campo de inmensas especulaciones de todas clases.

      Un párroco recomendable por su piedad, ilustrado por sus principios y carrera, enseñado por su varia suerte y viajes, elegido por sus feligreses para diputado en el Congreso, hizo una moción para que se decretase la observancia del reglamento del comercio del año de 1813, que prohíbe la introducción de las manufacturas groseras, que antes ocupaban y pueden emplear las manos que hoy gimen en la miseria, por falta de arbitrios para subsistir honestamente. Esta proposición ha sido calificada pasto de una imaginación extremadamente exaltada y rancia, en el Correo Mercantil, números 58 y 59. Bien puede ser, y el autor se conforma, porque no aspira a la celebridad ni a la infalibilidad, sosteniendo opiniones que acaso sean erróneas; solo protesta que la intención que le dictó su moción no lo hace acreedor a invectivas sino a convencimiento; y para merecer la indulgencia de su impugnador, ha tenido la paciencia de imponerme las razones que le impelieron a una solicitud en que coinciden sus sentimientos con su deber y experiencia, con el interés que toma por el bien de su feligreses, de sus paisanos y de la parte más numerosa, útil y desvalida de la humanidad. Sus discursos parten de los principios siguientes:

      1º. La ocupación, esto es, el ejercicio de las facultades concedidas al hombre para satisfacer la necesidad de existir, el instinto de tener comodidad y la propensión a distinguirse, es el antídoto de los vicios y el fomes de la población que, si no es en sí misma el constitutivo de la prosperidad de un país, es sin duda un signo de ella porque ninguna especie o ser animado inmigra, se radica ni propaga, sino donde encuentra los elementos de un bienestar permanente, que puede transmitir a su posteridad.

      2º. El hombre busca generalmente estos recursos en la agricultura, comercio, navegación y sobre todo en las artes; porque las ciencias, la guerra, la iglesia, las minas, el pastoreo, a más de entretener un número determinado y corto de individuos hábiles, no pasan a los hijos, excluyen la excedente porción compuesta de las mujeres, niños y ancianos.

      3º. El proporcionar tales recursos incumbe a los que presiden a los pueblos, en cuyo bien inmediato deben emplear su ilustración y el poder que les confían, combinando todos los accidentes, como la situación local, las producciones, las necesidades, la población, su índole, sus relaciones, el estado de sus conocimientos; empezando por lo más fácil y urgente, por lo que más prontamente puede radicarse, dilatarse y preparar los sucesivos progresos de los demás medios de hacer útiles el

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