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americanos que habían disfrutado siempre de una gran libertad bajo el gobierno inglés después de haber sacudido el yugo quisieron obtener de él una porción más considerable todavía; lo cual creyeron haber obtenido, proclamando la independencia de cada estado en particular.

      Los partidarios del federalismo que citan continuamente el ejemplo de Norte América, no quieren entender que la posición en que se encuentra Chile es muy diferente de aquella en que se hallaban los americanos en año de 1776; estos solo tenían que hacer con la Inglaterra, carecían de vecinos que pudiesen hacer con ellos una causa común; y declarando a cada estado independiente quitaban a esta misma Inglaterra los medios de volver a conquistar; porque si uno de estos mismos estados, se hubiese decidido a su favor, se habrían reunido todos los demás para oprimirlo; esto que era justo con el gobierno federal habría parecido injusto bajo el unitario.

      Si se me habla de la prosperidad de Norte América, sin dejar de reconocerla, diré que ella no la debe al sistema federal, y añadiré, para la inteligencia de todos los hombres de Estado que han hablado sobre esta materia, que habrían sido mucho más sensibles estos progresos bajo el gobierno unitario. La América del Norte se ha elevado a tan alto grado de prosperidad, no en fuerza de sus instituciones, por cuyo vicio se ha paralizado su marcha muchas veces, sino por el genio particular de sus habitantes.

      Y por otra parte, en qué laberinto no se introduce un estado nuevo adoptando el sistema federal, antes de prever sus consecuencias. Cada estado hará sus leyes, pero será necesario arrancar, por decir así, a estos ciudadanos de sus trabajos. Cada estado nombrará sus autoridades; pero entonces ocasionaréis continuas discordias entre el pobre y el rico; porque es necesario tener presente, que el sistema federal no se dirige en Chile a procurar una verdadera libertad, sino a crear pequeñas monarquías en favor de algunas familias privilegiadas.

      ¡LIBERTAD! ¿PARA QUIÉNES?

      El escenario previo a la votación del proyecto de Constitución Federal de 1826 se volvió crecientemente adverso para los mismos federales. A los desencuentros entre provincias, partiendo por las dos más emblemáticas, Concepción y Coquimbo, se fueron sumando las dudas sobre la capacidad de las unidades territoriales pobres para sostenerse financieramente, tal como lo representó la Asamblea de Valdivia en noviembre de ese mismo año. La promesa de la libertad provincial comenzó así a perder el vigor que había mostrado meses antes. Pero la discusión activó también un problema de proporciones: la comprensión del principio de representación. Varios diputados se vieron sosteniendo posiciones discordantes con las instrucciones recibidas de sus representados o comitentes. ¿Debían los congresistas votar de acuerdo a sus convicciones personales o siguiendo el mandato de la asamblea que los enviaba? Esta controversia, que tuvo distintos capítulos a lo largo del territorio, quiso ser resuelta desde el gobierno indicando que los diputados no estaban sujetos a las instrucciones remitidas desde las asambleas provinciales. El conflicto, sin embargo, estuvo lejos de aquietarse. Si los desacuerdos partieron oponiendo al Congreso con las asambleas, pronto estas últimas debieron enfrentar a sus propios cabildos, que también comenzaron a retirar los poderes a sus representantes en la provincia. A continuación reproducimos las renuncias del diputado Ignacio Molina ante el Congreso Nacional y la Municipalidad de Rere, en las que aprovechó de defender enérgicamente sus convicciones federales.

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      Renuncia del diputado por Rere a sus comitentes

      Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, Sesión de 28 de marzo de 1827 (Santiago: Imprenta Cervantes, 1890), tomo xiv, pp. 287-289

      Renuncia del diputado por Rere a sus comitentes. Núm. 3339

      Señores:

      Yo he debido persuadirme que vuestra solemne voluntad sobre la forma de gobierno que más conviene a vuestros intereses, está pronunciada por los diputados que enviasteis a la Asamblea, y cuyo voto descansa en el sistema de centralización diametralmente opuesto a aquel por el cual yo emití el mío a vuestro nombre, y en vuestro concepto, por supuesto, yo me he equivocado, y entonces debo renunciar para satisfaceros.

      De que ambos sistemas de gobierno son directamente opuestos, nada hay más verdadero, y daré razón. El primero deja en ejercicio la más desenfrenada y monstruosa arbitrariedad, si se quiere, y el segundo, es pasto de la más blanda y liberal filantropía. La triste experiencia de dieciséis años que del primero tenemos, y con el que se ha manchado nuestra revolución, es bastante convencimiento de esta verdad eterna, que los enemigos de nuestra libertad, jamás podrán desmentir; y las lecciones de justicia que del segundo nos presenta Estados Unidos de Norte América, con solo cuarenta y nueve años de antigüedad, es documento infinitamente superior a los deshonrados prestigios con que se quiere engañar a los pueblos. Adoptad, señores, la forma de gobierno que quisiereis, que no sea el confederado; pero yo me atrevo a presagiar vuestro arrepentimiento, cuando más inmediatamente penséis sobre vuestros intereses. Entonces veréis si yo os he traicionado; entonces quedareis convencidos si fuera del sistema federal hay otro en el cual no esté peligrosamente comprometida la libertad pública y entonces os persuadiréis del interés que a mí me anima y que no es el que fuerza a nuestros enemigos a sostener el sistema unitario, escalón aciago, por donde suben a entronizar crímenes y maldades… Vosotros que habéis sido el juguete de los infortunios, víctimas del desenfreno de escandalosas pasiones, lo sabéis mejor que yo.

      Mi permanencia en el Cuerpo Legislativo Nacional, supone una conformidad de ideas con vuestros diputados en el deliberativo provincial; pero si no me engaño, nos separa una inmensa distancia y oposición que en representantes de un mismo partido es tan irregular como peregrina.

      Yo, por supuesto, he de reglar mi conducta política como hasta aquí, siempre consecuente a los principios que en otra ocasión he manifestado, y aun con las armas en las manos he sostenido contra los enemigos de mi patria. Y en tal caso el más pequeño disentimiento a mi anterior opinión, sería apreciarme muy poco, sería desprenderme de la mejor recomendación, esto es, de la firmeza de mi carácter; lo que no está conforme con mis sentimientos. Por esto y porque no tengo una docilidad de condición, tan fácil de doblegarme a emitir un dictamen contra el deber de mi conciencia, contra lo que mi razón reprueba, contra mi propio convencimiento, y, finalmente, contra la justicia misma de la causa que hemos sostenido con una sangrienta lucha, a vosotros suplico me admitáis la renuncia que interpongo debidamente, asegurándoos que no la he hecho a la representación nacional, tanto porque no me la había de admitir, cuanto porque solo toca quitar al que dar ha podido. Vosotros me confiasteis vuestros destinos para que los representase al tiempo de celebrarse el pacto de nuestra mutua unión; pues, a vosotros os los devuelvo, cuando por corresponder a los impulsos de mi razón voy a contrariarlos.10 Dejaré la silla que a vuestro nombre he ocupado, ya que tan dignamente tenéis derecho en el Capitolio Nacional, y me quedará el satisfactorio placer de haber honrado mi misión (a pesar de mis enemigos) con la intención más recta y pura y con la mejor buena fe, de cuya conducta el público imparcial me hará justicia.— Santiago, 8 de enero de 1828.— Ignacio Molina.

      Renuncia del diputado por Rere a sus comitentes. Núm. 33411

      Cuando se trata de mejorar la especie humana en Chile, dándole instituciones que correspondan a la expresión de sus necesidades públicas; cuando se redoblan los esfuerzos por arrancar la servidumbre moral de las ideas que, con el transcurso de los años, el hábito de envejecidas preocupaciones, ha subyugado; cuando se principia a acrimentar sobre bases estables, la libertad pública e individual, la igualdad social, la felicidad común y el mutuo compromiso entre las provincias de la unión de cooperar recíprocamente a la común seguridad, y cuando está próximo a considerarse el Código Constitucional que ha de reglar la moral pública, es cuando el infrascrito tiene el sentimiento de hallarse embarazado en el ejercicio administrativo de los poderes que Rere le delegó, y cuyos intereses ve con dolor representados del modo más monstruoso en la directa contradicción de principios que se advierte entre diputados de un mismo partido y electos a un mismo fin. Sobre esto, el que suscribe se excusará de hablar por ahora como sobre la rectitud y tortuosidad de su conducta política, reservándose para el día en que Rere quiera llamarle a juicio sobre ella,12 si se cree traicionado,

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