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el Congreso, ya que ha tenido la satisfacción de concurrir con su voto. Ellas acaso pueden tenerse presentes en el acto de tomarse en consideración la renuncia que, con fecha 8 del actual, tuvo el honor de dirigir a ese Cuerpo por conducto del gobernante y sobre las cuales puede recaer la expresión de la voluntad de Rere de lo que más convenga a sus intereses en la cuestión que sobre sistema de gobierno se versa.

      El 20 de octubre del año próximo pasado, el infrascrito tuvo la honra de significar a esa municipalidad haber emitido su dictamen contra el sistema de gobierno central y sí en favor del federal, justamente convencido que es el único en el cual goza el ciudadano de libertad y en el que menos expuesta está la seguridad pública a los ataques del despotismo. Quien se haga cargo de la infamia con que la humanidad ha sido ultrajada, no le negará el timbre de inmortal memoria a que se hace acreedor un representante que sentó el fallo contra la negra, funesta y deshonrada ambición. El que habla es federalista por convencimiento, de lo que jamás tendrá que arrepentirse. Que el resultado de sus tareas no corresponda al sublime fin que en ellas se propuso, tendrá que lamentarlo a la par que sus conciudadanos con sola la esperanza de que algún día se hará a cada uno la justicia que se merezca por sus pensamientos políticos; que algún día se sabrá lo que la libertad vale, aunque ahora apenas se sepa lo que ha costado, que finalmente, algún día conocerán los pueblos a sus verdaderos amigos, los que han querido establecerles justicia, que será cuando ni esta la haya, ni libertad, ni patria; pero sí gobierno central o monarquía, que es una misma cosa.

      Se dice que el federalismo no está conforme con los intereses de la provincia de Concepción; el que suscribe no entiende esto ni bajo qué respecto se habla. Entiende sí que nada hay más conforme con la libertad que los desgraciados pueblos de esa misma provincia, ¿y no es la libertad el interés más caro que tiene el hombre? ¿Hay un malvado que diga lo contrario? ¿O aun se quiere mantener en ese degradante envilecimiento a la honradez penquista? No nos equivoquemos. El triunfo de la justicia es infalible. Tarde o temprano los pueblos harán su deber. Ellos saben muy bien, como todos lo sabemos, que hasta la Legislatura de 826 no han tenido libertad; la capital y uno que otro adulón de los pueblos (que se dice subalterno) son los que han merecido algunas consideraciones. Los hombres que aprecian su dignidad, que aman la libertad de sus conciudadanos, que han pegado y pegan contra los abusos del poder; esos son díscolos, esos anarquistas, esos son ignorantes, esos enemigos del orden. El que suscribe, verdadero araucano por sentimientos liberales más que por su origen, es uno de esos, y acaso más de una vez se le ha querido deshonrar con esos epítetos, que altamente ha despreciado, como a los malvados que lo calumnian. Pongamos de una vez a la vista del mundo los motivos que han dado margen a estas maldades y diremos que la libertad ha sido para unos pocos, mientras los demás chilenos han gemido bajo el más horrendo y criminal despotismo; y diremos que sobre las ruinas de la fortuna pública y común se ha erigido la particular de unos pocos que nada han trabajado y que acaso han sido nuestros enemigos; y diremos que después de una tolerancia indebida a su rapaz conducta, hoy se quieren sobreponer al mérito más esclarecido, a la más leal constancia; y diremos otros mil que diremos.

      Pero lo que aun es más escandaloso es que, en esta época de discusiones políticas, hayamos visto a estos mismos declarar una guerra abierta a las instituciones liberales, olvidando que desde los primeros ensayos de nuestra revolución no ha oído resonar otro eco que el de libertad. ¡Libertad! ¿Para quiénes? Para los que han ocupado los primeros destinos políticos, para la turba de pelucones, para los jefes del Ejército, a excepción de los liberales que son bien pocos y felizmente chilenos por nacimiento. He aquí para los que ha sido la libertad en toda su extensión, a que se agrega que, para llevar a su término la desesperación de los mejores patriotas, el gobierno ha observado la conducta más admirable de generosidad con los españoles, con los franceses, etc., dispensándoles altas consideraciones y los mejores destinos. Pero, como todos los chilenos son ricos y no tenían necesidad de empleos para vivir, poco importa que se haya hecho lo que se ha querido y no lo que se debía hacer. ¿Qué importa tener godos ya en… ya en… y ya en…13 ¡Ah! escandalosos ingratos… a estos abusos, señores, es a lo que se ha querido poner término con la declaración hecha. Entonces, para ocupar estos destinos, se dará preferencia al mérito y nada más, puesto que contra la justicia no se puede hacer favor.

      Toco inmediatamente los inconvenientes que la provincia de Concepción tiene para plantear el federalismo. Esto es, la creación de los departamentos políticos, fiscal, eclesiástico, judicial, casa de rentas fiscales, etc. ¿Y quién se atreve a asegurar que, sin la simultánea creación de todas esas regalías políticas y civiles, que nada contribuyen a la dignidad de las provincias, y mucho menos a su seguridad, no puede haber federalismo? ¿Dónde está esa urgente necesidad de crearlos en el momento? Sobre todo, cada uno aparece al mundo como puede o le conviene. Ni cuando se ha dicho a las provincias “sed soberanas”, se les ha querido decir “ostentad un fausto o boato que no tenéis”. Se les ha dicho sí: “Ahí tenéis un baluarte impenetrable para la seguridad de vuestra libertad pública. Allí habréis burlado siempre a cualquier alevoso que quiera vulnerarla”. A este fin hemos consagrado nuestras tareas, porque constituidas las provincias federales, ¿habría un tirano tan osado que pusiese en ejecución el descabellado proyecto de esclavizarnos? Pero supongamos que alguna vez fuesen sojuzgadas algunas provincias (que todas es imposible a un mismo tiempo); las que estaban en libertad irán a las armas para defender la justicia de la causa de sus hermanas y por conservar la propia. Esto es lo que se ha querido y nada será más probable a menos que nos creamos una turba de serviles indignos de libertad.

      No hay este recurso de común seguridad en un gobierno central, donde existe la más deshonrada, peligrosa e inmediata dependencia de los intendentes y gobernantes de los pueblos hacia el Ministerio que para estos destinos se buscan, pero a satisfacción del Robespierre que está bajo el solio. Entonces la causa de los pueblos es el juguete de los infortunios a que quiera condenarlos el capricho de aquel liberticida. Entonces el idiotismo adulador continúa en la baja necedad de que los pueblos son para hacer la felicidad del mandatario, y no este para hacer la de los pueblos. Y por cierto que ya es tiempo de hacer ver lo contrario. ¿Y de qué modo? Con el federalismo, sin duda. Dejemos a los pueblos sus naturales prerrogativas, elíjase de entre sus mismos vecinos el ciudadano que conceptúen digno de presidirles, que entonces este sabrá que va a hacer un sacrificio en favor de la común felicidad del pueblo, y no a sacrificar a este para hacer la suya propia, como hasta hoy. Esto es lo que quieren con el sistema federal los amantes de la libertad de Chile, y esto es lo que repugnan los sectarios del despotismo.

      El infrascrito, al haber brevemente bosquejado su opinión política, como la oposición que divisa en sus corepresentantes en Asamblea a la forma de gobierno declarada, tiene el honor de suplicar a la ilustrísima Municipalidad de Rere que le dispense cualquiera divagación que se advierta en ella, como de asegurarle que esa misma contradicción de principios le hace renunciar.

      Con este motivo, etc.— Santiago, enero 20 de 1827.— Ignacio Molina.— a la Ilustre Municipalidad de Rere.

      PLANES SECRETOS PARA VENGARSE

      Saber que los conflictos de la década de 1820 derivaron en una guerra civil podría restar dramatismo a esta proclama. Sin embargo, ello no impide verla como indicador de los niveles de conflictividad e irritación política que provocaba la arremetida electoral del liberalismo, que días antes de este texto había logrado un importante triunfo en la elección para el Congreso Constituyente de 1828, del cual emanó una nueva constitución ese mismo año. Los derrotados acusaron ilegalidades y fraudes de proporciones, como los descritos en una conocida protesta que los estanqueros hicieron circular por Santiago. Más allá de esta tensión intraelitaria, la publicación de una nómina de ciudadanos reconocibles cuya integridad parecía en riesgo, la alusión a planes y clubes secretos preparando golpes y asonadas, la vulnerabilidad de la cuerda en la que se equilibraba el gobierno (confiado a autoridades que podían verse fácilmente sobrepasadas), el temor inveterado a un pueblo que parecía no tener agenda, pero al que se dibuja dispuesto a servir al mejor caudillo, todas estas imágenes componen un cuadro de tensión que —salvando las circunstancias— prefiguran las pulsiones que se suelen poner en marcha apenas se yergue una amenaza considerable al orden que se quiere natural.

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