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cuando no el amor a la independencia por los sacrificios que nos ha costado, al menos el temor de no volver a sufrir las antiguas cadenas; pero ¿cómo remediarlo, cómo suplir las grandes faltas que para la común defensa notamos? La desmoralización de nuestro ejército; la escasez absoluta de buques, para resguardo de las costas que están en descubierto; la invalidación de la maestranza, único taller que servía para aprestos de guerra; la multitud de prisioneros enemigos diseminados por todo el Estado, la confianza que entre los campesinos se ha logrado, su posición ventajosa por el rango que obtienen varios de ellos en destinos de importancia y de lucro; la porción de emisarios que la España debe tener entre nosotros, la facilidad con que pueden estos estimular y disponer a aquellos; el número de patriotas fastidiados de lidiar sin premio o con él sin seguridad; todo, todo pareciera menos que las promesas de un monarca empeñado en llevar adelante su brutal capricho. Pero lo cierto es que esta multitud de resortes están en acción largo tiempo, y la libertad, la libertad con una amenaza, sobre sí, de muerte.

      Se ha dicho que la virtud es el sostén invencible de la libertad; mas las instituciones emanadas de la franca expresión de los pueblos son los agentes de su formación; así sin leyes justas y benéficas, proporcionadas a la naturaleza del hombre, la libertad es solo una expresión que se ama por instinto, pero que no determina ni marca su importancia. De este modo los pueblos son con ella, lo que han sido sin su consecución; de nada servirá que se hayan redoblado los esfuerzos para conseguirla, de nada el más solemne jurado para sostenerla. Es preciso hacerles entender de un modo palpable, que no es una expresión vaga e insignificante la que han protestado hacer triunfar a costa de su sangre, sino el respeto y la gloria del hombre; compruébeseles, que sin goces, sin garantías no se da libertad; y que la vez que un tirano juguetea a su arbitrio con la suerte de un solo ciudadano, el pueblo a quien este infeliz pertenezca, es más bien una turba de esclavos que una sociedad de hombres libres.

      Los chilenos imbuidos de esta idea sabrán que la verdadera libertad jamás se somete a las arbitrariedades de un déspota, y que solo la falsa es la que proyecta y emprende, para luego cargar con la afrenta de su vencimiento.

      Compatriotas: he aquí los motivos que nos obligan a emprender una carrera ardua y difícil. Quizá en tiempos tan críticos es más digna la expresión pura y desinteresada del que desconoce las reglas del arte, que aquellos rasgos sublimes que a veces no sirven más que para emponzoñar y corromper el corazón. Nuestro empeño no es otro que indicaros con energía cuanto esté disconforme con las protestas sagradas que hicisteis a la libertad al tiempo de destrozar los hierros de la antigua opresión; y cuando tienda a embarazar los progresos a que con ella os dispusisteis; estamos seguros que a nadie debe inquietar compromiso tan santo, a menos que su alma no aparezca cómplice en tan atroz delito, y en tal caso a vosotros corresponde decidir.

      ENCADENAR LA LIBERTAD DE QUE ABUSARON

      En diciembre de 1828 se promulgó una nueva ley de imprenta, buscando ordenar la incontenible proliferación de periódicos y morigerar la virulencia de las discusiones públicas. La intensidad del conflicto político desbordó la norma en forma inmediata. Los niveles de radicalización hicieron evidente el agotamiento y acaso también la inutilidad del debate impreso, boicoteando así las fantasías ilustradas asociadas a la prensa. No hubo jornada sin el registro de reclamos por eventuales censuras o de atentados —reales o ficticios— a la propia reputación. El componente punitivo de la legislación fue cobrando un protagonismo creciente, se multiplicaron los periódicos de un solo número y se asumió con realismo que la sombra de la ley eclipsaba según uno fuera gobierno u oposición. Así lo entendió el liberal Francisco Ramón Vicuña cuando debió suspender la vigencia de la ley de imprenta en noviembre de 1829; y así lo entendió también el estanquero Diego Portales cuando, estando ya en el gobierno, usó esta norma “liberal” para arrinconar a la prensa de oposición. Esa es la dinámica que expresa este artículo, publicado en un periódico próximo a Portales, a semanas de que el proyecto liberal conociera su abismo. El escritor citado al cierre es Voltaire.

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      Intolerancia

      El Crisol, Valparaíso, 14 de octubre de 1829, Núm. 6, pp. 21-22

      Ella es muy propia y por lo regular se advierte en los que se empeñan en ocultar la verdad, y en aquellos que en las controversias abrazan los extremos injustos. Con mengua de la cultura, del espíritu de siglo y de las instituciones que favorecen en Chile la libertad de imprenta, hemos oído pronunciarse contra este inestimable goce a algunos funcionarios, cuya conducta ilegal ha sido descubierta y publicada en uno de los periódicos de Santiago. Se hablaba por los individuos de una facción contra que ya está pronunciado el odio general, sobre la necesidad de coartar la libertad de imprenta, convencidos sin duda de que mientras ella exista, no pueden encubrirse la intriga, el engaño y la violencia con que lograron sobreponerse a los hombres honrados, y sofocar el voto de la nación. Esos mismos individuos que empiezan a quejarse y declaman contra el único bien que no se han atrevido a arrebatarnos, han sido los que comenzaron a abusar de él, y los que jamás han podido prescindir de ese abuso en todas sus publicaciones; ellos se han servido siempre del vehículo de las luces para ofuscarlas, y han convertido en veneno el remedio más eficaz para contener el vicio. Cuando la omisión, el desprecio o los miramientos de los verdaderos patriotas han dejado el campo a los embusteros, se han aprovechado de su honroso silencio, para tocar a degüello contra toda fama y reputación bien merecida, han insultado el buen sentido y apurado hasta el extremo el sufrimiento de los hombres decentes, y cuando las quejas de estos se han hecho oír, por la imprenta, maldicen la invención más benéfica que encomiaron mientras la verdad y la inocencia no buscaron en ella el amparo y protección que les negaban el magistrado y la insuficiencia de las leyes. Forma por cierto un célebre contraste ver a los que por algunos años han sido injustas víctimas de la calumnia y de los abusos de la imprenta, decididos aún en medio de esa tenaz persecución en favor de la más amplia libertad, y pronunciarse contra toda traba que restrinja las publicaciones de cualquier género; mientras que los perseguidores se resienten y quieren encadenar la libertad de que abusaron, cuando han visto que los ofendidos ponen en ejercicio el derecho de defenderse, y publicar por la imprenta sus asquerosos manejos. La intolerancia y el temor a la imprenta que manifiestan, prueban que son ciertos los hechos de que se les acusa, y que por lo mismo no pueden desmentirlos; o que no quieren corregirse para imponer silencio a los escritores de la oposición y de armarles con la enmienda. Nosotros rogamos a esos intolerantes que se desprendan alguna vez de sus pasiones para reflexionar imparcialmente, y confesar que ellos han hecho servir la imprenta para deprimir con injusticia a los mejores ciudadanos, para aplaudir todo lo que es digno de reprobación y para engañar groseramente a los pueblos, y que los escritores que los combaten usan de la imprenta para echarles en cara sucios manejos, instruir a los chilenos en sus verdaderos derechos, criticar las violaciones que los vulneran, y en fin, para contenerlas y restablecer el pudor y la decencia perdidos desde que la maniobra puso los destinos del país en manos de los que los han prostituido. Por último querríamos que tuviesen muy presente lo que dice un escritor. “Los papeles públicos tan multiplicados en Europa producen un grande bien: espantan el crimen y detienen la mano preparada a cometerlo. Más de un potentado ha temido algunas veces el cometer una mala acción que sería publicada inmediatamente en todos los archivos del espíritu humano. Se cuenta que un emperador chino reprendió un día y amenazó a un historiador del imperio: “que le dijo, ¡vos tenéis el atrevimiento de escribir mis faltas día por día! Tal es mi deber respondió el escritor del tribunal de la historia, y este mismo me obliga a escribir inmediatamente las quejas y amenazas que me hacéis. El emperador se abochornó, se contuvo, y dijo: y bien, id, escribidlo todo y yo trataré de no hacer cosa alguna que pueda reprenderme la posteridad”. Así es como un príncipe que mandaba cien millones de hombres, ha respetado los derechos de la verdad. Nosotros desearíamos ver de emperadores a los caudillos de la facción que domina y aflige al país, siempre que fuesen capaces de tributarle igual respeto.

      LA LIBRE CONVENCIÓN DE LOS CONTRAYENTES

      La eliminación de las restricciones al interés sobre los préstamos, la “infame y despiadada usura”, según la definiera Claudio

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