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más contribuyó en esta vertiente del pensamiento psicoanalítico, dejando sus enseñanzas una significativa impronta en el psicoanálisis y en la psiquiatría argentina. Este autor reconoce en Freud una clara e innovadora postura frente a la relación entre la psicología individual y la psicología social o colectiva en su trabajo “Psicología de las masas y análisis del yo” y cita una parte de la introducción de éste donde se dice (Freud, S. 1921: “La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo. Es verdad que la psicología individual se ciñe al ser humano singular y estudia los caminos por los cuales busca alcanzar la satisfacción de sus emociones pulsionales. Pero sólo rara vez, bajo determinadas condiciones de excepción, puede prescindir de los vínculos de este individuo con otros. En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con toda regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo de la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”. Sin embargo (Pichon Rivière, op. cit.) concluye que “pese a percibir (Freud) la falacia de la oposición dilemática entre psicología individual y psicología colectiva, su apego a la mitología del psicoanálisis, la teoría instintiva y el desconocimiento de la dimensión ecológica, le impidieron formularse lo vislumbrado, esto es, que toda psicología, en un sentido estricto, es social”. Coincide con Roger Bastide (1961) cuando escribe: “La psicología social de Freud (que se confunde, dicho sea de paso, con la psicología individual) presenta, respecto de las doctrinas clásicas que estaban de moda cuando Freud escribía sus primeros trabajos, un progreso innegable. El padre del psicoanálisis tiene en cuenta, en efecto, la influencia ejercida sobre el niño, en su formación y en su desarrollo, por la constelación familiar en la cual vive, y en las experiencias que afronta en sus relaciones con los demás. Sin duda, su biologismo, su teoría de los instintos, y su concepción de la inmutabilidad de los complejos que explican la conducta humana, le impidieron elaborar una psicología social más precisa”. En relación a la mencionada inmutabilidad de los complejos cabe acotar una nota al pie del Cap. VII de Inhibición, Síntoma y Angustia (1926). En esta nota Freud atiende este problema y pone en duda esa inmutabilidad, aunque no creo que haya tenido consecuencias ulteriores de peso en el cuerpo general de sus teorías. Para lo que me interesa destacar en este trabajo, sin embargo, este punto es decisivo en tanto que sin desmerecer lo intrapsíquico como resultado del desarrollo psicosexual, permite un mayor margen para incluir las influencias transformadoras de los intercambios sociales actuales.

      Otro punto que quisiera destacar concierne a la relación entre lo inconsciente a nivel individual y lo implícito o directamente visible a nivel grupal: tomemos por caso el historial de Isabel de R. de la temprana casuística freudiana (Freud, 1895); como podrá recordarse, en el momento culminante de la cura, cuando se descubre través de la interpretación, trabajosamente aceptada por la paciente, su “prohibido” enamoramiento hacia su cuñado –nódulo conflictivo actual, seguramente enraizado en su constelación edípica– que ocultaba en su inconsciente y que era el sustento de su penosa sintomatología, Freud, entonces entrevista a la madre, quien dice que “desde mucho tiempo atrás había sospechado la inclinación de Isabel a su cuñado, aunque no imaginaba que dicha inclinación había surgido ya en la vida de su otra hija”. Precisamente, la vertiente de la psicología social acerca de la que me interesaría reflexionar y que motiva este trabajo serían los siguientes:

      1. Concebir la determinación de la conducta humana tanto desde el circuito intrapersonal tal como lo entiende el psicoanálisis pero también entramado con las determinaciones del campo interpersonal.

      2. Pero para apreciar el punto anterior es necesario priorizar la diferenciación de los circuitos intrapersonal e interpersonal, sus relaciones y su articulación.

      El primer punto anotado se presta para discutir un replanteo acerca de dos nociones de la psicopatología freudiana: los beneficios secundarios de la enfermedad y las series complementarias. La noción de beneficios secundarios de la enfermedad ha sufrido –a lo largo de la obra freudiana– varios ajustes en la nomenclatura y en la definición –más que definir Freud ejemplificaba–. De todos modos, lo que me interesa destacar es que se trata de una noción que alude a la influencia del medio social circundante en el entramado etiológico del resultado patológico correspondiente. Y es a partir de esto que sugiero su reformulación no limitando su alcance a una defensa del yo (Freud, 1926) sino como un exponente habitual del intrincado interjuego entre el individuo y su medio social. En este mismo orden de cosas, lo que conocemos como series complementarias podría eventualmente reverse a la luz de estas consideraciones; ya he hecho algún comentario acerca de los momentos iniciales del desarrollo, ahora consideraré especialmente lo que llamamos el factor desencadenante: este último factor suele considerarse en términos de privación o trauma, es decir, una acción lineal sobre el individuo predispuesto. Sin embargo, dado que el ser humano vive en grupos, y en éstos existe una serie de fenómenos dinámicos, cuya acción sobre los individuos que los constituyen rebasa la simple definición de trauma o privación, este ensayo de reformulación tendería a considerarlos dentro del complejo interjuego etiológico. En esta línea de pensamiento, el factor desencadenante constituye una configuración determinada de la estructura del grupo natural (familiar-social) en el que cada individuo está inmerso y por lo tanto sujeto a la compleja incidencia del interjuego de roles que se adjudican o asumen; pudiendo considerarse al individuo que enferma como emergente (Pichon Rivière, op. cit.) de estas dinámicas. Emergente que sintetiza en sí, según el autor mencionado, el eslabón simultáneamente más débil y más fuerte del circuito; más débil en tanto enferma y más fuerte en cuanto denuncia la distorsión y, consecuentemente, por la egodistonía, propende la motivación que conduce al cambio. La ilustración clínica de este artículo fue motivada por mi curiosidad de comprobar esta afirmación pichoneana. Los factores predisponentes (constitución + vivencias infantiles) no sólo participan de esta intrincada trabazón, sino que además proveen la especificidad en el resultado final; esto constituye lo singular, idiosincrático en el desempeño del rol. En el mismo sentido se expide David Liberman (1970) cuando escribe: “El equilibrio mental puede considerarse como un equilibrio inestable que puede llegar a perturbarse como efecto de alteraciones que ocurren dentro de las redes comunicativas en las que interactúa un individuo dado y también el lugar de origen de la perturbación puede consistir en una perturbación intrasistémica”.

      Mientras que de las clásicas teorías psicoanalíticas puede inferirse una concepción de un ser humano que, presionado por sus pulsiones, establece relaciones de objeto que, por sucesivos desplazamientos van constituyendo su ámbito social, en este intento de reformulación se reconoce un ámbito social preexistente con una estructura general que todo individuo recorre en su desarrollo en forma particular, para incorporarse a la familia humana en su singularidad. Si se quiere, un nuevo revés a nuestro ya vapuleado narcisismo: nuestro ilusorio libre albedrío no sólo se vería limitado por las determinaciones del inconsciente, sino también por las leyes dinámicas del campo social.

      Respecto al segundo punto: la diferenciación de los circuitos intrapersonal e interpersonal es central en este trabajo en tanto plantea la necesidad de hallar una noción que permita su articulación e impida su habitualmente descuidada superposición; sin esa superposición, no siempre registrada en las teorizaciones psicoanalíticas corrientes, se hace entonces necesaria la noción del grupo interno como articulador. Entiendo que algunos psicoanalistas que se sustraen de posturas monádicas y exploran posturas diádicas probablemente usan implícitamente la noción de grupo interno. Al respecto dicen M. y W. Baranger(1969): “Esta configuración funcional básica de la situación analítica también se puede llamar relación psicoterapéutica bipersonal. Pero no es bipersonal sino en el plano de la descripción perceptiva común: en la habitación donde se realizan las sesiones, están dos personas en carne y hueso. Sin embargo, siempre intervienen otras personas en el relato del paciente, en su fantasía, o aun irrumpen en la habitación en forma alucinada”.

      Grupo interno

      Pichon Rivière, en el trabajo repetidamente citado (1970), discute la postura freudiana

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