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desde una perspectiva vincular, que toma en cuenta tanto la organización del self como grupo o mundo interno como mundo intersubjetivo o social. Por eso señala que no se trata de ir del psicoanálisis a la psicología social o de hacer el recorrido inverso, sino de mantener abierta una doble vía que permita la circulación en ambos sentidos. Estos conceptos juegan un papel importante para superar falsas antinomias y para abrir caminos para el futuro. Como hacen notar Sidney Blatt y Patrick Luyten esta doble polaridad del self hacia sí mismo y hacia los demás es la que mejor permite el diálogo fecundo del psicoanálisis, no sólo con lo que surge de su propia clínica sino también con los estudios del desarrollo y con las neurociencias. En ese sentido la tradición abierta por Pichon Rivière y sus colegas de esa época, y retomada por Arbiser, no solo se muestra vigente en el presente sino también como un camino abierto hacia el futuro.

      A través de casos clínicos y de comentarios sobre distintos tópicos relacionados con la cultura y la sociedad actual Samuel Arbiser nos muestra las ideas antes referidas puestas en práctica. Sus ejemplos clínicos nos hacen presente a un analista que antes que nada establece una relación humana con sus pacientes y hace que sus problemas no pierdan esa inmediatez dramática que señalaba Bleger. Arbiser no está interesado en mostrar sólo ideas generales sino también la originalidad de cada situación vivida y lo que en ella escapa el enfoque estándar, y exige una búsqueda de soluciones adecuadas a la singularidad de persona y de la situación que está tratando. Esto lo vemos en la forma en la que reencuadra un tratamiento para poder realmente acceder al núcleo de la psicopatología subyacente del paciente. Lo vemos también sorprenderse ante fenómenos que escapan a la interpretación habitual y dejar abiertas interrogantes cuando es necesario. En todo esto nos transmite una sabiduría vital que va más allá de las formulaciones teóricas o técnicas transmitidas en los textos habituales y lo lleva a dejar la palabra a la resonancia interna que se da en él cuando busca articular lo que proviene de sus lecturas con lo que aprendió en sus análisis, en su vida y en su práctica. El libro nos permite así ver cómo los conceptos vinculares, situacionales y dramáticos que el autor incorporó del psicoanálisis argentino en el que se formó se transformaron en una forma de trabajo técnico y de resonancia humana.

      Ricardo Bernardi

      Introducción

      Una conjetural continuidad con el pensamiento de Enrique Pichon Rivière

      Cada autor tiene su propia y recóndita motivación para escribir. En mi caso siempre surgió de la necesidad de procesar y decantar la experiencia teórica y práctica, y su mutua interacción. En ocasiones fue también el asombro y la urgencia de documentarlo. Cuando uno escribe –en la solitaria intimidad de su escritorio– se enfrenta con su reflexión más sincera e intenta poner a prueba las fortalezas y debilidades de esa reflexión. Puede entonces ponderar cuánto uno “repite” en forma mimética los conceptos “aprendidos” de los libros y los maestros o, por lo contrario, cuánto uno está interesado en “masticar” y “digerir” esos conceptos para hacerlos propios; o, contrariamente, puede descartar los más indigestos. Otro ingrediente de la temática motivacional se sustenta en el andarivel de la afectividad: en el reconocimiento a los maestros de los cuales uno se siente deudor, así como del fértil y efervescente clima cultural del ámbito psicoanalítico local en el cual tuve la fortuna de formarme. En este marco, el libro Grupo interno. Psiquis y cultura, por otra parte títulos de dos capítulos centrales del mismo, puede considerarse un testimonio –por supuesto– estrictamente personal del psicoanálisis de esa época y de ese entorno intelectual. Pero tampoco se puede ocultar otra razón, y esta vez de índole práctica, que justifica emprender la ardua tarea de armar un libro. Los trabajos científicos de un autor publicados en diversas revistas especializadas o de divulgación a lo largo de una dilatada práctica psicoanalítica suelen quedar aislados unos de otros, o subsumidos en el contexto propio de cada una de esas revistas. En cambio, seleccionar algunos de esos trabajos y ordenarlos en un libro, conlleva la esperanzada posibilidad de lograr cierta coherencia y unidad de pensamiento; y la deseable, aunque azarosa expectativa de que dicho pensamiento pueda contener, finalmente, algún aporte de utilidad para la disciplina psicoanalítica. En mi caso, sospecho que dicho aporte sería el rescate de algunas líneas de pensamiento originales que caracterizaron un momento altamente conspicuo de la producción psicoanalítica del Río de la Plata. Y también un desarrollo de aquellas ideas que quedaron en estado embrionario o simplemente con gran potencial de desarrollo. Me sitúo entre los años 50 y 80 del siglo pasado, cuando numerosos cultores siguieron las enseñanzas de Enrique Pichon Rivière. Precisamente el título de este libro, Grupo interno. Psiquis y cultura contiene cierta resonancia con la singular postura psicoanalítica prevalente de este autor; postura que podría sintetizarse con el sugestivo nombre de un brevísimo e imperdible trabajo suyo: Implacable interjuego del hombre y el mundo. Sus enseñanzas partieron desde esa cosmovisión psicosocial y multidisciplinar que luego recogieron y desarrollaron, enriquecidas en diversas direcciones, autores del calibre intelectual de José Bleger, David Liberman, Willy y Madeleine Baranger, Ricardo Avenburg y Horacio Etchegoyen, entre muchos otros.

      El hombre en su medio sociocultural, concepción solidaria con la visión del psiquismo como grupo interno, es la idea directriz que subyace en forma implícita o aflora en forma explícita en cada capítulo; y explora la viabilidad de sostener la afirmación de que la disciplina psicoanalítica constituye la “vía específica” para el abordar y explicar –en el nivel individual– el “infortunio ordinario”, así como sostener que ese infortunio es el resultado inevitable de habitar tal medio. Estos son los términos con que Freud concluye el último párrafo de su capítulo Psicoterapia de la histeria en Estudios sobre histeria y que define como “condiciones y peripecias de la vida”. Si el mencionado infortunio constituye el hallazgo que se esconde detrás de los síntomas, o es directamente la expresión del padecimiento, debemos plantearnos la pregunta acerca de su entidad. Y esa entidad está determinada por la complejidad de la vida en la cultura, correlativo al desarrollo superlativo (en relación a otras especies del mundo biológico) de un psiquismo encargado de los esfuerzos adaptativos más o menos exitosos para sobrellevar la vida en ese medio. Para dar una imagen esquemática y harto incompleta de esta proposición diría que, en el reino animal, para cumplir el mandato biológico de la autoconservación y la reproducción en el mundo de la naturaleza, la dotación instintiva es lo fundamental y el “psiquismo” (si es legítimo denominarlo así) puede ser más o menos rudimentario. En cambio, en la especie humana, para cumplir el mismo mandato biológico, pero en el ámbito sociocultural, sobre esos mismos cimientos instintivos debe instalarse todo el enorme e intangible edificio del psiquismo. Así, siguiendo el énfasis que Freud (1926) da a la prematuridad y al consiguiente desamparo del neonato humano, se plantean las peculiares condiciones diferenciales de la especie humana en relación a otras especies biológicas; condiciones que lo condenan a someter a sus instintos a trasformaciones radicales y entregarse al azar de una crianza prolongada y llena de vicisitudes, obligadamente diversas de un individuo a otro. Esta crianza implica aprendizaje, y el aprendizaje consiste en la incorporación en nuestro psiquismo de las representaciones del mundo sociocultural, y de los esfuerzos para intentar perfeccionar una convivencia estructuralmente imperfecta –en tanto “construcción” del colectivo humano– entre las personas y los pueblos. Acerca de la inevitabilidad del mencionado infortunio, Freud solía emplear una irónica frase respecto de la crianza que rezaba más o menos así: con la educación se provee al niño de una guía turística del ecuador cuando se trata de emprender un viaje por el polo. De este modo, cuando él toma la decisión metodológica de interrogar las “problemáticas de la vida” de sus pacientes, llámense infortunio ordinario o condiciones y peripecias de la vida, dejando de lado el abordaje biológico propio de la tradición médica, da el paso decisivo para que el psicoanálisis se convierta en la vía específica para tratar y explicar el citado infortunio ordinario.

      Atendiendo al calificativo “conjetural” referido a la continuidad con el pensamiento de E. Pichon Rivière, debiera agregar además el de “improbable”. Él era un creador único y original; y un hombre genuinamente librepensante sin ataduras dogmáticas que, con naturalidad, incursionó en una gran diversidad de intereses culturales; entre ellos los artísticos, deportivos, políticos y sociales; además de su condición de inagotable

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