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palabra de maestro. Pareciera que la trasmisión de sus enseñanzas transitaron más por el canal del contacto personal y verbal que por el canal de la escritura; y que, no obstante, la potencia de esas enseñanzas hicieron posible que varias generaciones de psicoanalistas, aun muchos de ellos sin conocerlo personalmente, se sintieran beneficiarios o discípulos del “maestro”. A despecho de la señalada imperfección de su obra escrita pueden, sin embargo, rescatarse de ella algunos temas que, aún en estado embrionario o con gran potencial de desarrollo, resultaron anticipatorias de las candentes problemáticas de nuestra disciplina que son materia de debate –o deberían serlo– de los tiempos que corren. Personalmente intuyo que el debate que se aproxima en el campo de nuestra disciplina estará, a grandes rasgos, dividido entre aquellos que consideran al psicoanálisis una disciplina autónoma y autosuficiente y que por esa razón apuntan su principal preocupación a tratar de destilar la especificidad del psicoanálisis o la identidad psicoanalítica, y aquellos otros que atienden y legitiman la diversidad de los aportes y centran su mayor preocupación en la operatividad; y, por consiguiente, en la optimización de todos los recursos científicos para el abordaje del sufrimiento humano; recursos en los que el psicoanálisis actualizado deberá ocupar un lugar preeminente. Sin desmedro del valor que asigno al trabajo de los primeros en su afán de perfeccionar los instrumentos teóricos y técnicos, me alineo decididamente entre los segundos; y creo que las nociones de ECRO (Esquema Conceptual, Referencial y Operativo) y el de Grupo Interno introducidos por Enrique Pichon Rivière son las bases doctrinales para una actualización de un psicoanálisis pluralista que vislumbro centrado en forma preponderante en la ya mencionada operatividad. Por consiguiente, aparte del enfoque psicosocial y multidisciplinario que el maestro hizo del psicoanálisis, o, más bien, producto de este enfoque, merecieron mi mayor dedicación a lo largo de varias décadas justamente sus nociones de ECRO y de Grupo Interno. Esta dedicación se verá reflejada a lo largo de las páginas del libro. Aunque Pichon Rivière nunca hizo una exposición sistemática de la noción de grupo interno, sino sólo fragmentarias menciones desperdigadas a lo largo de su obra escrita, entiendo que esa noción es la pieza clave de su pensamiento psicoanalítico y marca –a mi juicio– la trayectoria direccional de su pensamiento; trayectoria que se revela en forma explícita a través del título de su colección de obras escritas Del psicoanálisis a la psicología social (Pichon Rivière, 1971). En cambio mi intención será desarrollar una exposición sistemática de la noción de Grupo Interno; de ahí lo conjetural e improbable dado que, de alguna manera, el procesamiento de ese desarrollo me permitió transitar además un camino de retorno, esto es de la psicología social al psicoanálisis o, mejor aún, entender que entre ambas disciplinas se extiende, con los debidos recaudos metodológicos y epistemológicos, una amplia avenida de tránsito a doble mano.

      Un recorrido por mi producción escrita a lo largo de un período que se remonta a principios de la década de 1970 y que llega a finales del año 2012, me sugiere cierta insistencia en algunos puntos ya mencionados de la teoría, de la clínica y posturas de opinión. Eso me conduce a dividir el libro en tres secciones. La primera sección es en mayor medida teórica, la segunda presenta testimonios clínicos a través de algunos historiales y la tercera de opinión.

      Samuel Arbiser, septiembre de 2012

GRUPO INTERNO

       1

      Enrique Pichon Rivière

      Ginebra 1907 - Buenos Aires 1977

      A principios de siglo XX la Argentina aparecía –a los ojos del mundo– como uno de los países más prometedores en cuanto a prosperidad, libertades y oportunidades de ascenso social. Atraídos por dichas promesas, ingentes cantidades de europeos se lanzaron a jugar su suerte en estas tierras. Entre estos, la familia Pichon Rivière. Cuando Enrique tenía 3 años llegaron a este país y se instalaron en el agreste Chaco, todavía amenazado en aquel tiempo por los malones de los indios guaraníes. A sus 8 años se trasladaron a la provincia de Corrientes, e instalados finalmente en la ciudad de Goya donde su madre funda el Colegio Nacional. El deporte, la poesía y la pintura conforman la pasión de la niñez, adolescencia y juventud de Enrique. Confiesa, en sus conversaciones con Vicente Zito Lema (1976), que la lectura del Conde Lautréamont, Rimbaud y Artaud fueron una influencia constante en su pensamiento; en 1946 publica “Lo siniestro en la vida y en la obra del Conde de Lautréamont”. En Buenos Aires frecuenta la bohemia literaria, periodística y artística de la exuberante intelectualidad porteña. Una vez obtenido su título de médico en 1936, ingresa en el Hospicio de las Mercedes donde pone en práctica su inagotable inventiva innovadora en la atención psiquiátrica; inventiva innovadora que no armonizaba con las anquilosadas estructuras siquiátricas de la época, que terminan expulsándolo. Es justamente en este ámbito donde se gesta el germen de lo que sería, en 1958, “la experiencia Rosario”1 en que nacen los grupos operativos con las correspondientes nociones de emergente y portavoz. Hasta aquí se perfilan su singular faceta de innovador de la psiquiatría y su interés por la articulación de la psicología individual y grupal.

      Su pasaje por el psicoanálisis en los inicios de los años 40 tampoco fue inocua y deja también su impronta revulsiva e innovadora. A tal punto que se lo podría considerar como el iniciador e inspirador de una corriente, a mi juicio original, que denominaría la vertiente psicosocial del psicoanálisis argentino (Leone, María Ernestina, 2003). Figuras como David Liberman, José Bleger, Willy y Madeleine Baranger, Horacio Etchegoyen, entre muchos otros, plasmaron gran parte de las ideas pioneras de este inquieto creador. Sin embargo, tampoco su relación con el psicoanálisis y con la institución que lo albergaba fue del todo armoniosa. En contraste con la mayoría de los consagrados psicoanalistas de su época, y por qué no, también actuales, que velaban y velan por una identidad psicoanalítica netamente definida y una pureza conceptual no contaminada, Enrique Pichon Rivière, en cambio, no ponía esos límites tajantes o excluyentes, tanto en la clínica como en la teoría. No se centraba en la diferencia entre la atención psicoanalítica y la psiquiátrica, tampoco entre el grupo y el individuo, ni en la exclusividad de las fuentes conceptuales del psicoanálisis. Como ilustrativo de estas afirmaciones se puede citar su trabajo “Empleo de Tofranil en psicoterapia individual y grupal” (1960). Tampoco su patrimonio conceptual se nutría exclusivamente de fuentes psicoanalíticas, sino además de la noción de praxis que partía del marxismo y de la filosofía sartreana, de la Teoría del Campo de Kurt Lewin, de la Teoría de la Comunicación de G. Bateson y del Interaccionismo Simbólico de George H. Mead, entre muchos más. En cuanto a sus fuentes psicoanalíticas también puede destacarse la amplia base de autores de la época; pero no puede ocultarse su mayor adhesión a una psicología de las relaciones de objeto, en ese entonces lideradas por Melanie Klein y Ronald Fairbairn. Esta peculiaridad del pensamiento pichoneano que he intentado subrayar, nutrido de una riquísima y variada experiencia vivencial y una no menos variada formación intelectual, debería compadecerse con un imprescindible esfuerzo de integración para dotar de coherencia lo aparentemente heterogéneo de dicho pensamiento. “Aparentemente” en tanto su cosmovisión científica tomaba como punto de partida una concepción que podría calificarse de totalizadora o copernicana versus la habitual cosmovisión ptolomeica, centrada en el individuo. La siguiente cita de J. Bleger (1963, p. 47-48) debería ser esclarecedora de este punto: “todos los fenómenos humanos son, indefectiblemente, también sociales [...] porque el ser humano es un ser social. Más aún, la psicología es siempre social, y con ella se puede estudiar también a un individuo tomado como unidad”. A mi juicio la noción pichoneana de grupo interno como configuración del psiquismo, así como el ECRO como el bagaje conceptual con el que abordamos todo objeto de indagación, constituyen la claves decisivas y necesarias que dotan de sentido el antes mencionado esfuerzo de integración. El primero como instrumento articulador de lo individual y colectivo, y el segundo como disposición conceptual amplia, abierta y dinámica para operar en la realidad.

      El grupo interno2

      No es posible encontrar entre los artículos conocidos de nuestro autor ninguna exposición sistemática y completa de esta esencial pieza de su pensamiento, sino jirones repartidos en diferentes escritos; por elegir alguno, solo transcribiré un párrafo su trabajo Freud: punto de

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