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con una experiencia insólita, diferente de las habituales de sus vidas. A fin de lidiar con esta última los miembros ensayan, desde un principio, un despliegue de los distintos modelos de funcionamiento social ya conocidos, como ser: relaciones de maestros o profesores y alumnos, de médico-paciente, reunión de directorio, una familia, etc. Dice Pichon Rivière: “La tarea que adquiere prioridad en un grupo es la elaboración de un esquema referencial común, condición básica para el establecimiento de la comunicación, la que se dará en la medida en que los mensajes puedan ser decodificados por una afinidad o coincidencia de los esquemas referenciales del emisor y el receptor. Esta construcción de un ECRO grupal constituye un objetivo cuya consecución implica un proceso de aprendizaje y obliga a los integrantes del grupo a un análisis semántico, semantístico y sistémico, partiendo siempre de la indagación de las fuentes vulgares (cotidianas) del esquema referencial”.

      II) Conciencia de la utilidad del instrumento terapéutico y apropiación del mismo por parte de sus integrantes. Tomar conciencia de la utilidad del grupo significa llegar a comprender que la acción terapéutica de éste no emana del liderazgo del terapeuta o coordinador, sino de la constitución del grupo mismo como instrumento de la tarea correctora (Espiro, N., 1972). Asimismo, la existencia de este instrumento plantea el problema de su propiedad o titularidad. Así se postula la paulatina apropiación del mismo por parte de sus miembros, reconociendo que la aceptación de esta posición acarrea un cuestionamiento a nuestros sistemas de valores generalmente aceptados.

      III) Paulatina devolución de los liderazgos en los miembros del grupo, que en las primeras etapas están delegadas en el equipo terapéutico, reafirmando de este modo la función coterapéutica de los miembros del grupo. Similar al punto anterior, esta afirmación requiere una amplia discusión y redefiniciones acerca del concepto de liderazgo, en el que tampoco están exentos diversos presupuestos ideológicos (Lippit, R. y White, R. K., 1957) (Siciliano, G., 1972). Desde la perspectiva de la tarea concreta, este punto se refiere a la habilidad del equipo terapéutico para extraer, y subrayar de las intervenciones de los miembros del grupo los aportes que los hacen líderes en los distintos momentos de la evolución del grupo.

      IV) Promover la disolución de las estereotipias y rigideces de los papeles que debe materializarse en una “movilidad de los roles”, así como el aprendizaje de nuevas conductas, permitiendo ampliar y flexibilizar el espectro de éstas.

      V) Insight de todos estos procesos, entendido como aprendizaje cognitivo y experiencial.

      VI) Remover los escollos de la comunicación entre los miembros del grupo, favoreciendo una circulación fluida y creciente de la información. El afianzamiento de una buena red interpersonal, redunda en el mejoramiento de la red comunicativa intrapersonal, de manera que la operación correctora está expresando en el nivel psicodinámico personal una positiva reestructuración de las relaciones de intercambio entre el yo con sus objetos internos (grupo interno).

      Se espera que esta apretada síntesis contribuya, en alguna medida, a darle una mayor autonomía a la psicoterapia grupal, en la seguridad de que pase a ocupar un lugar de primer orden en las indicaciones de terapias reconstructivas. Esto se conseguirá en la medida en que, a través de una mayor claridad conceptual, esta terapia revitalice sus valores intrínsecos acordes con los de un curso histórico progresivo.

      1 Comunicación presentada en el VII Congreso Latinoamericano de Psiquiatría. Punta del Este, Uruguay, 1972. La presente versión está corregida y ligeramente modificada (2012). La versión original fue publicada por Acta psiquiátrica y psicológica de América latina, 1973, 19, 372.

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      El grupo interno como articulador entre la red intrapsíquica e interpersonal1

      En este trabajo me propongo hacer algunas reflexiones psicoanalíticas en la dirección de un enfoque de esta disciplina que opere una articulación entre el psiquismo, entendido como una red comunicativa intrapersonal (grupo interno, Pichon Rivière, 1971) y la red de relaciones interpersonales en un campo social (Kurt Lewin, 1978). Con esta propuesta pretendo jerarquizar no sólo las tempranas interacciones del sujeto con su medio –aspecto al cual el psicoanálisis, en sus diversas teorizaciones da más cuenta– sino también el interjuego de estas primeras interacciones con los diversos grupos en los que cada sujeto está inmerso. Por otra parte, dado que, como se verá más adelante, los enfoques psicoanalíticos clásicos son difíciles de aplicar en encuadres multipersonales, me propuse ensayar la noción de grupo interno de Pichon Rivière (op. cit.), como apto para funcionar, sin forzamientos tanto en estos encuadres como en el encuadre psicoanalítico clásico, lo cual implica desplazar la mira desde una perspectiva intrapsíquica a una perspectiva psicosocial, siguiendo en ese sentido un camino de indagación inspirado por el autor mencionado. Mi formación y mi trabajo como psicoanalista, mi dilatada práctica hospitalaria y mi actividad como psicoterapeuta grupal –incluyendo algunas inquietudes teóricas Arbiser, S., 1973 y 1978 en esta temática–, me han dotado de una visión matizada por un cierto interés en ‘lo social’ y sus dinamismos. Sin embargo, no se me escapa que muchas veces la referencia a lo social en nuestro campo puede enmascarar una resistencia intelectual al psicoanálisis o, en otros términos, una forma evasiva que intenta sustraerse –mediante explicaciones sociales– de la responsabilidad intrapsíquica. Por lo tanto, quisiera diferenciar claramente mi aporte de estas posturas. Y en este aporte, insisto, el objetivo central es rescatar la noción pichoneana de grupo interno como articulador de lo intrapsíquico y lo interpersonal que lo hace apto para el abordaje clínico de encuadres, tanto individuales como multipersonales. A los fines del objetivo mencionado también importa vincular la noción de grupo interno con la concepción de David Liberman (1970) de la transferencia en sentido operacional y con los aportes de M. y W. Baranger (1969) acerca de la situación analítica como campo dinámico. A este fin presentaré, con un carácter exploratorio, una experiencia clínica que pretendo ilustrativa en tanto ejemplo de la instrumentación de la noción mencionada.

      La aludida experiencia clínica relata brevemente la historia del abordaje exclusivo de los padres –terapia de pareja– en la resolución de un síntoma –encopresis– en un niño de 4 años y medio. La supresión sintomática obtenida no me conduce a proclamar la novedad de este procedimiento ni exaltar sus bondades. Su práctica desde hace largo tiempo está bastante extendida y es tributaria de diversas orientaciones de la psicología clínica, entre otras la psicoanalítica (Liberman, D. y Labos E., 1982); y que compite en operatividad o a veces se complementa con el psicoanálisis individual. Sobre la base de estas consideraciones, este trabajo se ordenará en la sucesión de los siguientes puntos: psicoanálisis y psicología social; grupo interno, relato de la experiencia clínica, su articulación en el encuadre psicoanalítico y síntesis.

      Psicoanálisis y psicología social

      En psicoanálisis, con frecuencia, cuando nos remontamos en nuestras especulaciones a los momentos iniciales del desarrollo humano, acostumbramos a imaginar a la dupla madre-bebé, en un íntimo y excluyente intercambio. Las diversas escuelas psicoanalíticas difieren en el énfasis puesto en los diversos factores en juego para evaluar el destino evolutivo de tal desarrollo: tolerancia a la frustración, envidia primaria, rêverie, sostén (holding), adecuación mutua y muchos más.

      Sin desechar su importancia, sino más bien afirmándola, me importaría interesar al lector en una dimensión distinta que implica considerar a esa dupla madre-bebé envuelta dentro de un contexto social (familiar-grupal) y la incidencia que esto tiene en el desempeño de los roles mamá-bebé. Acá importa, por ejemplo, para esa mamá la posición que ocupa en la trama familiar de origen, sus mitos, su relación con su pareja, con sus propios padres, con su historia, las diversas presiones de valores en sus grupos de pertenencia. Qué lugar o qué expectativas existen en ese medio familiar y ambiental para ese recién nacido, entre otras múltiples posibilidades2. La dimensión que trato de introducir, por consiguiente, como otra vertiente analítica, es aquella en la que se tenga en cuenta la relación recíproca del individuo con el grupo y los dinamismos que surgen de esta relación, es decir la dimensión de la psicología social.

      Si

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