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en el campus” como una expresión de innovación, de creatividad, de productividad, de imaginación, de reunión de talentos jóvenes que auguran con certeza un futuro promisorio. Parece más claro el interés de los organizadores privados por promover sus empresas (Campus Party, en tanto “Marca Registrada”, entre ellas), por ofrecer contratos de trabajo a algunos jóvenes (“oportunidades”, dicen ellos), por vender la ilusión de que el presente está en manos de los jóvenes y de las propiedades casi milagrosas de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación para potenciales “emprendimientos” (“start-ups”). Pero resulta aún más extraño que algunos periodistas y analistas entusiasmados dediquen su atención al evento como “el futuro de la economía”, como la fuente potencial de salvación de nuestros males productivos y financieros, como las” semillas” de una era imaginaria de prosperidad económica y felicidad tecnológica. El texto de Diego Petersen al respecto no tiene desperdicio (“Sembrar futuro”, El Informador, 06/07/2017).

      Un nuevo lenguaje habita esos eventos. “Internet de las cosas”, “Networking”, “Big data”, “Smart cities”, coexisten con conceptos viejos y enmohecidos como la “triple hélice”, que no sirven mucho para explicar la realidad de las cosas, pero sí para prometer un futuro lleno de posibilidades. En el abultado programa del evento se anuncian cosas como “e-Sports”, “Creando negocios eficientes en 5 pasos”, “Robótica social”, “Hacker space”, “Dificultades tecnológicas para la conquista del planeta Marte”. La retórica del novedismo se impone, proyectos con nombres alucinantes, las palabras como pociones verbales para nombrar lo que no existe.

      La legitimación de los negocios asociados al fetichismo tecnológico parece estar en el centro de este y otros eventos similares, que ocurren lo mismo en Seattle que en Shanghái, en París o en Nueva Delhi. Y eso ocurre y seguirá ocurriendo con o sin la participación de universidades públicas y gobiernos, de sus profesores y funcionarios. Alejadas cada vez más de la ciencia y el razonamiento científico clásico y contemporáneo, las nuevas tecnologías parecen adquirir vida propia en manos de empresarios listos y jóvenes hambrientos en busca de oportunidades de trabajo. Una vaga sensación de búsqueda de milagros flota en los relatos de eventos como el Campus Party, en su publicidad, en el impresionismo que suscita entre no pocos observadores y cronistas, en el ánimo festivo, entusiasta y lúdico que invade la imaginación y las palabras de los promotores del evento. Dell, Lenovo, IBM, Google, Oracle, Facebook, WhatsApp, Amazon, empresas y proyectos para hacer buenos negocios, como patrocinadores y grupos de interés, forman el paisaje de fondo, o las fronteras infranqueables, o los Big Brothers de la fiesta en el campus.

      Seguro. Frente al escepticismo como ánimo público, la fe en la tecnología, la retórica de la innovación, el comienzo de una nueva era, el emprendurismo como aceite de serpiente. Es el signo de los tiempos. Seguramente.

      8 Nexos en línea, septiembre de 2017.

      Como sucede cada año desde hace ya más de tres décadas, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara vuelve a celebrarse entre los pasillos, comedores, auditorios y estands de la Expo-Guadalajara. A pesar del tráfico insufrible, de las largas colas para el ingreso, de las multitudes que todos los días invaden el espacio de la feria, el evento es más que una exhibición de libros, autores y públicos. Es también una fiesta de la mercadotecnia editorial, un espectáculo, una hoguera de vanidades de escritores más o menos famosos, un momento donde glorias municipales, estrellas nacionales o internacionales de la literatura y la academia se codean con escritores o profesores novatos en búsqueda del santo grial de la fama, la fortuna y la virtud. Libros de cocina, poesía, novela, ciencias sociales; libros de medicina, de contaduría, de derecho; libros infantiles, juveniles, de ciencia ficción, de cómics; novela negra, novela rosa, novela histórica, novelas a secas: clásicos de la literatura, algunas (cada vez menos) enciclopedias, libros de fotografía, de arte, de arquitectura y urbanismo. Todos se amontonan en grandes pilas de papel, coloridas pirámides y mesas que exhiben millones de libros al público de ocasión.

      El espectáculo, como todos, tiene su encanto. Voyeristas librescos y bibliófilos de bajo perfil conviviendo con adolescentes y adultos indiferentes a la lectura, pero atentos a los personajes y personajillos que deambulan por la feria. Niños corriendo, jugando entre los estands, junto a observadores ensimismados que ojean cuidadosamente las páginas de un nuevo libro. Edecanes guapas atendiendo a individuos despistados, ofreciendo pases para la presentación de algún libro escrito por el autor o autora de la editorial que contrata sus servicios. Funcionarios públicos o universitarios paseando frente a académicos y académicas que buscan libros para sus clases. El olor a papel nuevo, a tinta, a plástico, que se confunde con el olor de las multitudes, de la comida, de las alfombras perfumadas de los pabellones, del cemento fresco de los pasillos.

      Las ferias de libros son no sólo ferias de vanidades, sino también de imposturas intelectuales, literarias y académicas. El prefijo “pseudo” acompaña inevitablemente la presentación de muchos libros, conferencias y talleres. Los libros de autoayuda, de superación personal, profecías y horóscopos, instructivos para dibujar mandalas, textos de esoterismo y metafísica, biografías de personajes famosos, de grandes escándalos de la historia, semblanzas y memorias de cantantes y grupos, forman parte de las imágenes dominantes que se amontonan en los miles de metros cuadrados de la Expo Guadalajara. Títulos como “Las grandes mentiras de…”, “La verdadera historia de…”, “Lo que Usted no sabía de…”, “La única y verdadera historia de…”, “Mitos y leyendas sobre…”, “Los mil” (o cien, o cincuenta) “libros” (discos, películas) “que Usted tiene que” (leer, escuchar, ver) “antes de morir”, dominan en modo imperativo la oferta masiva de publicaciones que uno puede encontrar en esta o cualquier otra feria.

      El ritmo frenético de presentaciones de libros se sucede durante los nueve días que dura el espectáculo. Uno tras otro se llenan y vacían los espacios dedicados a las presentaciones, donde el autor o la autora, los comentaristas de rigor, los paneles y coloquios que dan formato a las sesiones, tienen el tiempo medido y contado (y supervisado) por los organizadores. La gestión del tiempo es vital para el desarrollo del evento, un recurso siempre escaso y valioso que determinan los relojes que gobiernan la acción de autores y presentadores.

      La curiosidad intelectual, la paciencia lectora, la voluntad de leer, son hábitos extraños, raros en estos y otros tiempos. Sin embargo, es posible identificarlos entre los asistentes en el enorme pero ambiguo territorio de la feria. Suelen pasar desapercibidos entre el ruido y la furia comercial del entorno que cobija dichas prácticas, pero, sin duda, existen. Como ejercicio de soledad, individual e intransferible, la experiencia lectora constituye la posibilidad de una transformación súbita, una conversión de un “hombre gris” a un “don Quijote”, como escribiera Borges en La trama.

      Las ferias como experiencias colectivas nunca eliminan el silencio y la soledad de las lecturas individuales. Siempre recuerdan las fotografías de André Kertész, que registran en sobriedad blanco/negro escenas de lectores y libros en pueblos y ciudades, en casas, en calles, en azoteas y bibliotecas. Una postal iluminadora: un hombre tirado boca abajo, sobre una estrecha banca de madera, leyendo absorto las páginas de un libro, bajo un montón de disfraces de lentejuelas, de payasos, magos y bailarinas, que cuelgan sobre las paredes, suspendidas silenciosamente sobre el hombre y su libro. La fotografía se titula Circus, y está fechada en Nueva York el 4 de mayo de 1969 (A. Kertész, Leer, Periférica & Errata Naturae, España, 2016, p. 20). El poder de esa imagen, su contexto, sus protagonistas, sus evocaciones, relatan una historia que bien puede ocurrir dentro y fuera de los recintos atestados, enloquecidos, multitudinarios, de una feria como la de Guadalajara.

      9 Campus Milenio, 30 de noviembre de 2017.

      La semana pasada un episodio escandaloso circuló por las venas abiertas de las redes sociales. Un profesor universitario aparecía impartiendo clase frente a un

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