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antes y después del golpe de 1966. Buena parte de las revistas científicas más prestigiosas de las ciencias sociales de la época eran editadas y financiadas por estos centros, gracias a la ayuda externa privada. Entre tanto, el CONICET, que había sido creado en 1958, se fortalecía como organismo de carrera científica y de ejecución de proyectos de investigación mediante la creación de institutos bajo su dependencia directa. Esta política lo alejaría, relativamente, del campo universitario, en un proceso de separación que sería luego fuertemente impulsado por la dictadura de 1976-1983, entre otras formas, mediante una transferencia de recursos desde las universidades hacia el CONICET, como veremos en el capítulo 10.

      2. Indicadores culturales y desarrollo de la industria editorial. El desarrollo del campo académico lógicamente no es independiente de los indicadores culturales de cada país y, entre estos, tiene un peso singular la producción de libros, periódicos, traducciones. Nuestras indagaciones mostraron que mientras México, Brasil y Argentina tenían un mercado editorial desarrollado y grandes urbes con una dinámica actividad artística, Chile tenía una incipiente industria gráfica y una infraestructura cultural débil. Un análisis comparativo de la producción de libros y traducciones en el período estudiado revela que en Chile se publicaban y traducían menos de un cuarto de los títulos que se editaban en los otros países. En el capítulo 5, se analiza la debilidad de la industria editorial chilena y de qué manera se produjo, durante el período en estudio, una suerte de “alianza” entre la producción de conocimientos sociales que se realizaba desde Santiago y la circulación de los mismos mediante la editorial mexicana Siglo Veintiuno.

      Como ha sido señalado ya en otros estudios (Murmis, 2005), en Argentina el golpe de Estado de 1955 impuso desplazamientos y luego otorgó importantes grados de autonomía a la universidad más grande del país, la Universidad de Buenos Aires, que estuvo encabezada en ese entonces por el historiador socialista José Luis Romero. En esta etapa se promovió la creación de escuelas e institutos de ciencias sociales, editoriales y revistas especializadas, las visitas de expertos extranjeros y las becas para estudios fuera del país. Se desarrolló un incipiente sistema de recompensas que apuntaba a distribuir reconocimientos sobre la base de la evaluación recíproca entre pares. La profesionalización fue, sin embargo, accidentada y controversial, en gran medida, por la inestabilidad institucional del campo. En el caso de la sociología, Pereyra (2009) sostiene que las tradiciones sociológicas se forjaron al calor de una feroz competencia entre visiones cognitivas y proyectos institucionales opuestos. Blanco (2007) considera que el reconocimiento público de que gozó por un tiempo la “sociología científica” en América Latina se debió a una conjunción singular de un contexto favorable y al esfuerzo denodado de autopromoción por parte de sus principales impulsores. Pero el golpe militar (1966) desplazó el proyecto de Romero y resignificó la relación entre lo público y lo privado existente hasta entonces en el campo. Las recientemente creadas universidades católicas pujaban por tener mayor espacio en el proceso de institucionalización de las ciencias sociales y los nuevos centros académicos privados competían por la consagración académica, poniendo un pie firme en redes internacionales. Se produjeron nuevos desplazamientos, reposicionamientos y el ingreso de nuevos agentes dentro de la Universidad de Buenos Aires, que acompañaron en mayor o menor medida la llamada “peronización” de los años sesenta (Barletta, 2002). En el capítulo 8, se analizan las características de un grupo específico de académicos comprometidos, los “dependentistas argentinos”, cuyas trayectorias informan ciertamente acerca de la relación entre capital militante y capital académico en esta época. Por su parte el capítulo 12, se concentra en analizar en qué medida las nuevas fuentes de reconocimiento redireccionaron la illusio de los agentes y qué impacto tuvo luego el exilio en la reconversión de las disposiciones militantes adquiridas.

      En Chile, la institucionalización de las ciencias sociales se desenvolvió en la segunda mitad de la década de 1950, en un marco donde la vida académica tenía una densidad propia. El contexto sociopolítico actuaba más bien como un clima cultural o ideología dominante, cuyo problema central era el desarrollo (Garretón, 2005: 369). El sistema de recompensas y el reconocimiento de los pares se materializaba principalmente en los congresos, las publicaciones universitarias y los cargos institucionales. Las jerarquías del campo se establecían, en una primera etapa, en relación con el circuito regional, siendo los centros dependientes de organismos intergubernamentales un objeto valioso de disputa. La creación de FLACSO, y en particular la Escuela Latinoamericana de Ciencia Política, en 1966, muestra el impacto de la intervención de las autoridades de la Universidad de Chile en la elección de los cargos directivos y del plantel docente de la nueva institución (Beigel, 2009b). El fuerte estímulo modernizante recibido desde las políticas estatales, hizo que los académicos construyeran sus “ideales disciplinares” al calor de las luchas por el poder universitario, porque éste garantizaba, la participación en los beneficios de la internacionalización. La continuidad de esta fusión entre el capital académico y el poder “temporal” se hizo visible, inclusive, en la fase de mayor radicalización, en la Universidad Católica, durante la Reforma de 1967. Los estudiantes tomaron el edificio argumentando que esa casa de estudios debía dejar de ser “un colegio” y que se necesitaba elegir un Rector laico para alcanzar verdaderamente el rótulo de “universidad”. Demandaban autonomía para “fijar métodos propios en su quehacer científico y señalar las líneas de su desarrollo académico” (Claustro Universitario, 1971). La Reforma significó el establecimiento de un mercado de posiciones académicas más amplio y complejo. Se estimuló la publicación de revistas especializadas y la investigación empírica en los nuevos centros interdisciplinarios. En este proceso centrífugo, los profesores y estudiantes adoptaron una actitud constituyente, cambiando reglamentos y creando nuevas instituciones para dar vida al proyecto de “Nueva Universidad”.

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