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fuerte que enfrentamos a lo largo de esta investigación: la pérdida irreparable de documentación y archivos durante las dictaduras militares.

      PRIMERA PARTE

       La creación de un subcircuito académico en el Cono Sur: los centros regionales, las universidades, la edición especializada y la filantropía en Chile (1950 -1973)

      CAPÍTULO 1

       La institucionalización de las

       ciencias sociales en América Latina: entre la autonomía y la dependencia académica

      Fernanda Beigel

      La atmósfera internacional de la segunda posguerra estaba fuertemente atravesada por la preocupación por el progreso científico y el desarrollo económico. Mientras, los países que habían participado del conflicto bélico desplegaban todos sus esfuerzos en la reconstrucción, los programas de reformas sociales y la modernización de las instituciones públicas. Era una atmósfera plagada de turbulencias, generadas por las disputas entre viejas y nuevas fuerzas que intervenían enérgicamente en el incipiente sistema de cooperación internacional. Paulatinamente, se fue consolidando un aire espeso de confrontación entre múltiples proyectos de “internacionalización” de la ciencia, la educación y la cultura, signado por los enfrentamientos Este-Oeste. Tres organismos compitieron de manera especialmente titánica en este terreno: la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO); la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Iglesia Católica.

      La UNESCO tuvo un papel central en la promoción de la investigación y la enseñanza de las ciencias sociales, otorgando becas, patrocinando centros de investigación, apoyando escuelas de grado y de posgrado en toda la región. La OEA también promovió la creación de institutos y otorgó becas. Por su parte, la Iglesia Católica impulsó la creación de nuevas universidades católicas en América Latina, predominantemente orientadas hacia las ciencias sociales y creó instituciones internacionales para ir dotándolas de regulaciones homogéneas.

      Estados Unidos y Francia jugaron un papel relevante en el desarrollo de un espacio competitivo de “Asistencia Técnica”, lo cual es visible en el liderazgo del primero en la OEA y del segundo en la UNESCO, durante la década de 1950. Los gobiernos latinoamericanos venían reclamando en el sistema interamericano para que los beneficios del Plan Marshall se extendiesen a esta región, lo cual se concretó primero a través del Programa Punto Cuarto de la Administración Truman y la International Cooperation Agency (ICA), y más adelante con la Alianza para el Progreso y la creación de la agencia US-AID. En materia de promoción de la actividad científica e intercambio cultural, la OEA canalizó fuertes apuestas de la ayuda pública norteamericana, a través de programas e instituciones homólogas a las que se crearon en el ámbito de la UNESCO. El mismo año de su transformación en la OEA (1948), la Unión Panamericana creó el Consejo Interamericano Cultural, la División de Ciencias Sociales, el Instituto Interamericano de Estadística y el Instituto Panamericano Educación. También se creó el Consejo Interamericano Económico y Social, y por ello Estados Unidos se opuso a la creación de la CEPAL (1948), en el marco de las Naciones Unidas, porque competiría regionalmente con este organismo.

      La constitución de la UNESCO, adoptada primeramente por veinte países en noviembre de 1945, se creó en el clima dejado por el Holocausto y su legitimidad internacional se construyó sobre la base de la representación por igual de los Estados miembros. Su consejo ejecutivo no tenía miembros permanentes y fue la única agencia especializada de las Naciones Unidas que tuvo una red de comisiones nacionales (Casula, 2007: 97). Esta forma de organización surgía del Institut International de Coopération Intellectuelle (IICI), creado en Paris, en 1926. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que se trataba de una organización elitista, compuesta por miembros destacados, que no representaban a sus Estados: prestigiosos intelectuales como Marie Curie, Albert Einstein y Henri Bergson (Renoliet, 2007: 61, 65). Su organización madre era la Organización de Cooperación Intelectual (OCI), que funcionó desde 1931, en el marco de la Sociedad de las Naciones y fue tendiendo lazos con América Latina a través de comisiones de cooperación intelectual.

      Durante el período fundacional, se manifestaron en la UNESCO varios polos de conflicto ideológico, entre los que se destaca la oposición entre el clan latino y el clan anglosajón. El desarrollo de la guerra fría favoreció el desenvolvimiento de las tensiones este-oeste y la conferencia de Bandung (1955) abrió las heridas coloniales existentes. Esto promovió una particular forma de politización al interior de la Organización, que dio lugar a múltiples estrategias, provenientes algunas de la mano de los gobiernos y otras de grupos intelectuales. Con sólo hacer un seguimiento de las resoluciones de las conferencias generales de esta organización desde mediados de la década de 1950, pueden registrarse los nubarrones: las discusiones acerca de la inclusión de nuevos Estados miembros y la exclusión de otros; las diferentes concepciones acerca de la noción de “raza” y los nacionalismos; los conflictos provenientes de la disminución de las contribuciones de los países ricos; las controversias acerca del carácter nacional o internacional de los funcionarios de la Organización; el impacto del tercermundismo; las tensiones en torno de la definición de la “convivencia pacífica”; el proyecto para la “apreciación mutua de los valores culturales del Oriente y el Occidente”; los debates para establecer los idiomas de traducción de las publicaciones internacionales y los proyectos de “normalización internacional” de las estadísticas educativas (8C/1954; 9C/1956; 10C/1958). A partir de 1960, la entrada masiva a la UNESCO de los estados africanos recientemente independientes produjo un viraje ideológico en el sentido de convertir decididamente a la Organización en un instrumento de decolonización cultural (Maurel, 2007: 299).

      En 1949, durante la gestión del célebre poeta mexicano Jaime Torres Bodet, se creó el Departamento de Ciencias Sociales, bajo la dirección del antropólogo brasileño Artur Ramos, médico psiquiatra, fundador de la Sociedade de Antropologia e Etnologia de Río de Janeiro (Tavares de Almeida, 2001: 246). Este Departamento tendría una particular vitalidad e importancia en el seno de la Organización, pues tuvo asignada la problemática del estudio del concepto de raza y la lucha contra el racismo. Ramos fue elegido para trabajar en la UNESCO no sólo por su carrera académica prestigiosa y por su compromiso contra el nazismo desde los años treinta, sino por la relevancia que la delegación brasileña tenía en esta época. Ante su súbita muerte, ocurrida a pocos meses de su designación, en octubre de 1949, fue convocada para reemplazarlo la socióloga y diplomática sueca Alva Reimer Myrdal, que dirigía el Departamento de Asuntos Sociales en la sede de la ONU en Nueva York.

      Los Myrdal eran intelectuales emigrados en Nueva York. Se habían alineado bajo la esperanzadora bandera de las Naciones Unidas para combatir el racismo y eran críticos de la hegemonía norteamericana. Ya en 1944, Grunnar Myrdal había publicado un estudio donde denunciaba un círculo vicioso entre el prejuicio blanco y la baja calidad de vida para los afroamericanos. La UNESCO comenzó a aglutinar a este tipo de especialistas que se alejaban de los círculos oficiales de Estados Unidos en busca de un medio cultural oxigenado, plural y en movimiento. Sin embargo, según Prins y Krebs, la guerra fría fue creando un ambiente hostil para estos intelectuales emigrados. A medida que avanzaba la década de 1950, las desigualdades raciales existentes en Estados Unidos y el mantenimiento de los imperios coloniales en Asia y África, empezaron a producir disidencias radicales entre los que habían luchado contra los estragos de la

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