Скачать книгу

y Krebs, 2007: 122).

      Efectivamente, uno de los asuntos que mayores tensiones generó en este período fue la cuestión del racismo y el concepto de “raza”. Durante toda la década de 1950 funcionaron comités de expertos que se propusieron, por un parte, consensuar una definición “antirracista” de la “raza”, y por la otra, emitir una declaración que sancionase las formas de dominación racial existentes. Estas declaraciones fueron la base de una campaña sistemática que desarrolló la UNESCO, principalmente contra el régimen de apartheid de Sudáfrica, pero que también tomaba como blanco la situación racial que se vivía en Estados Unidos y que había recrudecido en la inmediata posguerra. Brasil –venía desarrollando ampliamente la diplomacia cultural (Dumont y Flechet, 2009) y disponía de un gran reconocimiento antropológico, por lo cual jugó un papel protagónico en esta campaña–. A poco de andar, fue postulado por varios intelectuales como un “contraejemplo” de aquellas tensiones interraciales. Entre los ocho científicos antirracistas que participaron de la primera reunión realizada en Paris, en diciembre de 1949, había cuatro antropólogos (E. Beaghole, J. Comas, C. Lévi-Strauss, A. Montagu), un filósofo indio (H. Kabir) y tres sociólogos (L. Costa Pinto, F. Frazier y M. Ginsberg). Sólo cuatro expertos provenían de países centrales, y entre ellos, dos representantes de Estados Unidos: un antropólogo judío (Montagu) y un sociólogo negro (Frazier). Contando al coordinador Artur Ramos, cuatro de estos expertos eran brasileños o habían realizado trabajo de campo en Brasil (Maio, 2007). En 1950 se creó la División de Estudio de los Problemas Raciales, que asumió las discusiones del grupo convocado inicialmente por Ramos. Esta División, bajo la dirección de Alfred Métraux, se constituyó con Ruy Coelho, discípulo de Roger Bastide en la Universidad de São Paulo, y Melville Herskovits. Rápidamente se transformó en un “grupo de presión pro Brasil en el seno del Departamento de Ciencias Sociales” (Maio, 2007: 193). La “Declaración de Montagu” recibió muchas críticas por parte de genetistas y biologistas, razón por la cual, el entonces director de la División de Estudio de los problemas raciales, Alfred Métraux convocó un nuevo comité de expertos, que se reunió en París, en junio de 1951. A diferencia del primero, éste se compuso principalmente con antropólogos físicos y genetistas. En realidad, ambos comités compartían el espíritu militante del antirracismo, pero discutían en torno del abandono de la noción de “raza” y su reemplazo por la idea de “grupo étnico”. Más allá de las discusiones entre los especialistas, durante toda la década de 1950, la UNESCO encabezó una tenaz campaña publicitaria antirracista y promocionó acciones legislativas contra la discriminación racial, provocando el retiro de Sudáfrica de la UNESCO, en 1955 (Gastaut, 2007).

      El Departamento de Ciencias Sociales procuró mejorar la enseñanza de estas disciplinas, realizando esfuerzos para elevar su status en las universidades, formando a los profesores y revisando los métodos pedagógicos. Esta era la finalidad de las misiones de expertos y las mesas redondas promovidas durante toda la década de 1950. Dado que esos programas se organizaban según las regiones establecidas por la UNESCO, estas actividades favorecieron encuentros entre cientistas sociales latinoamericanos que antes no habrían podido hacerlo por falta de recursos y en este sentido colaboraron directamente en la consolidación de este circuito periférico (ver Informe SS-11, 1954; Informe SS-28, 1960). Durante la década de 1960, se creó una división dedicada a la articulación de las iniciativas regionales: la División de Desarrollo Internacional de las Ciencias Sociales (ver Organigrama. Para facilitar los intercambios entre las principales sedes de la investigación científica y las regiones que se hallaban alejadas de las mismas, se crearon entre 1947 y 1949 varios centros de cooperación científica en el Oriente Medio (El Cairo), en Asia Meridional (Nueva Delhi), en Asia del sudeste (Djakarta) y en America del sur (Montevideo). El Centro Regional para el avance de la Ciencia en América Latina (1949), desde Montevideo, inició una intensa labor propagandística y de apoyo a las comunidades científicas latinoamericanas. Consagrados en su origen únicamente a las ciencias exactas y naturales, su acción se fue extendido progresivamente a las ciencias sociales (The UNESCO Courrier, 1956: 32-33). Sin embargo, estas inciativas fueron luego superadas por centros regionales especializados, que comenzaron a proliferar, no sólo con ayuda de UNESCO sino patrocinados por otros organismos.

      En esta misma época se fundaron los consejos científicos nacionales en América Latina: en 1950 el Instituto Nacional de Investigación Científica (INIC) en México, en 1951 el Consejo Nacional de Investigaciones (CNPq) en Brasil, en 1958, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) en Argentina. En 1963, se creó la Oficina Regional de Educación de la UNESCO para América Latina y el Caribe (OREALC) con sede en Santiago de Chile, con el propósito de apoyar a los estados miembros de la región en la definición de estrategias para el desarrollo de sus políticas educativas. Este proceso de regionalización promovido desde la UNESCO favoreció la aparición de centros académicos periféricos en algunas ciudades latinoamericanas como Buenos Aires, México, São Paulo, Santiago de Chile, como veremos enseguida.

      La ayuda externa y la institucionalización de las ciencias sociales

      No sólo los organismos internacionales como la OEA y la UNESCO tuvieron un papel fundamental en el desarrollo del campo científico en general y de las ciencias sociales en especial, desde los primeros años de la segunda posguerra. Cabe también mencionar los programas de cooperación científica promovidos por agencias gubernamentales, como las norteamericanas International Cooperation Administration (ICA), Fulbright Program y US-AID; y las europeas International Development Research Cooperation (IDRC, Canadá), Swedish Agency for Research Cooperation (SAREC, Suecia), NOVIB-CEBEMO (Holanda), CNRS-CCFD (Francia). Un peso singular tuvieron, además, las fundaciones privadas, como las norteamericanas, Ford, Carnegie y Rockefeller, y las alemanas Misereor, Adveniat y Konrad Adenauer. Una parte importante de los subsidios otorgados por éstas en América Latina correspondían al rubro “desarrollo universitario”, que implicaba inversiones de infraestructura, bibliografía y equipamiento tecnológico. La mayoría de los especialistas en ciencias sociales extranjeros convocados para dar clases en las primeras escuelas de sociología de la región se trasladaron con becas de estas fundaciones. Esta ayuda externa de diverso origen impulsó, desde mediados de la década de 1940, la circulación de estudiantes latinoamericanos en los sistemas de posgrado norteamericanos y europeos. Una tendencia que se revirtió, parcialmente, entre 1960 y 1970, con la aparición de centros de formación de posgrado en Chile, Argentina y Brasil (García, 2005; Trindade, 2005a; Ansaldi y Calderón, 1989).

      Vale la pena destacar asimismo otra organización que jugó un papel importante en la institucionalización de las ciencias sociales y que ha sido menos estudiada: nos referimos a la Iglesia Católica, que tuvo un papel fundamental para la expansión de estas disciplinas en el sistema de educación superior de la región, desde mediados del siglo XX. Todo esto transcurrió durante un período de renovación que traería aparejados grandes cismas dentro del cristianismo y el surgimiento de nuevas corrientes teológicas, especialmente en Alemania (Bultmann, Moltmann, Metz, Rahner) y en Francia (Calvez, Congar, Lubac, Chenu, Duquoc). Estas nuevas tendencias se nutrían del socialcristianismo esbozado en el Concilio Vaticano I, que había sido impulsado por el papado de León XIII, invitando a renovar la filosofía de Santo Tomás de Aquino con el fin de elaborar

Скачать книгу