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El ritmo perdido. Santiago Auserón Marruedo
Читать онлайн.Название El ritmo perdido
Год выпуска 0
isbn 9786074508888
Автор произведения Santiago Auserón Marruedo
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
La mentalidad occidental contemporánea tiende a desprenderse de la creencia en los espíritus como mera superstición. Prolonga en cambio su relación con las «masas invisibles» transfiriendo su expectación hacia las generaciones futuras. Canetti subraya la importancia de esta noble preocupación, que de ser sincera podría contribuir a la supresión de las guerras, pero la humanidad venidera tendría mejores garantías si la actual fuese capaz de sostener el convenio con los antepasados, cuyo espíritu alienta en las palabras y duerme con un ojo abierto en los instrumentos musicales. Ciertas pervivencias particularmente iluminadoras animan a mantener un prudente respeto hacia los espíritus de otro tiempo sin necesidad de caer en la vulgar superstición. Canetti cita un ejemplo interesante: la palabra inglesa «slogan» deriva del gaélico escocés «sluargh», que designa al ejército de los muertos más temibles, que de cuando en cuando se abalanzan sin piedad sobre los vivientes y sobre sus bienes. «Sluargh-ghairm» es su grito de guerra, el grito de guerra de los muertos contra los pobres escoceses de las montañas. Las propuestas publicitarias o políticas, tan aficionadas al eslogan, muestran desde esta perspectiva su verdad más inquietante.7
Al margen de la capacidad humana de sublimar por medio de símbolos las necesidades que nos obligan a vivir en sociedad, el apodo animal manifiesta en todo caso un resto de pulsión atávica, que trata de ampliar nuestro sistema convencional de valores con implícitos marginales, que todo el mundo reconoce. Supone cercanía y algún entendimiento con el bruto carente de palabra, dueño en cambio de las ventajas del instinto. Es muy recurrente el uso de las comparaciones con perros y gatos, animales llamados de compañía, porque se avienen a compartir nuestro hábitat desde hace mucho, si se les proporciona comida regularmente. El animal doméstico urbano solamente se parece al tótem en que, salvo en situaciones extremas, no puede ser comido. Él reclama alimento de continuo sin proporcionar a cambio más que su presencia, valorada como aliciente de una vida cotidiana generalmente exenta de comunicación con el vecino. Extraño destino el del animal de compañía obligado a tratar de descifrar el sentido de nuestras expresiones, que no puede reproducir. Como ya me he hecho bastantes preguntas acerca de la imprudencia que supone el haber elegido un apellido artístico canino, voy a centrarme ahora en el valor opuesto –siempre más misterioso– del gato como apodo de algunos individuos de nuestra especie.
«Gatas» y «gatos» se dice de los madrileños auténticos, con linaje de abuelos nacidos en el Foro, quizá por la abundancia de transeúntes en el antiguo núcleo urbano, comparable con la población nocturna y hambrienta de sus tejados. Incluye, por supuesto, un matiz de figura castiza y ciertos humos en el habla, un meneo apoyando la dicción precisa, ampliamente divulgados por la zarzuela y el cine. Llaman Gato a un amigo desde que salió indemne de varios percances seguidos en su inquieta adolescencia, apurando una pequeña parte de su stock de vidas disponibles. «Gato», en lenguaje coloquial, significa también ladrón, uso que valora la rapidez y la astucia para aproderarse de la presa o del alimento que al felino doméstico no le está destinado. El diminutivo femenino se aplica con frecuencia a las señoritas en tono cariñoso e íntimo, aunque usada en público la misma designación incluye en su campo semántico un valor añadido de supuesta fiereza sexual, fantasía muy apreciada entre varones.
En el mundo del espectáculo anglosajón, «cats» se usa para referirse a los miembros del grupo de músicos negros, especialmente de jazz. El uso tiene un campo de aplicación callejero, comparable al de los «gatos» madrileños, pero distingue de manera más particular al grupo humano abocado a buscarse la vida a diario a nivel de las aceras. La habilidad para conseguirlo por medio de la música es, en este caso, el principal valor simbólico añadido. Sin dejar de lado otros valores semánticos adyacentes (el color del pelaje frecuentemente oscuro, la viveza penetrante y oblicua de la mirada atenta a todo acontecer circundante, la elasticidad proverbial de movimientos), este uso argótico de «cat» realza, por medio de la metáfora animal, un valor eminentemente cultural. Preserva un acento deliberadamente salvaje, como de animal que va en busca de jauría para salir de caza. Pero los gatos no cazan en manada. ¿Acaso «cats» designa a los cazadores solitarios y errabundos cuando se juntan para la fiesta musical? El ámbito de aplicación del término es indudablemente el de la competencia en el medio urbano. El sentido tribal –totémico– primitivo se ha disuelto en destinos solitarios, como los que designa el apodo individual. Pero en este caso los destinos solitarios se congregan con un fin preciso, como el de la primitiva muta guerrera, aunque de naturaleza superior, a la vez material y espiritual, íntima y compartible con el público. Se trata de una muta de carácter étnico, de un uso segregado del apodo animal colectivo, que sin embargo acaba por extenderse a nivel planetario. Hay un formidable salto hacia adelante en esta recuperación del espíritu felino.
«Down in New Orleans / Where the blues was born / It takes a cool cat / To blow a horn», cantaba Art Neville con los Hawketts en 1954. La traducción libre podría ser: «Dicen que en Nueva Orleans, / ciudad donde el blues naciera, / hasta el gato, si es legal, / sabe tocar la trompeta.» El tema se llama «Mardi Gras Mambo», aunque más que de Pérez Prado tiene aire de calypso, y se convirtió en uno de los himnos carnavalescos por excelencia de la Crescent City. El trompetista cubano Jesús Alemañy lo grabó cuarenta y cinco años más tarde, «down in New Orleans», en plan timba, con la voz de John Boutté.8 Tenemos así datos para suponer alguna connivencia entre los «gatos» de la Big Easy y sus congéneres hispanoparlantes de La Habana. Claro que hasta los tejados de Lavapiés o las terrazas del Raval queda un buen salto.
Retengamos este uso cultural específico de la metáfora felina para designar la habilidad musical, desarrollada al margen de la instrucción oficial, con cierto matiz de reivindicación étnica. Sin duda el poder rítmico y melódico de los negros ha sido ya justa y suficientemente ensalzado, hasta convertirse en valor simbólico, casi mito alternativo, es decir, opuesto a las figuras clásicas del mito en su tendencia progresiva a presentarse como iconos visuales, desde la épica arcaica a la pintura y el cine. Es un valor eminentemente sonoro. Los «gatos» del blues y del jazz, y hasta sus bastardos roqueros extraviados («stray»), vienen a reclamar un porcentaje de participación sonora en la construcción de los símbolos de la civilización occidental. Se puede ser «gato» (en este sentido musical) sin ser negro, pero la cosa no es fácil. Es como lo de ser payo en el flamenco, sólo a muy pocos se les reconoce la excelencia. ¿Por qué? ¿No es hora ya de trocar –como los primitivos clanes– mercancías y dones, valores étnicos y lingüísticos, musicales o poéticos, de juntar las dos partes del sýmbolon por las que se reconocían en la antigüedad los amigos separados?9
Algunas inercias se oponen a ello: las heridas históricas aún recientes, reavivadas por la ambición desmedida, la persistencia de situaciones culturales y sociales muy distintas. En Europa la cultura dominante ha academizado el aprendizaje de la música, ha regulado su poder, lo ha sometido al imperio de los iconos, de la escritura, de las formas regulares, de los esquemas geométricos, de las razones numéricas. Los músicos de corte debían legitimar con papeles la magnanimidad esperada de sus jerarcas. Sólo la imagen del césar confirma el valor de la moneda acuñada, éste es el prototipo del valor en Occidente, la imagen del poder y no la rapidez del instinto para revelar consonancias. Hasta los gatos negros acaban por adorar el becerro de oro de la cultura