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La corona de luz 1. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 1
Год выпуска 0
isbn 9789878707037
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Ya veremos. Usted habla de Mi compañero y de Nuestro muchacho. ¿Debo suponer que ustedes son gunduatallu?
—¿Y qué es eso?
—Una familia exclusivamente masculina, o casi. En la jerga guleibi se llama gun al varón que gusta de otros hombres, gundua a una pareja de amantes o enamorados varones, y gunduatallu a la pareja masculina que cría un niño, sobre todo si también es varón.
—No somos exactamente eso; sin embargo, supongo que es a lo que más nos parecemos. ¿Qué significa guleibi?
—Es extraño que desconozca esa palabra, y tendré que creer que de veras vienen de otro mundo si la ignoran. Así se llama al conjunto de personas marginadas por sus sexualidades poco convencionales: los gun, las lein y los biter. Algo simplificado, por supuesto: las sexualidades marginales son muchas más, pero el término ya está instalado y no tiene mucho sentido cambiarlo ahora.
—Azrabul y yo somos mucho más que amantes; no conozco palabra para definir el vínculo que nos une. Y estamos muy encariñados con Amsil, pero no lo hemos criado nosotros.
—Da lo mismo; su intimidad no es cosa nuestra–dijo Xallax; y añadió, volviéndose hacia su compañera:–. ¿Qué opinas de todo esto, Auria?
—Creo que él es sincero–respondió la interrogada–. Suena un poco raro eso de que vienen de otro mundo, pero en este ya todo se ha vuelto raro, absurdo y sin sentido. Además, suponiendo que mintiera, tendríamos que pensar que es un loco o un idiota; y otro tanto sus compañeros. Tú misma lo has dicho: guerreros auténticos hubieran hecho guardia por turnos. En ese contexto, es creíble que no sepa manejar la espada y que su combate con el oirig fuera torpe, improvisado e involuntariamente cruel para el animal. Dejémoslos libres, Xallax. No tiene sentido arrestarlos por la muerte del último oirig habiendo quedado impunes tantos aristócratas que sacrificaron cientos de ejemplares en sus circos o los encerraron en sus zoológicos.
—Tienes razón. Además, no nos han dado problemas; lo que es de agradecer–convino Xallax–. Muy bien… Gurlok, ¿verdad? No los arrestaremos, pero se ha contaminado dando muerte al último oirig que vagaba por el mundo. Por lo tanto, tendrá que purificarse despojando al animal muerto de todo lo aprovechable: cuero, garras, etc., y no se quedará con nada. Ya nos encargaremos nosotras de que todo vaya al mejor destino posible. A mediodía, los tres podrán almorzar con nosotras: tenemos provisiones de sobra.
Gurlok no puso reparos, aunque despellejar un animal, sobre todo uno acorazado de gruesas escamas como un oirig, era cosa nueva para él, así que todo el tiempo precisó instrucciones de Xallax y Auria para efectuar la tarea. Azrabul y Amsil insistieron en ayudar; pero al primero ellas al principio se negaron a darle permiso, porque Gurlok les había hablado de su papel en el combate contra el oirig y de cuán maltrecho había quedado. Por lo tanto, las dos Amazonas insistieron en examinarlo ya que, sin ser expertas, algo entendían de curaciones. Pero al parecer, Azrabul se hallaba perfectamente sano, sacando algunos rasguños, moretones y un inenarrable dolor muscular.
En determinado momento, Xallax se inclinó ligeramente sobre el cabello de Azrabul.
—Qué raro–murmuró–. Huele a mierda. Tampoco es que el resto sea fragante–aclaró con ironía.
—¿Eh?... ¡Ah, sí! Me ensucié luchando contra un guerrero en una posada–explicó Azrabul–. Luego me limpié como pude, pero se ve que no lo hice muy bien.
—Primera vez que oigo de un combate librado en una letrina–comentó muy seria Xallax, aunque su compañera sonreía indisimuladamente–. Puede ir a ayudar a su amigo.
La faena demandó el resto de ese día. La total inexperiencia de Azrabul y de Gurlok los hizo demorarse mucho al principio, e incluso se cortaron varias veces con los cuchillos que usaban para desollar al oirig. Junto a ellos trabajaba Amsil, bastante más diestro al principio, aunque luego sus protectores lo superaron a medida que adquirían práctica.
A mediodía los cinco, las dos Sacerdotisas y los tres viajeros, almorzaron juntos según se había acordado. Xallax y Auria estuvieron bastante frías y taciturnas, pero corteses a su manera. Compartieron con sus invitados carne seca, queso, galletas y vino traídos de las alforjas que pendían de un par de caballos que pastaban a corta distancia de allí; y mientras comían, inevitablemente surgió la charla.
—Nos disculparán que mantengamos la distancia–explicó Xallax–, pero la experiencia nos enseñó a no ser demasiado amables con los hombres, a menos que los conozcamos bien y sepamos que son de fiar.
—Estamos bastante hartas de que de aquí y allá lleguen tipos creyéndose muy machos y buscando seducirnos–agregó Auria.
—¿Y cómo pueden intentarlo y seguir considerándose machos?–preguntó Azrabul, obviamente superado por lo que para él era un complejo, indescifrable enigma.
—¿Qué quiere decir?–preguntó Xallax, que parecía a la defensiva.
—Un auténtico macho desea a otros machos, no a mujeres.
Se vio que la respuesta dejaba estupefacta a Xallax; luego intercambió sonrisas divertidas con Auria.
—Tendré que rendirme a la evidencia y aceptar que de veras ustedes vienen de otro mundo, porque en este lo generalmente aceptado es, de hecho, lo opuesto–replicó–. Pero algo de cierto debe haber en lo que dice, porque a nosotras dos nos desean por lo masculino que ven en nosotros, no por lo femenino. Nos notan aguerridas y resueltas, y quieren demostrarse a sí mismos y demostrar a otros que son lo bastante machos para subyugarnos y tenernos luego cocinando y lavando para ellas. Si lo permitiéramos, dejaríamos de gustarles, y nosotras dos lo sabemos y por eso no nos gustan los hombres. Nosotras queremos amor, y de ellos no podemos esperarlo.
—De todos modos, Azrabul–terció Gurlok–, recuerda a Wilkarion en la posada. Deseaba a la mujer y no a ti.
—El no cuenta. Estaba demasiado amariconado, por eso lo vencí tan fácilmente, aunque seguía siendo condenadamente guapo–respondió Azrabul.
—¿Y él?–preguntó Auria, señalando a Amsil con un gesto de la cabeza.
En los ojos habitualmente duros y feroces de Azrabul floreció una chispa de inmensa ternura, pero fue Gurlok quien contestó:
—Amsil se supone que no debería gustarnos. A ambos nos atraen los hombres enormes, musculosos y toscos; pero Amsil se nos metió en el corazón de una forma que no logramos entender.
Amsil bajó la mirada, avergonzado, persuadido de que sencillamente se le tenía lástima, pero que Gurlok no quería admitirlo estando él enfrente.
—Sí, el amor es absurdo e imprevisible–dijo Auria–. Te pasas la vida especulando acerca del aspecto de quien te acompañará por el resto de tu vida, y luego resulta ser casi lo contrario de lo que imaginabas. De hecho, de niña creía que al llegar a grande me casaría con un hombre muy apuesto, y heme aquí: soltera y en una apasionada relación con mi compañera de sacerdocio.
—¿Sabe?, casi lamento que ustedes no sean hombres. Me caen muy bien–dijo Gurlok.
El comentario desató un sutil resplandor de celos en la mirada de Azrabul. Tan sutil, que Gurlok no lo notó; pero Xallax sí, y eso la tranquilizó, pues terminó de confirmar que aquellos dos extraños colosos no la molestarían a ella ni a su compañera en el plano sexual.
—No hace falta–bromeó, ya sin hielo en sus pupilas grises–. Le aseguro que ustedes dos solos ya hieden magníficamente por cuatro.
El chiste tomó completamente por sorpresa a Azrabul y a Gurlok, quienes le hicieron honores con brutales carcajadas como para estremecer el bosque entero. Xallax y Auria sólo sonrieron; pero a partir de aquella humorada, ambas depusieron su actitud defensiva y distante, y un vago, indefinible afecto fue creándose entre el cuarteto. Sólo Amsil