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La corona de luz 1. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 1
Год выпуска 0
isbn 9789878707037
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Me imagino.
—Sigue con tus ironías y será a ti a quien te ponga la boca donde ahora tienes el ombligo. Porque lo hice pedazos y aun así lucha hasta lo indecible por mantenerse de pie es que me gusta. Tal vez algún día, durante nuestra misión, estemos en esa misma situación y quisiera creer que, cuando eso ocurra, demostraremos su mismo temple.
Gurlok, pensativo, iba a darle la razón, cuando llegó el posadero trayendo una fuente con grandes tajadas de fiambre y una jarra llena de vino.
—¿Qué pensó el tipo de que nos llevemos al muchacho?–preguntó Azrabul, sirviéndose, en cuanto el posadero se hubo retirado.
—No pareció gustarle mucho, pero no protestó–contestó Gurlok, haciendo lo propio–. Al chico pareció gustarle menos todavía. Empiezo a preguntarme si no será todo lo imbécil que dice el posadero. Tal vez sería mejor dejarlo aquí.
—Nos lo llevaremos–Azrabul sirvió a Amsil varias rebanadas de fiambre y dijo, en la lengua local:–. Come. Andaremos mucho y necesitarás estar fuerte.
Amsil, en absoluto silencio, miró su plato e intentó comer, pero algo le impedía tragar, algo que ni él hubiera sido capaz de definir.
Poco menos de dos horas más tarde, partía el extraño trío. Dejarían atrás el germen de extraños rumores acerca de los dos Emergidos del Cráter. Unos los describirían como gigantes de aspecto temible, pero honorables, y otros los pintarían como seres demoníacos y depravados proclives a la violencia y al secuestro de donceles para saciar con ellos sus antinaturales apetitos sexuales… O tal vez no. Quizás las cosas sucedieron en realidad de muy distinta manera, aunque así se comenzara a reconstruirlas pocos días más tarde en una famosa y relativamente cercana biblioteca.
2
La criatura
Azrabul y Gurlok trotaban por un camino estrecho que serpenteaba por un territorio pedregoso y yermo al parecer habitado sólo por rebaños de cabras y sus pastores. Amsil, incapaz de seguirles el ritmo, se había derrumbado de cansancio al poco tiempo de partir, y ahora Azrabul cargaba con él con una facilidad pasmosa. Ciertamente, el chico era flacucho, pero de todos modos los formidables hombros del gigante de barba chivesca parecían ser capaces de soportar sin problemas incluso el peso de una montaña.
Amsil no sabía qué pensar de su situación actual, y a decir verdad quizás sea más exacto decir que casi ni sabía pensar. Desde pequeño había permanecido prácticamente secuestrado en la posada sin que se le permitiera jamás tomar decisiones. Odiaba la posada, pero temía abandonarla, pues lo ignoraba prácticamente todo acerca del resto del mundo. Muchas cosas de lo poco que sí sabía las conocía por relatos del posadero, y el resto por comentarios de clientes. Todo cuanto había oído lo aterraba, y más que ninguna otra cosa lo aterraba saberse en manos de aquellos dos siniestros sujetos de origen tan dudoso.
Tenían que ser demonios, como creía el posadero. Ciertamente los slandorgs, salvajes y rudos bárbaros de las montañas, habían sido temibles, según se decía; pero estos dos parecían mucho peores, desde sus nombres hasta sus abominables apetitos sexuales. Pero todo esto era lo de menos: peor aún era la indefinible perturbación que provocaban en el ánimo de Amsil, quien presentía que muy pronto, por andar con aquellos dos, atraería sobre sí la ira de los dioses.
Había contado con que, al ser incapaz de seguirlos, lo dejaran allí donde había caído, abandonándolo a su suerte. Esto le hubiera permitido regresar a la posada, aún relativamente próxima. No había imaginado que Azrabul lo levantaría con asombrosa suavidad viniendo de tal coloso y lo llevaría a hombros. Tal gentileza le parecía dulce, pero a la vez inquietante, dado que había oído que era propio de los seres diabólicos presentarse bajo apariencias amables para extraviar a los mortales bajo las sendas del mal.
—¿Tú tienes la menor idea de adónde vamos?–preguntó Gurlok a su compañero, sin dejar de trotar.
—Sí: hacia allá–repuso Azrabul, señalando el horizonte.
—Hay que reconocer que este mundo es fascinante. Mira esas raras criaturas–observó Gurlok, señalando con la cabeza las cabras.
Azrabul no contestó en seguida. Eran bichos raros, sin duda, pero pequeños y aburridos. Lo que él hubiera querido eran monstruos gigantescos y hostiles contra los que le fuera posible medirse en combate, pero no habían hallado ninguna bestia semejante desde que habían recuperado sus cuerpos físicos.
—Tal vez sean interesantes para ti, pero a mí me exasperan–contestó–. Empiezo a pensar que el ermitaño era un embustero.
—Dijo cosas raras, la verdad, pero muchas nos las confirmaron los Gorzuks, ¿no? ¿O recuerdo mal?
Azrabul frunció el ceño.
—¿No sientes cosas raras?–preguntó–. Porque en lo personal me pregunto si me acostumbraré alguna vez a este cuerpo. Hasta tengo dudas de si realmente habrá sido mío alguna vez.
—Me siento bastante raro, es verdad, pero mucho más raro me pareces tú. Que te hayas encaprichado con esa cosa debilucha y medio idiota que llevas sobre tus hombros, por ejemplo, me resulta insólito. ¿Sientes por él eso que el ermitaño llamó… compasión, creo?
—Se parece más bien a lo que llamó amor.
Gurlok quedó estupefacto.
—No, no, espera un momento–dijo–. Que te gustara el fortachón de la taberna, lo puedo entender; pero ¿qué tiene de especial este blandengue que no podría ni chuparte dignamente la pija sin desmayarse a mitad del acto?
—¿Recuerdas que dijo el ermitaño que había varias clases de amor? ¿Recuerdas que dijo que a veces ciertas miradas doblegan y encadenan de amor? Algo en… ¿Cómo se llama el chico? ¿Amsil?
El nombrado se estremeció, preguntándose qué estarían diciendo de él en aquella jerigonza incomprensible.
—Amsil–confirmó Gurlok.
—Algo en Amsil hace que me sienta así–concluyó Azrabul.
—Quizás sería mejor deshacernos de él–dijo Gurlok–. Presiento que su cercanía te amariconará y, por lo que sabemos, ése no es un lujo que podamos darnos en este mundo insólito.
—Correré el riesgo. A eso vinimos, después de todo.
Gurlok no contestó. Aquel era, supuestamente, el mundo al que él y Azrabul pertenecían en realidad, y sin embargo, recién llegados a él, ya empezaba a no gustarle. No tenía el menor parecido con el mundo en el que ambos se habían criado, y del que ya eran muy escasos los recuerdos que conservaban todavía. Se les había prevenido que así ocurriría. Aun más, los recuerdos que acudían a sus mentes no eran imágenes fieles sino sólo las representaciones aproximadas que con sus limitados sentidos podían captar criaturas mortales de tres dimensiones.
Recordaba un paisaje oscuro con un cielo encendido en furiosas tonalidades doradas y carmesíes, océanos de lava y fuego y lagos de metal derretido. El y Azrabul habían surcado esos cielos y retozado placenteramente en esos océanos y lagos, y habían luchado con extrema brutalidad tanto entre sí como contra otros oponentes, combates que concluían haciendo el amor de forma harto fogosa. En este otro mundo parecía no haber océanos de fuego ni de ninguna otra clase, lagos de metal derretido ni de nada líquido. Ellos dos no podían volar sino sólo moverse por tierra con bastante torpeza por comparación, y todo indicaba que no había adversarios dignos contra los que luchar.
También eran ciertamente extrañas las mujeres. Hasta ahora habían visto sólo una, en la posada que acababan de dejar, pero la descripción que del sexo femenino les había hecho el ermitaño no dejaba lugar a dudas; aquello era una hembra. Gurlok no entendía el extraño gusto de los machos humanos por criaturas semejantes, que parecían más bien endebles, vulgares e insignificantes; de la misma manera que no entendía ahora que Azrabul se encaprichara tanto con Amsil, cuya debilidad sólo podía ser atribuible a la atrofia.