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La corona de luz 1. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 1
Год выпуска 0
isbn 9789878707037
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Minutos más tarde regresaba el posadero con un balde lleno de excremento fresco y maloliente.
—Llévaselo–ordenó a Amsil, tendiéndole el balde.
—Es que… por favor…
—¡OBEDECE!–bramó el posadero.
Azrabul y Gurlok de nuevo miraban hacia ellos. Amsil prefirió ni imaginar qué pensarían de él. Tomó el balde y lo llevó a la mesa ocupada por los dos gigantes, que parecían fragantes comparados con el contenido del balde.
—Ya os traigo platos y cucharas–musitó; y dando media vuelta, eso pretendía hacer, cuando de repente una mano poderosa lo retuvo por el brazo. Los dos forasteros habían descubierto el contenido del balde, y no estaban nada complacidos.
—Un momento–dijo Gurlok, y su habla era siempre tan tosca y dura como el resto de su persona, pero comprensible–. No queremos hacerte daño, chico; pero si no nos explicas por qué haces esto, o si la explicación no es razonable, temo que lo lamentarás.
Su semblante seguía adusto y ceñudo, pero su voz sonaba calma, y la tremenda manaza que aprisionaba el brazo de Amsil presionaba menos duro. Eso tranquilizó al muchacho.
—Pero señor–dijo tímidamente, aunque sin vacilar y mirando a Gurlok a los ojos, mientras Azrabul examinaba asqueado el contenido del balde y empezaba a retemblar de negra cólera–, habéis pedido mierda.
—¡¡¡EXACTO: MIERDA!!!–rugió Azrabul, y ante el vozarrón de trueno y el feo rostro que la ira asemejaba al de un monstruo, Amsil estuvo seguro de que su fin se hallaba próximo. El guerrero y la prostituta, sobresaltados, lo miraron con curiosidad.
Gurlok comprendió que Amsil no había querido ofender, pero Azrabul prosiguió, señalando hacia la única otra mesa ocupada:
—¡¡¡COMO LO QUE COMÍA ÉL!!!
Al oír esto, el guerrero se levantó, intrigado, se puso de pie, más gallardo que Azrabul y Gurlok, pero no menos colosal que ellos; y se acercó a la mesa donde tanto revuelo se estaba armando de repente. Al ver el balde revisó, como los otros, su contenido; y sin duda lo halló tan repugnante como todos los demás, pero entendió de inmediato cómo se había llegado a aquella situación, y lo acometió un acceso de risa. A decir verdad, fueron carcajadas como quizás no se habían oído ni volverían a oírse otras en aquella posada. Pero fue una hilaridad imprudente, porque Azrabul estaba de pésimo humor, y como a la armadura del guerrero le faltaba algo, no halló mejor modo de subsanar el detalle que calzarle el balde con mierda y todo a guisa de casco. La sonrisa de Azrabul rebosaba ahora malignidad satisfecha, pero lo que emergió de debajo del balde rezumaba iracundia.
—Ve a buscar a tu amo, muchacho–dijo Gurlok a Amsil.
Azrabul acababa de parar un puñetazo del guerrero y de una trompada había enviado a este, bailoteando entre mesas y sillas, varios metros más allá, para finalmente desplomarse cuan largo era y nada elegantemente. El golpe había sido demoledor; pero había orgullo guerrero en juego, y encima una mujer estaba mirando, así que el caído se incorporó sin dilación y se lanzó de nuevo a la carga.
El posadero llegó nerviosísimo ante Gurlok, arrastrando consigo a Amsil; y ciertamente su mano era mucho menos recia que la de Gurlok, pero lastimaba más.
—Señor, cuánto lamento que por culpa de este imbécil…
—Abreviemos– sugirió Gurlok, viendo al guerrero bailotear por cuarta o quinta vez entre mesas y sillas–. Traenos tres porciones de cualquier cosa sabrosa que tengas. Y vino.
—Ya oíste, ¡muévete!–increpó el tabernero a Amsil.
—No, no envíes a tu esclavo–dijo Gurlok–. Tienes razón, es un completo inútil, así que encárgate tú mismo. Y como me caes bien, y favor con favor se devuelve, te libraremos del chico.
El posadero y Amsil empalidecieron a un tiempo. y miraron a Gurlok.
—El muchacho no vale ni la sangre con que ensuciaría su espada, señor–aseguró el posadero.
—¿Y quién habló de sangre?... No lo mataré. Lo llevaremos con nosotros. Nos vendrá bien como esclavo o como mascota.
Mientras tanto el guerrero, todo contuso, se había desplomado ahora sobre una mesa, y ya no tenía fuerzas para incorporarse. Sintió una potente palmada en el culo.
—Tienes muy hermosas nalgas, amigo–dijo Azrabul–. Y peleaste con valentía. Ven, levántate. Creo que aquí podemos dar por terminado esto. ¿Cómo te llamas?
El guerrero se volvió como pudo, entre la rabia impotente y la humillación. En el proceso estuvo a punto de caer, pero Azrabul lo sostuvo. Mientras luchaba por erguirse, el guerrero tuvo oportunidad de ver frente a él una descomunal verga hinchada bajo un pantalón de cuero. Si él lograra mantenerse tan erecto como aquella verga, otro gallo le cantaría; mas no pudiendo lograrlo, no le quedaba más remedio que agradecer librarla, en medio de todo, tan barata: en algunas tribus bárbaras se estilaba humillar al enemigo vencido penetrándolo analmente.
—Wilkarion–replicó entre quejidos, logrando erguirse al fin.
—Estuviste magnífico, Wilkarion–lo felicitó Azrabul, palmeándole la espalda. Pero fue demoledor para el guerrero, que volvió a tambalear–. Lo siento. Me caes bien. Yo soy Azrabul.
—Recordaré su nombre, señor–le aseguró Wilkarion con sinceridad–. Ahora, con su permiso, me retiro a mis aposentos… Cuando sepa cuáles serán mis aposentos, claro…
Azrabul asintió y dio media vuelta para regresar a su silla. Por el camino, y sin dejar de avanzar, se volvió en dirección a Wilkarion, quien rengueó hasta la silla más próxima, en la que se sentó a esperar al posadero. De la puta, ni rastros; tal vez se hubiera dado cuenta de que el guerrero ya no estaba en forma para transacciones carnales.
Por caminar sin mirar, Azrabul chocó contra Gurlok, a quien aquello no agradó: durante la lucha su compañero se había ensuciado con mierda, aunque por lo demás su contrincante no había logrado hacerle ni un rasguño. Premió la torpeza de su compañero golpeándole las pelotas y arrancándole una queja al hacerlo. Luego, para evacuar una duda que acababa de asaltarlo, volvió a tocar la entrepierna de Azrabul a través del pantalón de cuero, más suavemente esta vez.
Como de costumbre, no dijo nada. Era lógico excitarse durante un combate, pero siempre y cuando éste fuera interesante y contra un oponente digno; pero en este caso, más que a luchar, Azrabul se había dedicado a moler carne. Y ahora no lograba despegar sus ojos de Wilkarion. Lo atrae, pensó Gurlok sin celos.
—Ojalá lo mismo nos ocurra a nosotros– dijo Azrabul en la gutural lengua de los Gorzuks, entendida sólo por él, por Gurlok y por los habitantes de Más Allá del Cráter.
—No te preocupes. Ya encontraremos quien nos harte a trompadas hasta que no sepamos ni cómo nos llamamos– ironizó Gurlok en la misma lengua.
Sin dejar de mirar a Wilkarion, Azrabul asintió distraídamente, hasta que captó el sentido de aquellas palabras.
—Imbécil– gruñó, volviéndose hacia Gurlok entre indignado y divertido.
Gurlok amagó apenas una sonrisa, lo que en él equivalía a una carcajada.
—No te niego que también a mí me parecía muy apuesto– dijo–, pero eso era antes de que a puñetazos le bajaras la boca hasta el ombligo y le pusieras la nariz donde antes