ТОП просматриваемых книг сайта:
La corona de luz 1. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 1
Год выпуска 0
isbn 9789878707037
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Vamos, compañero–dijo Gurlok; y Azrabul tomó aquella mano con la suya y luchó por incorporarse. Poco faltó para que cayera de nuevo, y Gurlok con él, como montañas derrumbadas por un sismo o por un manotazo de los dioses; pero al fin logró ponerse de pie, y los dos gigantes, con las rodillas temblorosas y apoyándose uno en el otro, se alejaron del escenario del combate adonde yacía ahora la criatura inánime entre charcos de sangre. En el inmenso cuerpo escamoso había múltiples heridas testimoniando su horrible fin.
—Descansa–sugirió suavemente Gurlok a Azrabul al dejarlo acostado sobre la hojarasca, cerca del sitio adonde Amsil los había pescado mientras saciaban entre ellos sus apetitos sexuales–. Ya vuelvo.
Malditas las ganas que tenía de volver; se hallaba de muy mal humor y, a decir verdad, no tenía ganas de nada, excepto de algo que se hallaba fuera de su alcance: volver por donde habían venido hasta Más Allá del Cráter. Pero Azrabul lo necesitaba, así que debía desahogar de alguna manera su rabia y su frustración y luego regresar tan rápido como pudiera. Bajo aquellas violentas emociones, buena parte de su cansancio y de sus dolores se esfumaron, al punto que de golpe rengueó mucho menos. Entonces oyó la sollozante y débil voz de Amsil:
—¿Va a morir?
Gurlok se volvió hacia él, dominado por la cólera.
—¿Y a ti qué te importa?–gruñó–. Ibas a abandonarnos, ¿no? Bueno, vete de una vez y déjanos en paz.
Y sin decir más, se sentó sobre el tronco de un árbol caído y medio cubierto de musgo. Bajo sus nalgas revestidas de cuero, un par de trozos de corteza podrida se desmoronaron, y las alimañas guarecidas bajo ellas correteó espantada, buscando otro sitio bajo el cual guarecerse.
Al oírse expulsado de tan mala manera, el llanto de Amsil redobló, convulsionando aún más el cuerpo del muchacho. A Azrabul le habría implorado, quizás; pero intuía acertadamente que Gurlok nunca lo había querido con ellos, y que lo había aceptado sólo para complacer a su compañero. Así que empezó a alejarse, sin poder ver siquiera por dónde iba a causa de las lágrimas.
Gurlok seguía sentado sobre el tronco, cabizbajo, sombrío, el mentón descansando sobre su diestra. Un crujido de ramas pisadas lo obligó a levantar la mirada, y lo sorprendió descubrir cuán en serio se había tomado el chico sus palabras.
—¡Amsil!–exclamó–. ¿Qué rayos haces, idiota? Regresa aquí, ¡ahora mismo!
Por la acritud del reclamo, se hubiera dicho que se disponía a romperle la cabeza a Amsil, pero éste obedeció con prontitud: prefería eso a que lo echasen.
—No sé si lo de Azrabul es grave o no, si sobrevirá o no, pero confío en su resistencia. Siéntate a mi lado y deja de llorar–exigió Gurlok, aunque ahora su voz era suave–. Y atiende, que esto es importante–y Amsil obedeció y se secó las lágrimas, aunque cada tanto lo sacudía alguna otra convulsión tardía como efecto del llanto–. Azrabul y yo no podemos andar solos; necesitamos quien nos ayude. Fue elección de Azrabul que tú lo hicieras; yo no estaba muy de acuerdo, pero accedí. Ahora sé que fuiste buena elección.
—¿Por qué?–preguntó Amsil.
—Te ordené que te fueras, que no te expusieras a esa bestia, pero desobedeciste para ayudar a Azrabul. Eso vale mucho para mí. Estamos juntos desde que recuerdo, y no me gustaría perderlo.
—No pude hacer nada por él.
—No hables de lo que ignoras. Hasta hace más o menos una semana, yo sabía que la muerte existía, pero no mucho más. Pocos días más tarde vi morir un insecto en la tela de una araña. Me resultó fascinante. Pero hoy tuve que luchar por la vida de Azrabul, por la tuya e incluso por la mía, y me vi forzado a matar de manera horrible a un pobre monstruo que no tenía la culpa de serlo, y no me ha fascinado en absoluto; y menos si pienso que pudo ser la muerte de Azrabul y no la del monstruo. Si eso hubiera sucedido, habría sido una muerte menos amarga gracias a ti. Habría muerto contemplando el rostro de alguien a quien él amaba; porque te ama con fiereza, aunque no entiendo el motivo. Y porque él te ama tanto, y tú le retribuiste un poco de su amor cuando lo necesitó, ahora también te amo yo. Ibas a ser nuestra mascota, decía Azrabul, o nuestro esclavo, creía yo. No sé qué terminarás siendo si te quedas con nosotros, Amsil, pero si lo haces, juro que haremos que jamás te arrepientas.
Y así diciendo, Gurlok rodeó con su poderoso brazo derecho los hombros de Amsil y atrajo el cuerpo del chico hacia el suyo. Fue una caricia brusca, ruda, que tomó por sorpresa al muchacho. Dolía físicamente, y sin embargo era un bálsamo para miles de heridas en el alma de Amsil, quien siempre se había sentido tolerado, jamás querido realmente, ni siquiera por las chicas de su pueblo, que con palabras ñoñas y risitas tontas, y sólo por lástima, lo defendían de sus novios cuando éstos le pegaban. Querían a sus novios, no a él. Amsil había intentado engañarse a sí mismo diciéndose que sí, que lo querían; y por ello las consolaba cuando aquellos novios las maltrataban o abandonaban. Ya nada de eso importaba. Ahora tenía quienes lo quisieran a él.
—Azrabul y yo venimos de otro mundo–continuó Gurlok–, de uno donde, si existe la muerte, nosotros jamás supimos de ella. Allá nunca cuestionamos nuestros orígenes, pero una vez aquí, supimos que a este lugar pertenecemos, pues a ambos nos vino un mismo recuerdo a la vez, el de un mar de jinetes cabalgando bajo un signo siniestro cuyo significado todavía ignoramos. Llevaban espadas, así que deben haber sido guerreros; éramos demasiado niños aún, y no entendíamos bien lo que estaba sucediendo. Teníamos miedo y llorábamos abrazados. De golpe, sin saber cómo, estuvimos a salvo. ¿Has oído hablar de un cierto Yuk?
—El ermitaño loco de las montañas.
—Es un sabio, y el hombre al que debemos nuestro regreso, aunque no estoy seguro de que nos haya hecho un favor. El creía que algo o alguien nos arrebató de este mundo hacia otro; tal vez, visitantes desconocidos infiltrados a través de una grieta entre dos universos. Yuk pensaba que esos visitantes tal vez no tenían intenciones de dejarnos en su mundo. Tal vez sólo querían salvarnos de morir bajo hordas invasoras, o quizás sólo lo hicieron por accidente, porque algunos nos encontraron y quisieron mostrarnos como curiosidad a otros, como encuentra un niño un raro escarabajo o una hermosa piedra que lo asombra y la lleva a los adultos para que éstos también la admiren. O tal vez querían que fuéramos de los suyos, como terminó sucediendo. Sea como sea, si su intención era devolvernos a este mundo, algo lo impidió, y quedamos atrapados en el de ellos. Yuk pensaba que tal vez esa misteriosa grieta por la que ellos llegaron a este mundo se cerró de golpe, o que no la encontraron de nuevo. De cualquier forma, allí quedamos; y a partir de aquí, Amsil, debes poner especial atención a lo que voy a decirte, De veras que es importante.
Amsil asintió.
—Nosotros llamamos Gorzuks a esos desconocidos seres con quienes nos criamos–explicó–; y si su mundo fuera como este, te diría que no había mujeres entre ellos, pero no lo es. Y si su mundo fuera como este, te diría que éramos todos machos que jugábamos brutalmente y cogíamos entre nosotros, pero no lo es. De hecho, palabras como mujeres, machos, jugar y coger carecerían de sentido allí, porque ni cuerpo teníamos; éramos energía pura, pero energía con alma. Amábamos esa condición. Nos sentíamos poderosos e invencibles, y quizás ése fue el problema.
‘Un día, Azrabul y yo encontramos un camino de regreso a este mundo. No porque lo hubiéramos buscado, sino porque lo encontramos, sencillamente. Lo había abierto Yuk a fuerza de encantamientos, oraciones e invocaciones; y en respuesta a una de esas invocaciones fue que llegamos de regreso. Yuk era un buen hombre,