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y Amsil continuaron trabajando sobre el cuerpo sin vida del oirig para aprovechar del mismo cuanto se pudiera, pero esta vez Xallax y Auria, cuchillos en mano, se pusieron a trabajar a la par de ellos, en vez de sólo limitarse a dirigir. Para entonces ya se tenían suficiente confianza para tutearse.

      Trabajaron casi en completo silencio hasta la caída del sol, pero en una ocasión Auria, entonces muy cerca de Gurlok, dijo a éste en voz baja:

      —El chico necesita ayuda. Llévenlo a un onironauta.

      —Es que ni siquiera sé qué es eso–respondió Gurlok, también en susurros.

      —Un navegante de sueños. Te droga para dormirte y libera parte de su espíritu para guiarte a través de tus anhelos y miedos. No soluciona tus problemas, pero ayuda a que te entiendas mejor; y creo que ese es el problema del chico, que ni él se entiende a sí mismo.

      —Puede que tengas razón. Lo conocimos ayer y lo libramos de la tutela de un hombre que lo maltrataba, pero no pareció venir con nosotros a gusto, sino sólo porque no le preguntamos su opinión. Quiso fugarse en cuanto le dimos la espalda, y ahí fue cuando lo atacó el oirig; y en cuanto acudimos en su rescate lo insté a ponerse a salvo, pero prefirió permanecer junto a Azrabul, que en ese momento ni podía ponerse de pie tras salvarle el pellejo. Cuando más tarde me enojé con él y quise echarlo, se puso a llorar. Es un chico raro, es verdad, pero tengo mucha fe en él.

      —Con mayor razón llévalo a consultar a un onironauta.

      —De acuerdo.

      Y allí terminó el único diálogo de la tarde.

      Por la noche se reunieron todos alrededor de un fuego que encendió Xallax ante la mirada atenta y sorprendida de Azrabul y Gurlok, quienes quedaron confusos, seguros de haber presenciado esa escena o una parecida antes, y sin recordar dónde. Difícilmente Azrabul, que no era propenso a reflexiones profundas, le diera importancia; pero Gurlok dedujo amargado que ello era el prólogo a la aparición de otro falso recuerdo en el que se verían a sí mismos haciendo eso mismo una, varias o infinitas veces. Y cuando ello sucediera, por supuesto, desaparecería al mismo tiempo un recuerdo auténtico del mundo de los Gorzuks. De haber creído en dioses, les habría implorado a gritos que detuvieran aquello, que les permitieran preservar la memoria de aquel mundo perfecto, aunque les doliera recordarlo y saberlo perdido. Pero allí apenas si habían sido conscientes de sí mismos, ni hablar de conceptos metafísicos como el de la eventual existencia de dioses.

      Xallax y Auria dialogaban acerca de la posible supervivencia de otros ejemplares de oirig y aunque Azrabul no podía participar activamente, las escuchaba con interés. Gurlok aprovechó para sentarse muy próximo a Amsil, quien quedó perplejo. Pero sólo brevemente: él había llorado infinitas veces en su corazón, sin derramar siquiera una lágrima, y comprendió que lo mismo le sucedía ahora a Gurlok, a quien interrogó con la mirada.

      —Sabes, compañero–murmuró Gurlok, para que sólo él lo oyera–, esta sombra en que me he convertido ahora extraña ese cuerpo que, según Yuk, ha dejado entre los Gorzuks. Quisiera tener noticias de ese cuerpo… pero pronto ni su recuerdo quedará.

      Y abrazó a Amsil, no muy fuerte, para no lastimarlo; y aun así, el cuerpo del chico crujió bajo la tremenda caricia, y tuvo luego unos cuantos moretones por dos o tres días. A Amsil no le importaba. Seguía hambriento de amor, y era feliz con aquellas brutales efusividades. Hundió su rostro en el pecho de Gurlok y de nuevo se puso a llorar, no quedando en claro si de tristeza o felicidad, e incluso si por la tristeza del gigante que lo abrazaba, por alguna suya o por una mezcla de todo lo antedicho. Azrabul, Xallax y Auria fingieron no advertir nada, y Gurlok se los agradeció mentalmente: no tenía ganas de dar explicaciones, y prefería que aquello, por ahora al menos, quedara como algo exclusivo entre Amsil y él. Y no obstante, poco más tarde Xallax y Auria orillaron vagamente ese secreto cuando preguntaron por ese extraño mundo del que Azrabul y Gurlok decían proceder, y los motivos de su venida a este. Como era más hábil para expresarse, fue Gurlok quien contestó, repitiendo todo tal cual se lo había contado antes a Amsil. Tras oírlo, Xallax y Auria se rindieron ante la evidencia y aceptaron que aquello tenía que ser cierto, porque los precisos y asombrosos detalles de la narración excedían la capacidad de inventiva de un par de bárbaros ignorantes como parecían serlo aquellos dos. Si de todos modos la narración era producto de la locura, no por ello era menos interesante. Xallax y Auria permanecieron largo rato meditando en el silencio que siguió, y por fin dijo la primera:

      —A cuatro días de marcha a pie hay una ciudad relativamente grande por ser una urbe de provincia. Se llama Tipûmbue y tiene una biblioteca muy famosa. Ude, el Bibliotecario en Jefe, todavía no es tan famoso como la biblioteca, aunque ya la superará si sigue protagonizando escándalos. Parece que es hombre de inmensa sabiduría. Creo que les convendría consultarlo a él. Si esa Corona de Luz existe realmente, él sabrá dónde y cómo hallarla.

      —Pero es hombre de horrible carácter y ninguna paciencia, según oímos decir–previno Auria–, aunque lo mismo dicen de nosotras.

      —Bueno, y tienen razón, ¿no?: nuestro carácter es horrible y no tenemos paciencia–dijo Xallax, muy seria.

      —No me parece que ustedes sean de trato tan difícil, así que del tal Ude deben estar exagerando también–opinó Azrabul.

      —El problema es que también dicen de nosotras que somos dulces y mansas gatitas comparadas con él–aclaró Auria–, así que te conviene estar preparado para lo peor.

      —Pues eso tiene sabor a desafío. Me gusta. Ya estoy impaciente por conocerlo–respondió Azrabul, sonriendo salvajemente.

      No quedaban muchas provisiones, pero las compartieron igual que habían hecho a mediodía; luego establecieron los turnos de guardia, tocando a Auria el primero, y los demás fueron a acostarse. El único que sin embargo durmió todo el tiempo como un tronco fue Amsil; los demás tuvieron el sueño muy discontinuo, o directamente permanecieron insomnes. Hubo incluso un momento en que los cuatro estuvieron despiertos al mismo tiempo. Fue cuando Xallax tuvo que relevar a Auria. Azrabul despertó en ese momento e impulsivamente besó con ternura a Amsil, que se había dormido entre él y Gurlok como la noche previa y como todas las posteriores que compartirían juntos. Su pulgar derecho hacía de nuevo las veces de chupete. Gurlok le acarició el cabello sin que él se diera por enterado.

      Auria se demoraba en irse a dormir; parecía que se había quedado sentada cerca de su compañera para charlar con ésta.

      —Cómo duele pensar que algún día quizás debamos admitir que de veras ya no queda ningún oirig en el mundo–la oyeron decir.

      Azrabul y Gurlok no intercambiaron palabra, pero instantáneamente se preguntaron cómo era posible que aquellas sacerdotisas conservaran esperanzas de hallar viva una criatura que, por enorme, tenía que ser imposible de pasar por alto en caso de existir todavía. Y de repente se llenaron de respeto y admiración por aquel par de valientes mujeres embarcadas en su propia búsqueda desesperanzada.

      1 La X inicial de este nombre es bable y, por lo tanto, equivale a la pronunciación de la S en el vocablo albioní sure o del grupo consonántico SH de Shanghai.

      4

      La marcha hacia Tipûmbue

      Cuatro días de marcha pueden indudablemente hacerse eternos si se tiene prisa; así que, en cuanto despuntó el alba, Azrabul y Gurlok decidieron partir sin demoras. Se despidieron de Xallax y Auria, de forma, hay que decirlo, entre torpe y cómica. Tratándose de hombres, espontáneamente les hubieran dado a cada una un abrazo como para partirles las costillas; pero en el caso de mujeres, no sabían cómo manejar la situación. Así que comenzaron ensayando sonrisitas ridículas y tartamudeando frases incoherentes, hasta que finalmente ambas Sacerdotisas tomaron la iniciativa e hicieron un ceremonioso saludo militar llevándose la palma de su diestra a la altura del hombro izquierdo, en lo que, según ellas, era un gesto reservado a la oficialidad y también a cualquier persona digna del mayor de los respetos, por ejemplo, por su valentía.

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