ТОП просматриваемых книг сайта:
La corona de luz 1. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 1
Год выпуска 0
isbn 9789878707037
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Para nada–respondió Xallax–. Sólo es a la vez presentimiento y deseo.
—Además, si no calculo mal, llegarán ustedes más o menos para el inicio de las Festividades de Skritvar, que decididamente no nos gustan, aunque sin duda ustedes las encontrarán interesantes– terció Auria.
Aquí Azrabul, intrigado, hizo algunas preguntas que le fueron rápidamente respondidas por Xallax. Mientras tanto, Auria se acercó a Gurlok y le dijo algo en murmullos. Esto desató una tormenta de celos en el corazón de Azrabul, a quien no gustó nada pescar por segunda vez a su compañero secreteando con la mujer; y de repente pareció que era cosa de vida o muerte llegar cuanto antes a Tipûmbue y que había que apurar aún más la despedida, de modo que agradeció a Xallax sus explicaciones, se excusó por no disponer de más tiempo para seguir oyéndolas y apremió a sus compañeros a partir.
—¡Saluden de parte nuestra a Mulsît, a Orûf y a Mofrêm!–les gritó Xallax, cuando ellos ya estaban a cierta distancia–. ¡Muy especialmente a Mofrêm!
—¿Que saludemos a quiénes?–preguntó a su vez Gurlok, también a gritos. Y Xallax, repitió los extraños nombres, pero ahora la coreaba Auria, de modo que entenderles se volvía un lío, y sólo el nombre del tal Mofrêm quedó medianamente claro para el trío de viajeros.
—Vamos, tenemos todavía un buen trecho por delante–gruñó Azrabul, hoscamente.
Sin embargo, y a pesar de sus celos, a Azrabul, lo mismo que a Gurlok, le caían bien aquellas dos Sacerdotisas de la Madre Tierra. Sin exagerar, conocerlas había sido una experiencia fundamental en sus vidas, ya que, antes, ambos sentían instintivo horror hacia las mujeres y lo femenino en general, relacionándolas con la debilidad, la cobardía, la hipocresía y cuanto concepto nefasto diera vueltas por el universo; y creían que debían evitarlas para no amariconarse. Pero en lo sucesivo, ambos serían menos radicales en su concepto sobre la feminidad y dejarían de tratar a las mujeres como a masa formada en un mismo molde y de opinar sobre ellas a la ligera
—¿Qué fue lo tan gracioso de nuestro saludo?–preguntó Gurlok, intrigado todavía; y se dirigía a sus dos compañeros, pero a quien interrogó con la mirada fue a Amsil, por ser quien mayores posibilidades tenía de conocer la respuesta.
Pero Amsil tampoco lo sabía, ni había visto antes a alguien haciendo aquel saludo militar o cualquier otro. Auria y sobre todo Xallax no habían sabido cómo tratar a aquel muchacho silencioso y retraído, y se habían despedido de él con un simple adiós y aquella formalidad de desearle buena suerte; y él había replicado con un silencioso e inexpresivo movimiento de cabeza. Tampoco él había sabido cómo tratarlas a ellas. En general tenía un pésimo concepto de las mujeres, porque las jóvenes de su pueblo gustaban de los audaces sin importar que éstos fueran héroes o villanos; y pensaba, claro, que todas debían ser iguales. Xallax y Auria evidentemente no lo eran; tenían un aire mucho más noble y digno. Pero la verdad, Amsil las hubiera preferido tan bobaliconas y superficiales como las otras, así Azrabul y Gurlok no les habrían dedicado tanta atención. El único día pasado en compañía de las Sacerdotisas de la Madre Tierra se le había hecho interminable y casi angustiante. Se había sentido hecho a un lado por sus dos protectores. Además, a Gurlok y a Auria los había visto de reojo murmurando juntos quién sabía qué cosa acerca de él, y mirándolo de soslayo antes de seguir conversando en voz baja. Amsil prefería seguir ignorando el rumbo de ese diálogo en susurros; sospechaba que nada bueno se había dicho de él.
En consecuencia, lo mismo Azrabul que Amsil sentían alivio de alejarse de las dos Amazonas, y luego de un buen trecho se recompusieron las relaciones habituales entre el trío. A Amsil lo obligaban a avanzar a marchas forzadas, y Gurlok lo regañaba duramente por la más leve demora; pero cuando el chico ya no daba más y caía al suelo, con las piernas temblorosas y completamente falto de aliento, los dos gigantes corrían hacia él, lo felicitaban por lo bien que lo había hecho y uno de los dos lo llevaba sobre sus hombros. Amsil no entendía aquella conducta que le parecía tan contradictoria.
Así iban marchando a través del espeso bosque que luego iría de nuevo cediendo paso al matorral. Vivieron un tétrico momento en cierto punto en que la foresta se hacía especialmente cerrada, oscura e inextricable, con profusión de grandes enredaderas. Fue cuando se levantó un viento bastante fuerte. El potente bramido de las ráfagas no consiguió ahogar del todo otro ruido proveniente de lo más alto los árboles, que lucían apenas un incipiente follaje primaveral, pero cuyas ramas estaban de todos modos tapizadas de musgo, líquenes y enredaderas. Ninguno de los tres pudo identificarlo más que en forma vaga, pero sonó en parte metálico y en parte a fuerte crujido. Todos, automáticamente, alzaron las cabezas a un tiempo, y quedaron intrigados y un poco temeroso en el caso de Amsil, que iba montado a espaldas de Gurlok.
—Debe haber sido una rama partiéndose–sugirió Gurlok, aunque ni él mismo estaba del todo satisfecho con aquella teoría, que explicaba muy bien el crujido, pero no el sonido metálico.
Habían ya reiniciado la marcha cuando escucharon un segundo ruido a sus espaldas, como de algo que da un brinco en la hierba. Desde las advertencias de Xallax y Auria, los dos colosos se mantenían en constante alerta por si hubiera algo o alguien acechándolos; por lo que prefirieron investigar. Mientras Gurlok ponía en tierra a Amsil para moverse con mayor desembarazo si hubiera lucha, Azrabul efectuó un rápido examen del terreno y no tardó en encontrar un deteriorado guante de cuero correspondiente a una mano derecha, que enseguida comparó con su propia diestra. Desde ya que el guante se veía muy pequeño junto a aquella tremenda manaza.
Casi enseguida se oyeron de nuevo el crujido y el golpeteo metálico por encima de sus cabezas. Gurlok alzó la vista hacia el ramaje.
—Allí–indicó, lacónico.
Azrabul miró en la dirección indicada y vio una rama a medio partir, crujiendo bajo el peso de un bulto semiescondido bajo enredadera, pero no lo suficientemente para que el sol no lo iluminara en parte, arrancándole algunos destellos. Había algo metálico allí; qué exactamente, los dos gigantes no pudieron averiguarlo, porque en ese momento Amsil lanzó un grito medio reprimido, y se volvieron hacia él.
—Hay… hay una mano en ese guante–tartamudeó el chico, señalando la prenda de cuero, que había dejado caer al suelo al realizar tan macabro descubrimiento.
Azrabul y Gurlok se agacharon a un tiempo a recoger el guante, entrechocando accidentalmente sus cabezas al hacerlo. Gurlok se incorporó rumiando maldiciones y tocándose su adolorido cráneo, mientras Azrabul, frotándose el suyo entre quejas gruñidas, recogía al fin la prenda. Los dedos enormes escarbaron torpemente en su interior y sacaron, en efecto, los restos a medio momificar de una mano humana. Amsil no quiso ni mirarla, pero los dos colosos la contemplaron asombrados, como tomando nota de que en aquel extraño mundo los árboles fructificaran manos cadavéricas. Luego Gurlok alzó nuevamente la mirada, como en busca de más de tan apetitosa fruta.
—¡CUIDADO!–gritó de repente. Y como otro brusco ruido sugería que algo se les venía encima desde lo alto de los árboles, Azrabul no se hizo repetir la advertencia y lo acompañó en la rauda huida, cargando con Amsil, quien era muy lento en reaccionar.
Tuvieron tiempo de sobra para escapar, porque las enredaderas frenaban la caída de cualquier cosa que fuera aquello. Cuando al fin oyeron un notable estrépito, se volvieron y notaron un bulto informe sobre la hojarasca. Había una gran rama a medio secarse y partida desde su nacimiento a partir del tronco. Más tarde explicarían Azrabul y Gurlok muchos detalles que ignoraban entonces, pero que notarían cuando sus recuerdos modificaran aquella realidad pasada; como por ejemplo, que era obvio que la rama a medio partir había seguido un tiempo adherida al árbol, y la savia había continuado fluyendo por esa unión que se minizaba más y más con el tiempo.
De cualquier modo, la rama no era lo único que se había precipitado a tierra. Integraba un bulto informe medio camuflado por musgo, liquen y restos de enredadera. Al acercarse más, vieron lo que parecía un grotesco monigote o espantapájaros y un raro artefacto metálico