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su acción es maravillosa, rescata al hombre de las fauces del león, de las garras de los enemigos. Esta experiencia, monstruosa en principio, suscita la alabanza en la gran asamblea. Ha aprendido a esperar en el sufrimiento para contemplar al final que todo estaba en manos de Dios y que Dios todo lo hace bien, como se anunciaba en el Génesis.

      Todo lo que Israel tiene que saber y hacer está contenido en esa prescripción de Deuteronomio 6: «Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas». La misma que determina la vida de Jesús y la vida de la Iglesia. Es la clave de la Trinidad, de la vida de Jesús, es la prueba de Israel en el desierto, que se replica en Nicodemo, en las tentaciones en el desierto, en la parábola del sembrador, en el padrenuestro, en la cruz, en los Hechos de los Apóstoles, en san Pablo y hasta la revelación definitiva del Cordero apocalíptico.

      2. DIOS ES EL QUE ACOMPAÑA A CADA HOMBRE

      YHWH va siempre por delante, abriendo camino cada día protegiéndolos del sol ardiente con la nube y en la noche guiándolos con la columna de fuego. Anticipándose a Moisés y previniéndolo respecto a lo que habrá de pasar. Haciendo a los profetas adelantar los acontecimientos que están por venir de manera inminente si Israel no escucha la palabra de Dios que ellos profieren. Dios va delante de Abraham, de Jacob, de José, de Israel, marcando la pauta, en el marco de una promesa. Estos tienen que aprender a dejarse llevar. Si ellos se dejan llevar de la mano, la promesa está garantizada. Cuando ellos toman las riendas y deciden por su cuenta, solo cometen errores. Una vez más, tocamos el punto que diferencia la fe de la religión. El hombre de fe camina detrás de Dios, lo sigue en el camino que Él va marcando. El hombre religioso tiene su propio proyecto y fuerza a Dios a seguirlo a él, a hacer su propia voluntad.

      YHWH es el que hace que Moisés asuma su misión y que sea acompañado por Aarón; que Abraham se ponga en camino hacia Canaán con todo su clan; que Isaac se deje acompañar por su padre dócilmente hacia su propio calvario; que Rafael y Tobías se encuentren y que el primero lo acompañe hasta el encuentro con su futura mujer; que Jacob encuentre en su camino a un ser misterioso con el que tiene que luchar para salir fortalecido para encontrarse con su hermano Esaú, herido por el robo de la primogenitura; que José, causalmente, sea rescatado por unos madianitas camino de Egipto para que, tiempo después, se reencuentre con sus hermanos. Caminos a veces tortuosos y difíciles, pero siempre orientados a la reconciliación del hombre con su historia; es decir, con el plan de Dios para cada uno, después de haber explorado caminos propios desde su libertad intocable y haber experimentado el sufrimiento, la soledad, el dolor que causa el pecado en sus múltiples caras.

      3. PRIMER PASO EN EL ACOMPAÑAMIENTO: MOSTRAR UN CAMINO DE RETORNO

      Todos tienen que aprender a encarnar en ellos esta revelación dejándose amar a lo largo del camino de la vida. El camino de cómo se hace esto lo marca la Escritura. Previamente al cumplimiento del Shemá, que les abriría a los israelitas las puertas de la Tierra Prometida, han de aceptar la corrección por parte del acompañante (Moisés, los profetas, el Mesías) que evite la interpretación maliciosa de la Escritura. En el combate existencial, el Maligno intentará confundir al hombre e impedirle abrirse al don de ser amado, porque le hace sospechar que el amor de Dios no es sincero. Por eso, en el encuentro con Jesús o el mediador de YHWH de turno, siempre hay un diálogo mediado por palabras que, aunque a veces aparezca capciosamente en boca de los fariseos, saduceos o políticos y sacerdotes como un debate intelectual, siempre es un diálogo con los acontecimientos y en la historia.

      La vida del hombre se presenta siempre como camino. No hay magia, no hay imposiciones, no hay adoctrinamiento, solo un reclamo a amar con todo el ser, sin doblez. Ante el fallo trágico que inaugura el pecado original, la libertad del ser humano, YHWH ha previsto la teshuvá, la posibilidad de que se dé un retorno, que aparezca el perdón, el amor, el empezar de nuevo. Se restaura la confianza y al pueblo o al hombre concreto se le concede el descanso: disfrutar de los frutos de la Tierra Prometida, descansar en el banquete nupcial, reconciliar la historia (estar en paz con aquellos sucesos o rasgos de la personalidad que no nos gustan). El que sea acompañado en este itinerario aprenderá a esperar siempre que todo lo que hoy nos hace sufrir al final adquiere sentido con paciencia, poniéndose a la escucha de la voz de Dios.

      4. LA SANTIDAD ES UNA LLAMADA Y UN PROCESO

      Moretti28 hizo un análisis de la escritura de los santos y solo encontró tres con tendencias innatas a la bondad. Los demás eran unos pobres hombres en un combate permanente. Los hagiógrafos nos muestran siempre el producto final del camino, pero no el proceso. San Ignacio era un iracundo y violento; santa Teresa, una lujuriosa y sensual; san Francisco, un vanidoso; santa Teresita de Lisieux decía que nunca rezó un rosario sin distraerse o sin combate.

      El santo busca al amado en la noche. En el Cantar de los Cantares (5:8), la amada es tomada por una ramera. En ese proceso de búsqueda, la amada es acompañada solo por el olor del amado, que la impregnó un día. No lo ve desde entonces, ni lo oye. Trata de encontrarlo, pero le huye. Dios se encuentra con el hombre en donde el hombre va a pecar: «Allí donde te concibió tu madre, debajo del manzano…» (Ct 8:5). Eso es la kenosis de Cristo. El amado (novio del Cantar) le hace pasar incluso a la amada por prostituta ante los guardias de las murallas (Ct 5:7). Es la misma historia del santo: un buscador incansable del amado que pasa por todo tipo de pruebas y tentaciones, pero que persiste en su búsqueda.

      La santidad no es un resultado mágico que se obtiene después de una serie de pruebas o de contingencias y que, una vez adquirida, adopta una forma estática. YHWH tiene sus tiempos. YHWH habla, pero deja que el pueblo explore sus propios caminos, yerre, pida ayuda, saque conclusiones. La paciencia de Dios es una clave importante. Sabe esperar. Callar no es fácil porque requiere tener paciencia para soportar el sufrimiento del otro que se equivoca o de mí mismo, que, en mi extravío, tengo que sufrir. Esto se entiende muy bien en la dinámica de las relaciones paternofiliales.

      El hombre, el pueblo, tiene que despertar, decidir y sostener la decisión29 en el tiempo siendo llevado siempre de la mano de otro puesto en su vida por Dios. Despertar es descubrir que vive en la alienación, confiando en ideas —ídolos— como tabla de salvación; decidir (escuchar y obedecer la voluntad de YHWH es querer seguir sus caminos, sus huellas, pues Él va por delante) es la creatividad de la gracia, del Espíritu; sostener es ponerse siempre a la escucha antes de verse obligado a decidir; es decir, vivir en estado de conversión permanente. Es vital, y nada fácil, captar la enorme y esencial diferencia que existe entre entender la vida de fe así, como un combate permanente, algo dinámico, un ir de estela en estela, de hito en hito, con caídas y victorias —estas últimas de Dios, siempre de Dios—, y no entender la gracia como algo estático que se recibe de una vez para siempre.

      5. LA INICIATIVA SIEMPRE PARTE DE YHWH

      El hombre, o el pueblo, acompañado tiene tres condiciones en común: ser elegido, convertirse en testigo de la acción de Dios y ser enviado al resto de los hombres y naciones para testificar que Dios es uno, que ama a los hombres, que quiere ser escuchado.

      Acompañar es adiestrar para un combate espiritual. Así lo expresa el papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate, en el n.º 159, titulado «El combate y la vigilancia»:

      No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal. Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10:18).

      El combate al que YHWH convoca al hombre tiene tres frentes: entablar un diálogo sincero con él (la oración), iniciar un camino de conversión para abandonar los ídolos (vida de comunidad) y comunicar las experiencias victoriosas y compartirlas (testimonio).

      6. LA OFERTA SIEMPRE ES EN LA LIBERTAD

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