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YHWH en la historia: «Estos mandamientos que te doy, tú los repetirás a tus hijos» (Dt 6:7, 11:19). Es un mandato de YHWH la insistencia en todo momento, en el que tenga lugar la conmemoración festiva de algún acontecimiento sucedido en el éxodo por el desierto, que el padre, en tono siempre solemne, recuerde a su hijo que fue el que es, el que «nos sacó el Señor de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido» (Dt 26:8). Liturgia, historia y cultura son una sola cosa. El padre toma pie de las solemnidades de Israel para explicar su sentido y hacer presentes los grandes recuerdos que conmemoran: Séder pascual (Ex 12:26) es una vigilia que dura toda la noche, es la noche de las noches, es un memorial de agradecimiento que actualiza la perenne acción de Dios en la vida de los hombres. Israel sigue celebrando desde su origen estas fiestas que recuerdan cada paso de la acción milagrosa de YHWH: esa noche se hace presente desde la creación al sacrificio de Isaac y todo lo que ha sucedido hasta la llegada a la Tierra Prometida. Esta acción de YHWH en la historia es narrada con una tensión escatológica que tiene por objeto la memoria agradecida a un Dios providente. En esa noche, los niños se han preparado especialmente con ritos especiales, con preguntas acerca de las costumbres, con ritos conducidos por el liturgo más importante de Israel, el padre, que sirven para enseñarles el credo compartido (Dt 6:20-25). Credo que no es más que el programa del éxodo, que empieza en Egipto, pero que en realidad es un paradigma intemporal. En esa noche se cantan los himnos y salmos que forman parte de la tradición (Dt 31:19-22; 2 Sm 1:18s) y todos los miembros realzan los vínculos inextricables de pertenencia a una familia y a un pueblo como marco de seguridad, de elección y de promesa a la espera de un nuevo Moisés, del Mesías.

      Todavía hoy las fiestas son la columna vertebral del pueblo, a través de las cuales es acompañado el aspirante a formar parte de él. Remiten a ciclos de la naturaleza. Como la historia cultural de todos los pueblos que basan sus modos de vida en el sol y la luna, Israel celebra el paso de invierno a la primavera (Pésaj), la llegada del otoño (Sucot), la renovación de todas las cosas (Yom Kipur), las cosechas (Shavuot), etc. Pero Israel va transformando poco a poco estos eventos de la naturaleza en acontecimientos históricos. Toda la memoria y cultura judía descansa en los hechos maravillosos de YHWH y en el más grande de todos: la entrega de la Ley a Moisés.

      Y la fiesta cotidiana por excelencia, el sabbat, que rige la semana en la que el padre introduce a sus hijos en el descanso verdadero, que no es no hacer nada para estar frescos y seguir trabajando al día siguiente, sino el tiempo para dedicarlo a la oración, al reconocimiento de YHWH en agradecimiento a su obra creadora. Es el día de la alabanza, de la lectura divina, de la vida en comunión.

      4.2. DECODIFICAR LA LEY: DIEZ PALABRAS DE VIDA

      En el Sinaí, Moisés recibió el encargo de ser el primer maestro en Israel (Ex 24:3.12). De él reciben los levitas el encargo delegado de interpretarla y hacerla viva (Dt 17:10s, 33:10; 2 Cr 15:3). El marco concreto de esta enseñanza es, como decimos, las fiestas que se celebran en cada ocasión en la que se rememore un acontecimiento; por ejemplo, la renovación de la Alianza en Siquén (Dt 27:9s; Jos 24:1-24). Toda conmemoración adquiere nuevas versiones cada vez que deba releerse y explicarse porque la historia no para, no es estática, y cada circunstancia aporta un nuevo aprendizaje al pueblo o al profeta que sabe escuchar (Dt 31:9-13). Siempre que los levitas traducen a la historia el designio de Dios (Jos 24), con la exhortación se mezcla la parénesis para inculcar al pueblo que debe aprender a vivir en la fe y a poner en práctica la Ley (Dt 4-11). El Deuteronomio reconoce todo un vocabulario de acompañamiento a través de la Palabra de YHWH dirigida al pueblo que se convierte en verdadero modelo de relación educativa: «Escucha, Israel…» (Dt 4:1, 5:1), «Sabe que…» (4:39), «Pregunta…» (4:32), «Guárdate de olvidar…» (4:9, 8:11s). La palabra debe estar constantemente en la memoria (Dt 11:18-21).

      Los rabinos piensan que la Palabra de Dios no tiene límite, que desborda cualquier interpretación por rebuscada que sea. Los rabinos buscan conexiones entre hechos, palabras, significados a veces intrincados. Según las reglas del derás, quieren encontrar, más allá de la lectura literal, las misteriosas resonancias de cada palabra que ha salido de la boca de Dios: «Misterios santos, puros y tremendos manan de cada versículo, de cada palabra, de cada letra, de cada punto, de cada acento, de cada nombre, de cada frase, de cada alusión. Como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender diligentemente al contenido y unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (Dei Verbum 12). Martín Buber dice que «el diálogo entablado entre el cielo y la tierra es la sustancia vital de la Biblia. El hombre que quiere recibirla de veras en su corazón debe reemplazar, con su propia boca, la palabra escrita, las letras impresas, por el vocablo hablado. No basta con leerla con los ojos, sin mover los labios… Debe ser murmurado noche y día»,24 porque hay que interiorizarla y personalizarla.

      Los levitas solo traen al presente la tradición recibida a lo largo de los siglos de experiencias históricas asimiladas. Los profetas tienen otra misión diferente. En ellos, la Palabra de Dios que profieren no está calcada de la tradición, sino que procede de YHWH por vía directa y en su nombre: instruyen, amenazan, exhortan, prometen, consuelan… Se apoyan en una catequesis que suponen conocida (compárense, por ejemplo, Os 4:1s y el Decálogo), dando por sabidas claves referenciales que solo desglosan para enfatizar la novedad. Y también los llamados sabios o maestros (Ecl 12:9), que educan a sus discípulos como YHWH a Israel, o los padres a sus hijos (Eclo 30:3; Pr 3:21, 4:1-17.20, 5:12s). Estos maestros apoyan su acompañamiento a los discípulos en la experiencia de la historia adquirida con el paso de los años reinterpretando la Ley, una y otra vez, aplicada a cada caso nuevo, y acudiendo a la palabra recibida de parte de YHWH a través de los profetas. El maestro trata de pasar a la siguiente generación el tesoro recibido como si de una sabiduría ancestral e incontrovertible se tratara. Los puntos fuertes de esta enseñanza son el conocimiento y el temor de YHWH como vías para una vida lograda, una ruta del encuentro —el éxodo— de lo divino con lo humano (Job 33:33; Pr 2:5; Sal 34:12).

      4.3. DECODIFICAR LA RUTA DEL ENCUENTRO DE DIOS CON EL HOMBRE

      En la casa-escuela (Eclo 51:23) se aprecia el modelo precursor de lo que serán según los momentos de la historia las yeshivás y las sinagogas: los doctores imparten una sabiduría (Eclo 51:25s) que servirá para que todos se encuentren con Aquel que un día los sacara de Egipto, en definitiva el único Maestro (Sal 25:9, 94:10ss; Pr 8:1-11.32-36; Sab 7:11s; Sal 71:17, 25:4, 143:10, 119:7.12). Pero la enseñanza bíblica de YHWH va más allá del mero conocimiento de la ley o de la tradición; quiere ir hasta las entrañas de Israel, penetrar en el corazón, quiere convertir la relación con cada uno de los miembros de Israel en un verdadero acompañamiento. Por eso establece un diálogo en la historia que prevé la indocilidad del corazón humano, que no acaba nunca de doblegar su soberbia voluntad ante el designio de Dios. Permanentemente, Israel vuelve su corazón a los dioses paganos, imita los pasos de los cananeos y de los demás pueblos sospechando de la bondad de un Dios que no acude presto a las demandas caprichosas del pueblo elegido. Al tozudo pueblo de Israel le parece que el que no sabe escuchar es YHWH, pero porque sus peticiones son siempre idolátricas y YHWH no se deja someter a ese chantaje.

      En eso va a consistir el acompañamiento por parte de YHWH: hacerle comprender a Israel qué es la idolatría, porque existe connivencia entre el ídolo y la mentira. La verdad es el amor y la verdad es el icono frente al ídolo.25 Solemos identificar la palabra ídolo con algo meramente religioso y perdemos la potencia semántica que se encuentra subyacente en la Escritura. La clave está en la búsqueda de la verdad. En toda la Biblia es el hilo conductor que hay detrás de la liberación de la idolatría del pueblo de Israel: la verdad es la antidolatría. Buscar la verdad es aprender a no apoyarse en nada intermedio, en ninguna superstición, en ninguna creencia, nada más que en la búsqueda sincera de la verdad. La busca de la verdad está en relación directa con el vínculo amoroso con Dios, en encontrarse cara a cara con Dios. Las naciones adoran a ídolos de paja que no salvan porque se consuelan con las mentiras, con las medias verdades. La esencia y la meta del acompañamiento es ayudar a no buscar otro apoyo que la verdad, que es Dios. Emet, en hebreo —palabra que traducimos como ‘verdad, verdadero’—, se refiere a

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