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su vida en los ídolos, que son mentira, que son un apoyo inestable y engañoso. Sobre ellos, la vida se derrumba, porque todos resultan ser efímeros y fraudulentos. La alternativa a la idolatría es la fe, no las creencias.

      La fe es aprender a apoyarse en la experiencia sólida. El rostro a rostro no deja lugar a la duda. La experiencia es irrebatible, y esta se adquiere en camino, siguiendo la ruta. La meta de esta ruta no es un punto final: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ver el rostro de Dios?» (Sal 42:2); «Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras» (Sal 119:147). La meta es que cada día alcemos la mirada al rostro de Dios y anhelemos ser amados, acompañados por su Palabra.

      4.4. DECODIFICAR LA SANTIDAD

      La Escritura tiene como objetivo la santidad del pueblo, que significa vivir separado para YHWH. Todo es santo. No hay una división entre lo sagrado o profano como en el mundo pagano. Todo es santo porque todo ha sido creado por amor de Dios al hombre. El problema es que el hombre selecciona lo que escucha y elige aquello que quiere oír, no lo que debe oír. No tiene el corazón puro, ni sus labios, ni su oído. El conflicto llega cuando el hombre se conforma con caminos intermedios, con atajos y alienaciones, porque vivir buscando la verdad es arriesgado. La santidad es entendida como aquello que Dios separa para sí, qué es el hombre, para que no se contamine con los ídolos. «1. Habló Yahveh a Moisés, diciendo: 2. Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19). YHWH trata de desarraigar a su pueblo de los ídolos, como hizo con Abraham. Si el hombre adora a los ídolos es porque así se hace un dios a su medida, que puede controlar: convierte la mentira en verdad. Pero la única posibilidad de ser libre es no adorar a los ídolos y la única verdad es, dice YHWH, yo soy. «14. Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Así dirás a los israelitas: Yo soy, me ha enviado a vosotros”» (Ex 3).

      Yo soy tiene diversas y discutidas traducciones, pero es claro que se trata de la promesa de que YHWH siempre va a estar ahí cuando Israel lo necesite, va a ser el que será cuando lo vean actuar en la historia. El ídolo siempre estará opuesto al icono. Mentira y verdad son irreconciliables. Pedir a YHWH que acompañe es renunciar a la mentira de las fascinaciones transitorias de los ídolos, a los espejismos del desierto.

      Como decía Max Scheler, «el que no tiene un Dios tiene un ídolo». El ídolo consiste en tomar la parte por el todo, es aceptar un trozo de fragmento de la realidad por la realidad misma. El icono es el verdadero rostro de Dios, la verdad completa. Mientras Israel cree que la fortuna, el oro, la salud, el poder, la violencia —los ídolos de los pueblos que conoce— le dará la tierra que anhela en propiedad, solo obtendrá la promesa de un ídolo que le reclama la sangre para concederle el deseo. YHWH, el icono, no se deja chantajear, ni manipular, ni reducir a un objeto, idea o proyecto. Ser separado para Dios —que es lo que significa la santidad— es un arduo aprendizaje que requiere apartarse, despegarse de la idolatría… para hacerse uno con Dios. Este apegarse a YHWH es la llamada que Israel tiene: separarse de toda oferta de salvación que no sea hacer la voluntad del Dios, que lo llamó al desierto.

       2. Para entender la Escritura

      La Escritura es palabra de Dios en sus hechos: «El plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente relacionados entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras; y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas».

      (Die verbum 2)

      1. ESCUCHAR ES EL VERBO CLAVE DE LA ANTIGUA Y NUEVA ALIANZA

      Es el verbo más importante de la Torá. Daniele Fortuna26 nos dice que la raíz shm (shemá ‘escuchar’) aparece 1159 veces en el Pentateuco. YHWH puede llegar al corazón solo a través de la escucha. Escuchar es el verbo de la fe, es el antídoto a la idolatría. La fe no es una cuestión de visión. Eidolon, en griego, quiere decir ‘imagen’, ‘visión’. En nuestra cultura posmoderna, plagada de imágenes que nos invaden sin pedirnos permiso, creemos que la intimidad y el conocimiento se da a través de los ojos; nuestra sociedad está basada en la vista. Pero la visión permanece fuera. La percepción visual enmarca la exterioridad y la distancia respecto de lo que se ve, mientras que las palabras llegan al corazón. Escuchar implica la humilde apertura de una oveja que se confía a su pastor cuando este le silba, porque el conocimiento es y se logra mediante la escucha, que en hebreo significa obedecer.27 Ser y escuchar y luego seguir es una unidad, como el Hijo hizo con el Padre: «Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10:27). Ningún ídolo puede arrebatarlas de su mano porque Él es más potente que todos los ídolos de este mundo. Dios nos da su identidad, por esto nadie puede arrancárnosla. ¡Basta escuchar para renacer! En el mundo en que vivimos, escuchar la voz de Dios, que nos habla desde el monte, es la zarza que milagrosamente sigue ardiendo sin consumirse, como la lámpara en Janucá, mientras duró la purificación del Sancta Sanctorum profanado por Antioco. Somos pobres e inconsistentes, débiles y pecadores, pero «tú, en tú misericordia, te pusiste en pie para ellos en su momento de dolor; tú has librado su batalla… Has puesto al fuerte en las manos de los débiles, los muchos en las manos de unos pocos» (oración al hanisim, literalmente ‘por los milagros’, que se recita durante la fiesta de Janucá).

      Jesús es el verdadero Mesías, viene y nos llama para llevarnos hacia él, sacarnos de nuestra confortabilidad, es decir, saca de nosotros esta oveja que se ofrece, que fue aplastada por la idolatría cuando el ídolo le ofrecía pastos verdes y la llevó a terreno baldío, puro sequedal. Y lo hace porque es el siervo sufriente, que arde en el sufrimiento como la zarza de Moisés, pero no se consume, se da a sí mismo como el Shamash, pero multiplica el aceite del Espíritu Santo para pasar la luz de la verdad a las otras lámparas que somos cada uno de nosotros de manera que podamos brillar en el candelabro. El milagro que ocurrió con el candelabro de Janucá, y por lo que la lámpara duró ocho días, se repite: Jesús ha resucitado y ha dado a sus ovejas, a toda persona que escucha su voz, vida eterna, que es precisamente lo que simboliza el octavo día. Para que nadie pueda arrebatar ningún hombre/oveja de su mano, ha bajado a los infiernos para liberar a todos, judíos o griegos, que se encontraban allí.

      Esto significa que, al que escucha, siendo acompañado por el mediador, el profeta o el Mesías, no se le consumirá el amor en su matrimonio, no se va a quemar la vida de su hijo, ni su ministerio sacerdotal, ni su vocación consagrada, no temblará cuando lleguen los días aciagos. Y para este milagro que cambia a cada instante en nuestras vidas, podemos creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, que es «uno con el Padre» (Jn 10:30). Porque Él ha escuchado al Padre, ha aprendido a obedecer en el sufrimiento, ha aprendido que la historia es un diseño de amor, incluso en la cruz. Dios no lo ha abandonado en el momento definitivo. Esa cita del salmo 22 en el momento de su muerte es el modo por el que el evangelista nos muestra que está recitando el salmo entero, que está preñado de esperanza, que habla de la confianza en que Dios está con él acompañándolo. Si lo escuchamos a Él, como él al Padre, entenderemos lo mismo. Así acaba el salmo que Jesús está rezando en la cruz de memoria, como buen hijo de Israel:

      ¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!: 24 «Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel». 25 Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó. 26 De ti viene mi alabanza en la gran asamblea, mis votos cumpliré ante los que le temen. 27 Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a Yahveh le alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!» 28 Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la tierra, ante él se postrarán todas las familias de las gentes. 29 Que es de Yahveh el imperio, del señor de las naciones. 30 Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la tierra, ante él se doblarán cuantos bajan al polvo. Y para aquel que ya no viva, 31 le servirá su descendencia: ella hablará del Señor a la edad 32 venidera, contará

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