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(aprendes a ver en ellos mi acción bondadosa) y tú experimentas liberación… si el hombre quiere, claro está, porque Dios nunca te quita la libertad. La salud del ser humano es la liberación de la influencia de los ídolos. La idolatría es lo que nos hace enfermar: esperar que el otro, que las cosas nos den, sacien el anhelo de eternidad que todos tenemos. Pero los deseos finitos realizados no pueden saciar los deseos infinitos con los que hemos sido concebidos.

      DESPERTAR PREGUNTAS, DESCUBRIR RESPUESTAS, SOSTENER DECISIONES

      Acompañar es ayudar a que el acompañado se haga preguntas. ¿Qué te está diciendo Dios a través de estos acontecimientos?, ¿qué significado (sentido) tiene esto para ti?, ¿para qué Dios ha permitido esto?… Eso es lo que hace la palabra, la comunidad, la vida de Iglesia cuando nos acompañan: nos interpelan, nos hacen preguntas, devuelven comprensión. Israel, como pueblo, tiene que aprender a hacerse preguntas. Todos los acontecimientos que narra la Escritura son intentos de YHWH de hacer que el pueblo se interrogue: ¿para qué hemos salido de Egipto?, ¿para qué nos está haciendo pasar por el desierto cuarenta años? Estas preguntas son fácilmente traducibles a nuestra propia historia en el siglo XXI: ¿Dios nos ha abandonado?, ¿por qué nos pasan esas cosas?, ¿por qué no encontramos el descanso en nada de lo que hacemos?, ¿por qué nos persiguen?, ¿por qué nuestros hijos tienen que sufrir? Teóricamente no existe un momento en la vida en el que el hombre no se pueda hacer estas preguntas: ¿qué es lo bueno, lo bello, lo verdadero?, ¿qué es lo mejor?

      Las preguntas adecuadas, así como las respuestas y decisiones auténticas, requieren un buen acompañamiento y discernimiento. El discernimiento es el acto propio del ser humano y el acto propio del cristiano. Discernir consiste en distinguir la voz de Dios de la voz del enemigo para poder acoger la palabra y que llegue a plenitud puesta por obra. La palabra sin ser obra es una idea. El concepto de palabra se caracteriza por ser expresión. Si estamos llamados a vivir como Dios y amar como Dios, la llamada solo es llamada cuando resuena transformando la vida de aquel que la escucha. «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8:21). El discernimiento busca transformar la vida llevándola a su designio. La palabra llega a plenitud cuando termina de transformar al oyente en lo que expresa.

      Por eso, el discernimiento no consiste solo en tener claro qué es lo que Dios quiere, sino en ponerlo por obra. La moción, o inclinación, nos es dada para secundar la obra divina. El discernimiento encuentra la plenitud en su expresión vital.

      Podemos decir, con Marko Rupnik, que el discernimiento es una realidad relacional, como lo es la fe misma. Es un arte en el cual mi propia realidad, la de la creación, la de las personas de mi entorno, la de mi historia personal y la historia general dejan de ser mudas y comienzan a comunicarme el amor de Dios. No solo eso; además, el discernimiento es el arte de llegar a evitar el engaño, la ilusión, y llegar a leer y descifrar la realidad de forma verdadera, yendo más allá de los espejismos que se me puedan presentar. El discernimiento es el arte de hablar con Dios, no el de hablar con las tentaciones, ni siquiera aquellas que versan sobre Dios mismo.

      San Ireneo nos recuerda que hacer es propio de Dios; y del hombre, ser hecho. El hombre solo es verdadero hombre, hombre pleno, cuando se deja hacer, cuando es dócil. Necesita de otra voz para ser hecho en plenitud. La vida del hombre es la escucha, la fe, la contemplación constante de Dios. La perfección del hombre no es la autonomía, sino la escucha permanente. La obediencia define la perfección del hombre. El hombre espiritual es el que escucha, ob audiens… El creyente trata de distinguir lo malo de lo bueno y lo bueno de lo mejor. No solo trata de reconocer, sino que busca encontrar lo que Dios quiere realmente de él. Discernir es eso. Se trata de una actitud de vida, una disposición. Discernimiento es un estilo de vida; no se improvisa en los momentos de determinaciones o decisiones especiales.

      A través del discernimiento buscamos ayudar a que la persona identifique los valores reales, descubrirlos y conocerlos, pero también poder experimentarlos y disfrutarlos. De alguna manera, se le ayuda a caer en la cuenta de la distancia existente entre el valor proclamado y el valor vivido, y cómo esto nos lleva a diferenciar de modo más agudo entre el bien aparente y el bien real. Se trata de caer en la cuenta de que no solo basta proclamar; más aún, detrás de muchas proclamaciones se pueden esconder funciones egocéntricas.

      Todo ello es expresión de una formación permanente. Los problemas y acontecimientos diarios son mediación para formarnos en el aquí y ahora de nuestra vida. Concepto no solo pedagógico, sino antropológico-teológico. Es un hacerse más hijo en el Hijo por la acción del Espíritu. El Padre nos forma a través de la vida diaria, de situaciones de cada día… No existe una situación en la vida a través de la cual el Padre no pueda llevar adelante el que el hijo sea más lo que está llamado a ser. Lo importante es la disposición, la predisposición… No solo docilitas, sino docibilitas, como diría Amedeo Cencini. No solo aprender cosas, sino aprender a aprender…, a dejarse formar por la vida, a dejarse formar por el día a día y así hacerse realmente libre. Esto no pasa automáticamente. Muchas personas no se dejan poner en crisis por la vida, no se dejan tocar, no se dejan provocar, educar, instruir, corregir por la vida… No son creyentes. El acompañante debe ayudar y sostener al acompañado en crecer en esa actitud de docibilitas, expresión máxima de la inteligencia y de la libertad interior. «Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él [cf. 1 Cor 12:7], y no se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él. Todos estamos llamados a ser testigos, pero existen muchas formas existenciales de testimonio (GE 11)».

      Pero este discernir no puede hacerse solo. Tiene que ser acompañado, so pena de que caminar solo por el desierto de la vida lo extravíe o le haga tomar decisiones equivocadas porque no ha podido cotejarlas con otro que ya ha recorrido el camino, o que junto con él pueda pedir la ayuda de la gracia.

      Se trata de ser ayudado a caminar hacia algún sitio. El peligro de andar solo por los desiertos sin orientación es dar vueltas sin sentido con el peligro de deshidratarse. Acompañar requiere ofrecer confianza, prestar conocimiento, ejercer autoridad. En algún momento acompañar nos sitúa ante ciertos rasgos cercanos a la paternidad. No se trata de una paternidad autoritaria o sustitutiva de nuestra libertad, proteccionista o paternalista. El modelo de paternidad en la Escritura está muy bien retratado en multitud de pasajes. Deuteronomio 32:6 anticipa el desarrollo que luego los profetas y el Nuevo Testamento sellarán: «¿Así pagáis al SEÑOR, oh pueblo insensato e ignorante? ¿No es Él tu padre que te compró? Él te hizo y te estableció». Isaías 64:8 recoge el concepto y lo amplia al de Padre/Creador: «Mas ahora, oh SEÑOR, tú eres nuestro Padre, nosotros el barro, y tú nuestro alfarero; obra de tus manos somos todos nosotros». Jeremías 3:19 deja claro que la intención de YHWH es la de la adopción amorosa: «Yo había dicho: “¡Cómo quisiera ponerte entre mis hijos, y darte una tierra deseable, la más hermosa heredad de las naciones!” Y decía: “Padre mío me llamaréis, y no os apartaréis de seguirme”». Los Salmos 103:13 ratifican la paternidad amorosa: «Como un padre se compadece de [sus] hijos, así se compadece el SEÑOR de los que le temen».

      La paternidad en las Escrituras no es solo ternura, comprensión y dulzura, también es corrección. «Hijo mío, no rechaces la disciplina del SEÑOR ni aborrezcas su reprensión, porque el SEÑOR a quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita» (Pr 3:11-12). «Habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige: hijo mío, no tengas en poco la disciplina del señor, ni te desanimes al ser reprendido por él; porque el señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Hb 12:5-6). «Con llanto vendrán, y entre súplicas los guiaré; los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán; porque soy un padre para Israel, y Efraín es mi primogénito» (Jr 31:9). «Él edificará casa a mi nombre, y yo estableceré el trono de su reino para siempre. Yo seré padre para él y él será hijo para mí. Cuando cometa iniquidad, lo corregiré con vara de hombres y con azotes de hijos de hombres» (2 Sm 7:13-14). «El me edificará una casa, y yo estableceré su trono para siempre. Yo seré padre para él y él será hijo para mí; y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que estaba antes de ti» (1 Cr 17:12-13).

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