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conociera la ruta y le acompañara a Media. En saliendo, encontró a Rafael, el ángel, parado ante él; pero no sabía que era un ángel de Dios» (Tb 5:4). El verbo συνοδεύουν, en griego, se refiere a ‘ir con/juntos por el camino’. En las Sagradas Escrituras aparece numerosas veces esta paráfrasis verbal.

      Existen numerosos pasajes del Nuevo Testamento en los que Cristo llama, mira esperando respuesta, camina al lado, indica el seguimiento (el ir con él), corrige, exhorta, pregunta, dialoga, demanda un gesto, etc. Exactamente igual que en las Epístolas de san Pablo, que toma buen modelo de Cristo, haciendo lo mismo con las comunidades de las distintas ciudades, así como con Tito y Timoteo, etc. «Habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te menosprecie» (Tt 2:15). La carta a Tito exhibe cierta dureza en la corrección que debe ir acompañada de paciencia, de oportunidades: «Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo» (Tt 3:10), como dice Pablo: «Predica la palabra; insiste a tiempo [y] a destiempo; amenaza, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2 Tm 4:2).

      La palabra acompañamiento en el vocabulario bíblico aparece referida, unas veces, al proceso de educación o aprendizaje y, otras, al mero ir con alguien, juntos; aparece también en un contexto específico en el desempeño de alguna misión: cuando YHWH tiene que enviar a alguno de sus mediadores a una misión, se dice que los guiará, acompañará o les garantizará que Él o sus ángeles estarán a su lado. Así, a Moisés le dice que Aarón irá con él —lo acompañará— a visitar al faraón (Ex 6:28-11, 10). A Abraham se le mostrará que, en determinados momentos, unos ángeles le hablarán y lo acompañarán en el nombre de Dios y estarán recordándole la promesa puntualmente (Gn 18:1-3). Toda la Escritura está redactada en este lenguaje relacional en el que un Dios busca encontrarse con el hombre, creado a su imagen y semejanza por Él para el amor, y que reclama ser acompañado al estilo de lo que dice Pablo a Timoteo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tm, 3:16).

      El término acompañamiento guarda connotaciones semejantes con educación. La palabra musar significa a la vez instruir en la sabiduría y en la corrección (‘reprensión’, ‘castigo’). En el Deuteronomio y en los Profetas aparece para adjetivar un comportamiento de YHWH en relación con la necesidad de reprender al pueblo por su idolatría o reconducirlo a una relación sin doblez. En los libros sapienciales, se utiliza musar referido a la educación familiar. Traduciendo esta palabra por paideia (‘disciplina’), los Setenta no pretendían asimilar la educación bíblica a la educación griega dirigida al heroísmo épico, al servicio a los dioses y a la polis. En la Escritura es Dios el educador por excelencia, que trata de ganarse la fidelidad de su pueblo inculcándole una obediencia a la Ley por medio de pruebas. El objetivo es liberarlo de la idolatría, el medio es la corrección y la disciplina (Pr 23:23), inculcada a través del corazón, para que el final sea una relación amorosa esponsal en una Tierra Prometida como dote.

      YHWH propone modelos inspirados en su modo de hacer las cosas. En Pr 1:7 y en Eclesiastés 1:1, YHWH es el modelo de los educadores. Ya sea como padre: «Comprende, pues, que YHWH tu Dios te corregía como un padre corrige a su hijo» (Dt 8:5). «Cuando Israel era niño yo le amé… Yo enseñé a andar a Efraím, le llevé en brazos… los llevaba con suaves ataduras, con lazos de amor…, me abajaba hasta él y le daba de comer» (Os 11:1-4). «Así habla YHWH: Mi hijo primogénito es Israel» (Ex 4:22).

      Ya sea como inaugurador de un mandato que ha de cumplirse en familia: pedagogía familiar que transmite el amor de YHWH a través de una promesa y una Palabra comprometida que recuerda la historia en las liturgias domésticas que presidirán la vida familia de los israelitas: «Lo que hice por vosotros en Egipto» (Dt 11:2-7) y que enseña a su pueblo a reconocer su amor (Dt 4:37s) y que quiere darle «felicidad y vida larga en una tierra dada para siempre» (4:40). Mediante la Ley, como el regalo que lo conducirá por el camino de la vida, y su palabra. Una palabra que no está en los cielos lejanos, ni más allá de los mares, sino «muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón» (Dt 30:11-14).

      Ya sea como esposo celoso que trata de mostrar a su pueblo elegido las maravillas de un amor de esposo paciente, que sabe esperar, que corrige y exhorta, siempre dispuesto a recoger a la esposa casquivana que es Israel y enamorarla. Por medio de los profetas, les recordará que se desvían del camino que han de seguir (Is 8:11). Estos mensajeros y profetas enviados por YHWH serán su propia boca, sin cesar de recordar mañana y tarde con una paciencia infatigable la voluntad y el amor de Dios. Oseas muestra la pedagogía de los castigos de YHWH (Os 7:12, 10:10), que luego producen fruto atrayendo a la esposa infiel para darle una nueva oportunidad (Os 2:4-15; Am 4:6-11).

      Desde dichas perspectivas, YHWH trata de acompañar a Israel, pero sabe que la elección recae sobre un pueblo libre que se sabe a sí mismo creado a su imagen y semejanza y que por eso solo la seducción del corazón puede atraerlo. Consciente de que esta libertad debe ser descubierta y anhelada en una nueva dimensión —que no es la del trabajo no esclavo—, sabe que Israel será díscolo, infiel y despreciará la Ley que le haría feliz… Para ello, YHWH introduce una pedagogía de la corrección: «Déjate amonestar, Jerusalén» (Jer 6:8). Pero no acepta la corrección, se niega a ser acompañado si eso significa abandonar los ídolos y fiarse de los profetas (Jr 2:30, 7:28; Sof 3:2.7). «Se han hecho una frente más dura que la roca» (Jer 5:3). Después de intentonas de seducción, la corrección se convierte en castigo severo (Lev 26:18.23s.28) pero equilibrado en las formas (Jer 10:24-30, 11:46), porque YHWH no quiere la muerte de su pueblo, sino que se convierta y viva. Israel debe entender y aceptar la amonestación: «Tú me has corregido y he recibido la corrección como un toro indómito» y entablar de nuevo el diálogo con su acompañante mediante la oración: «Haz que vuelva, y volveré, pues tú eres mi Dios» (Jer 31:18). El salmista induce a Israel a rezar y cantar lo mismo: «Mis riñones me instruyen de noche» (Sal 16:7), «Dichoso el hombre al que Dios corrige; sé dócil a la lección de Saddai» (Job 5:17), pues es el modo en que YHWH conduce, acompaña a los pueblos (Sal 94:10; Is 28:23-26). Job avala la necesidad de ser corregido: «He aquí, cuán bienaventurado es el hombre a quien Dios reprende; no desprecies, pues, la disciplina del Todopoderoso» (5:17).

      No obstante, YHWH sabe que el acompañamiento no terminará sino el día en que se instale la Ley en el fondo del corazón: «Ya no habrá que instruirse mutuamente…,12 todos me conocerán, desde los más pequeños hasta los mayores» (Jer 31:33s). El éxito se hará esperar, porque Israel se resiste a la conversión: es necesario que la corrección no caiga directamente sobre un pueblo débil, al que le cuesta sufrir, sino sobre un modelo sustituto, sobre el siervo de YHWH del Deuteroisaías: «El castigo que nos da la paz está sobre él y gracias a sus llagas hemos sido curados» (Is 53:5). El modelo sirve de referencia para que el pueblo vea sobre las espaldas de un chivo expiatorio las consecuencias que trae el abuso de ese amor incondicional ofertado por YHWH y como el retorno13 permitirá restaurar la relación amorosa/educativa que YHWH pretendía desde el origen, desde la elección. Entonces Israel comprenderá hasta qué punto «estaban conmovidas las entrañas de YHWH» (Jer 31:20) cuando debía proferir amenazas contra «su hijo querido» (Os 11:8s). El amor a Efraím es incontrovertible. YHWH está enamorado de su pueblo; por eso le habla al corazón, no a la inteligencia.

      Hablar al corazón es mucho más que decir una palabra amable. Hablar al corazón es el lenguaje del amor, que renueva la vida del hombre desde el interior, desde allí donde el Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos: «Interior intimo meo et superior summo meo» (Conf III, 6:11). Dios lleva al pueblo fuera de Egipto para, en el desierto, poder hablarle al corazón (Os 2:16). Y, al final de la esclavitud del exilio, Dios invita al profeta Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa, pues ha recibido de mano de Yahveh castigo doble por todos sus pecados» (Is 40:1-2).

      Este hablar al corazón y desde el corazón es el adiestramiento básico de una oración verdadera. Israel debe aprender a relacionarse con YHWH de corazón a corazón, sin doblez. La sinceridad del corazón implica limpieza de intenciones. No significa sin pecado,

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