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Fariseos, cojos, tullidos, leprosos…

       14. Acompañar a los ciegos

       15. Acompañar a prostitutas y publicanos

       16. La samaritana: convertir al acompañado en testigo

       17. Emaús: acompañar es enseñar a leer la historia

       18. El hijo pródigo: acompañante como padre

       19. Pedro: el impetuoso humilde

       20. Acompañar a Judas. La libertad del acompañado

       21. María

       CUARTA PARTE JESÚS DE NAZARET, EL ACOMPAÑANTE ACOMPAÑADO

       22. Jesucristo: el verdadero Israel

       23. El shemá: columna vertebral de la vida de Cristo

       24. Hay que ir al desierto

       25. Getsemaní y la Cruz

       QUINTA PARTE VIVIR Y ACOMPAÑAR EN COMUNIDAD AL MODO BÍBLICO

       26. La comunidad: depurando el concepto desde la teología bíblica

       27. Una nueva evangelización para acompañar a un nuevo tipo de hombre

       28. El kerigma, fuente y centro de la vida comunitaria

       29. Dios, el acompañante como viñador

       30. Vivir en comunidad y ser acompañados por la comunidad

       31. Acompañar en comunidad y acompañar a comunidades

       EPÍLOGO

       Introducción

      Todo lo que puede decirse es nada [...], la realidad es absolutamente incomunicable. Es lo que no se parece a nada, que no representa nada, que no explica nada, que no significa nada, que no tiene duración ni lugar en el mundo o en un orden cualquiera. […] Todo lo que se puede poner escrito es una nadería. Lo que no es inefable carece de toda importancia.1

      Todo lo que pueda decirse sobre el acompañamiento bíblico es nada, porque concierne a lo esencial de la naturaleza humana y lo esencial de la revelación divina. Lo esencial de la naturaleza humana, porque el hombre es un ser creado en y para la relación con el Creador y con las otras criaturas. Lo esencial de la revelación divina, porque la Sagrada Escritura nos habla de que ese Dios no es un ser distante, abstracto o fruto de una imaginación delirante, sino que actúa en la historia y se relaciona con los hombres más allá de lo que su subjetividad es capaz de entender. Si actúa en la historia, significa que quedamos autorizados para pensar que acompaña en el día a día a los hombres que ama y que necesitamos una nueva exégesis para acercarnos a su comprensión.

      Hoy en día se somete a la Biblia a la norma de la denominada visión moderna del mundo, cuyo dogma fundamental es que Dios no puede actuar en la historia y que, por tanto, todo lo que hace referencia a Dios debe estar circunscrito al ámbito de lo subjetivo. Entonces la Biblia ya no habla de Dios, del Dios vivo, sino que hablamos solo de nosotros mismos y decidimos lo que Dios puede hacer y lo que nosotros queremos o debemos hacer. Y el Anticristo nos dice entonces, con gran erudición, que una exégesis que lee la biblia en la perspectiva de la fe en el Dios vivo y, al hacerlo, le escucha, es fundamentalismo; solo su exégesis, la exégesis considerada auténticamente científica, en la que Dios mismo no dice nada ni tiene nada que decir, está a la altura de los tiempos.2

      Esta advertencia de Benedicto XVI es pertinente porque vamos a intentar desglosar esta relacionalidad de Dios con los hombres en su historia como parte constitutiva de su naturaleza (difusiva), esa cercanía que nos permite hablar de que Dios acompaña al hombre con toda legitimidad. Cuando esa relacionalidad es del hombre con Dios, fundamento de toda otra relación entre personas, damos un salto ontológico que solo la encarnación del Verbo nos permite salvar.

      YHWH crea al hombre con la intención, según el Génesis, de que sea el señor de su creación, pero, por un fallo trágico, el ser humano, hombre y mujer, decide desconfiar de su bondad expulsándose a sí mismo del paraíso creado para ambos. Para acompañarlo en su itinerario vital de retorno al paraíso que añora, YHWH elige personas y mediadores que sirvan de acompañantes. No es amistad, no es hacer compañía, compartir afinidades o dar consejos. La Biblia nos muestra que el acompañamiento es la pretensión amorosa, desde la eternidad, de un Dios Creador para con su criatura, para que esta, que por un acto de libertad decidió sospechar de la bondad de su Creador, vuelva en un nuevo acto de libertad a poseer el paraíso, vuelva a la comunión. Si el primer acto original fue de soberbia, este segundo acto requiere de humildad. Dejarse acompañar.

      Este hombre está situado en un entramado de relaciones con las cosas, las personas, la memoria, la pertenencia y las aspiraciones, ataduras que le hacen difícil dejarse acompañar. Este ser-en-relación está siempre concernido por un dinamismo inagotable en su aprendizaje, en permanente cambio. Su modo de ser es el de un nómada llamado a la existencia por otro. Lo que lo constituye como humano es tener que ponerse en camino por una llamada que le reclama reconocerse como criatura amada, como hombre, en el contexto de la familia humana a la que pertenece.

      El Señor llama en las coordenadas de nuestro mundo cultural, actuando dentro de nuestros valores, de las cosas que son importantes para nosotros, y lo hace según la lógica de la Encarnación, es decir, asumiendo nuestra realidad, para entrar en nuestro mundo y así poderse explicar, hacerse comprender.3

      Todos necesitamos ser acompañados, de una u otra forma, por una u otra persona. El hombre no puede vivir solo, necesita ser ayudado desde el nacimiento hasta el momento de la muerte. Los dos momentos de impotencia más importantes del devenir humano abren y cierran un interludio que también es tiempo oportuno para ser acompañado.

      Como decimos, solo hay una condición a priori para ser acompañado en este camino de vuelta: dejarse. No se trata de ser perfecto,4 de la bondad aparente que uno exhiba, de tener determinadas cualidades o de la disponibilidad para la aventura humana que empieza; se trata solo de reconocerse vulnerable y aceptar ser acompañado, se trata de reconocer que allí donde hemos querido ser nosotros mismos enfrentados al proyecto de Dios no nos hemos realizado. Si hay una dificultad para ser acompañado o para acompañar es el apego al propio yo, consciente o inconscientemente. Es difícil, a no ser que uno se encuentre en estado de necesidad o sea lo suficientemente humilde, aceptar sinceramente que el otro pueda aportarnos algo.

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