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para la descripción y la comprensión, lo uno es la razón de lo múltiple” (VI, 1986: 17). Lo complejo precede a lo simple. El querer es lo uno que ordena lo múltiple de lo involuntario. Esta es la primera conquista de la filosofía (por ello Ricœur empieza por describir el deseo y luego las estructuras corporales que se requieren). En su opción metodológica, la comprensión abarca ambos momentos en tensión: una descripción de la acción en la que acontece el Cogito encarnado, pero que requiere también una explicación de sus estructuras y vínculos objetivables.

      De las posibles consecuencias de esta opción Ricœur adelanta dos: a) los elementos de la vida mental no resultan inteligibles por sí; b) lo patológico tampoco. Esto significa que lo pasible de ser inteligido deviene tal por constituir una totalidad de significado. No hay inteligibilidad de trozos de la realidad sino del todo. Incluso cuando no conozcamos “todo”, lo que conocemos es todo para nosotros, y desde esta complejidad sistémica que totalizamos obtenemos el sentido de comprensión de cada parte interviniente.

      Para la comprensión de esta relación compleja Paul Ricœur recupera el principio fenomenológico de comprender la conciencia según el tipo de objeto al cual se traspasa (se intenciona), por lo cual desagrega el acto volitivo en tres momentos pasibles de razonamiento:

      I) yo decido: el proyecto contiene el sentido de mi acción y puedo esclarecerlo en función de la relación entre las motivaciones (razones orgánicas) y el centro de perspectiva (el yo del Cogito);

      II) yo me muevo: el proyecto se inscribe en un cuerpo que encarna dicha dirección y lo esclarecemos en función de la relación entre querer y poderes corporales;

      III) yo consiento: la necesidad impone límites al involuntario de nuestro cuerpo, y solo podemos doblegarnos a ello. Este momento se esclarece en la conciencia de sus tres figuras: el carácter, el inconsciente y la organización vital.

      Tenemos entonces que lo involuntario presenta tres aspectos que ofrecen un cierto tipo de vinculación con las decisiones volitivas conscientes. Puede esquematizarse así:

      En cada uno de estos momentos del vínculo voluntario-involuntario, Ricœur dedica un apartado a la descripción pura del acontecimiento peculiar (de las motivaciones que nos intencionan, de la moción voluntaria y del libre consentimiento cuasipasivo), para confrontarla después con una explicación de los aspectos más conflictivos de dicho momento: la decisión (en relación a los motivos), el esfuerzo (en relación a la moción corporal) y la libertad (en relación al consentimiento). Se concilian así los límites de la fenomenología.

      Con lo voluntario entra en escena el cuerpo, dejado de lado por el abordaje cartesiano que planteó un Cogito quebrado por el entendimiento y separó la comprensión de res cogitans y res extensa. Por ello nuestro autor reconoce el límite de la fenomenología a este respecto, la cual parte del mismo supuesto cartesiano: si la conciencia “se comprende por el tipo de objeto en el cual dicha conciencia se traspasa” (VI, 1986: 18) el tipo de objeto definido por la fenomenología derivará en un tipo particular de sujeto.

      ¿Puede el cuerpo reducirse a mero objeto de la conciencia? Las ciencias naturales ofrecen una rápida solución. Evidentemente, si tomamos la posición de un médico que necesita curar una enfermedad, los datos empíricos, objetivables, sirven de diagnóstico indispensable para reconocer el problema y darle una solución efectiva. Por esto debemos reconocer, por un lado, que el cuerpo está del lado del objeto. Pero por otro, también es cierto que los síntomas pueden ‘engañar’ al terapeuta. ¿Qué significa este engaño? No se refiere a que los signos conduzcan al equívoco, sino que los parámetros de interpretación no garantizan su éxito por la simple vía de la coincidencia factual. Es menester, como dijimos más arriba, incorporar la cuestión relacional, dinámica, sistémica, del todo en su dinamismo. Y allí los resultados pueden ser distintos a la mera suma de datos.

      Por otra parte, aunque la fenomenología sostiene otra concepción de objetividad, la crítica de Ricœur reconoce el problema de la idealización noemática o de los tipos empíricos de Husserl. El cuerpo orgánico no puede ser objeto distante, ante el cual un sujeto reflexivo solo acceda por representación. Entonces, ¿cuál es el estatuto de lo corporal en tanto correlato de la conciencia práctica? Tal es la cuestión que plantea Ricœur a la Fenomenología. La vivencia más simple de la existencia encarnada parece quedar inaccesible al proceso de reflexión. De hecho, ya para Descartes, el único lugar a salvo de este dualismo era la experiencia cotidiana y el lenguaje ordinario donde la intuición parecía captar integral y confusamente todo. Las ciencias objetivaron la dimensión de lo involuntario reduciéndolo a índices empíricos de hechos psíquicos y estructuras geométricas, como cosas en las que la voluntad se desvanece. El sujeto teórico quedó enfrentado al cuerpo empírico. Pero la conciencia quedaba intacta e innegablemente constituida tanto por la intencionalidad dirigida al mundo natural como por la referencialidad al yo.

      De esta forma, ante la inefectividad del naturalismo y el idealismo, Ricœur se planteó la reconquista del Cogito como parte abstraída de ese todo mayor que es el sujeto, reivindicando ambos aspectos desde su dimensión corporal y cotidiana, en primera persona. Con ello ya suponemos que jamás el cuerpo podrá ser una totalidad objetiva, empíricamente separable del sujeto que lo vivencia, sino que la humanidad debe entenderse como integridad compuesta de dimensiones naturales o corporales, pero también volitivas y reflexivas. Tampoco el Cogito podrá entenderse sino como conciencia autoreferencial y autoreflexiva de un sujeto encarnado: “La experiencia integral del Cogito envuelve el yo deseo, yo puedo, yo me oriento y, de una manera general, la existencia como cuerpo” (VI, 1986: 21).

      Esta experiencia integral, sin embargo, se encuentra mediada por el aprendizaje. Con ello introducimos el elemento cultural como mediador práctico de la forma en que el Cogito asume su corporalidad y el cuerpo propio adquiere conciencia de su carnadura.

      La reducción empirista a ‘hechos’ (anónimos y homogéneos), impide reconocer los dos polos corporales en tensión dialéctica (cuerpo propio/sujeto y cuerpo objeto) salvo aisladamente. Ello no indica una mera cuestión de orientación conceptual (cuerpo-sujeto = mí mismo; cuerpo-objeto = los demás), sino una cuestión más compleja de actitudes hacia un sujeto dual (que es al mismo tiempo yo y tú) y que debería ser abordado, según P. Ricœur, por una introspección naturalizada (la naturaleza que soy) o por una extrospección (de hechos) personalizada.

      En ambos casos, la acumulación de experiencias que conducen a la recurrencia de la conciencia de otro sobre mi conciencia coopera en constituir una idea integral de subjetividad. En tanto me reflexiono corporalmente, mejor me dispongo hacia las alteridades corporales —en los demás y del mundo— que me rodean, y viceversa.

      El conocimiento empírico y la descripción fenomenológica deben sostener una dialéctica estrecha que permita poner a prueba las descripciones finas de la eidética del involuntario. Se trata de una “conversión de la mirada” (VI, 1986: 25) donde los índices objetivos pueden servir para una correlación diagnóstica de momentos del Cogito.

      Ricœur advierte, sin embargo, que los datos empíricos, necesarios por cierto, no guardan correlación de coincidencia sino de referencia a un Cogito experiencialmente íntegro, uno, pero comprensivamente dual, intencionado hacia una naturaleza, un mundo y un tú que lo trascienden a la vez que lo configuran.

      De esta manera se recuperan aspectos no comprendidos en la objetividad científica,

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